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OPINA UNA ANTROPOLOGA
“Hay algo de snobismo”
Por Cristian Alarcón

Corría 1986 y la antropóloga y vecina de Saavedra Alicia Martín veía cómo en aquel rincón de la ciudad, más allá de la efervescencia del retorno democrático, no había acto político o actividad colectiva que no concitara el entusiasmo de la murga Los Calamares. “Me di cuenta de que era mucho más fuerte que pintarse la cara por divertimiento. Lo que pasa en un barrio es algo mucho más profundo, es lo que le da una base de legitimidad a partir de la construcción de una identidad fuerte, que le da una base de reconocimiento a este tipo de arte”, sostiene en una entrevista con Página/12 en la que se detiene en algunos costados actuales de la murga.
–El martes las murgas marcharon por Corrientes pidiendo que se restituyan los feriados de Carnaval. ¿Qué cambios pudo ver en la composición de esa marcha?
–Esta marcha es la tercera y resulta, además de una protesta, una manera de hacerle acordar a la ciudad en su calle más importante que es día de Carnaval. Había una conformación más heterogénea y muchas murgas nuevas.
–¿Qué incluye esa heterogeneidad?
–En algunos casos grupos muy improvisados. Por un lado la improvisación es una característica fundamental del arte popular, pero por otro eso habla de que quizás este auge genere cierto oportunismo o falta de legitimidad. Eso implicaría el riesgo de que se pierda un parámetro de calidad en función de decir “estamos en esto”. Por un lado hay algo de moda, de snobismo, por parte de un sector de la clase media, que podría jugar al paddle o al squash en lugar de bailar murga. Puede que para algunos no signifique nada la apropiación de la murga, tres años atrás el interés puede haber estado en la bailanta o en la salsa. Por otro lado el crecimiento de las murgas también tiene que ver con que, ante la carencia, cuando se abren mínimos espacios los sectores populares los ocupan.
–Sin la intervención de la industria cultural en el desarrollo de las murgas, sin sponsors ¿pueden sobrevivir y crecer?
–Cualquier fenómeno de la cultura popular no depende de las industrias culturales sino de la organización de la gente, aunque de alguna manera exista relación con lo oficial porque el Gobierno de la Ciudad destina un presupuesto exiguo a la organización de los corsos. El Carnaval y la forma de festejarlo es un indicador extraordinario para ver la dinámica cultural en función de que lo de hace tres años es viejo. Lo que se mantiene son determinados patrones, formas que se van transmitiendo. Por ejemplo, que una piba de quince que bailaba ya no sale a los veinte años porque tiene un hijo de cinco, pero ahora sale su pibe. Lo que se visualiza como identidad trasciende a los individuos, porque los atraviesa generacionalmente, son familias enteras de murgueros. Es un poco lo que pasa en el rock con las generaciones de padres e hijos, ese fenómeno está atravesando las barreras del tiempo. Y en definitiva lo que te da el aval para que ese arte popular trascienda es el paso del tiempo. Lo que se extingue fue moda. Eso se ve por ejemplo en las disputas por las esencias, tal cual ha ocurrido en el tango. Esa dinámica genera la continuidad del arte.
–El auge que se percibe, la cantidad de murgas existentes, ¿significa que regresa el Carnaval a Buenos Aires?
–No se puede ser tan ingenuo de creer que porque hay 50 murgas el Carnaval vuelve. No es tan sencillo. El Carnaval mueve tres patas, lo oficial –que sostiene económicamente los corsos–, lo artístico y la oscuridad civil. O sea, la murga sin público no existe.
–¿Cómo impacta la existencia de murgas que se comercializan, por ejemplo en fiestas privadas como ocurrió con la bailanta?
–Esto también sirve. Si se puede ensayar con cierta tranquilidad en Iberlucea y Lamadrid también es porque en algún momento Sergio Renán incorporó en su película El sueño de los héroes una murga. Hay lugar para un espectro muy amplio, y que haya murgas al servicio de lo snob le abreel espacio a los del barrio. En 1986 los Reyes del Movimiento en Saavedra tenían a la policía atrás. Que la murga haya logrado un consenso social que trascienda el reducido público que los sigue les da más espacio para esto, para no tener molestias, para poder estar menos al alcance de las figuras de control.

 

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