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LOS LAICOS ESTAN PERDIENDO LA BATALLA ANTE UN
SECTOR MINORITARIO, PERO MILITANTE Y RESUELTO
La rebelión ultraortodoxa en Tierra Santa

Hay quienes quieren que Israel se convierta en una teocracia parecida a la iraní. No son mayoría, pero están en auge y cuentan con ventajas legales claves. En este reportaje, el argentino-israelí Leonardo Senkman explica el peligro.

Manifestantes ultraortodoxos en su plaza fuerte de Meah Shearim, en Jerusalén.

Por Juan Gelman

t.gif (862 bytes) Jerusalén asistió el domingo pasado a una de las manifestaciones más numerosas, virulentas y mesiánicas que han tenido lugar en Israel desde que existe el Estado de Israel: 250.000 judíos ultraortodoxos, incluyendo mujeres –bien separadas de los hombres– y niños, amenazaron con una “guerra santa” a la Suprema Corte de Justicia israelí si no anula disposiciones que aquéllos consideran lesivas para la ley religiosa. A unas pocas cuadras, unos 50.000 judíos laicos y religiosos tradicionales levantaban carteles con leyendas como “Impidamos que Israel se convierta en otro Irán”. No ha muerto el viejo antagonismo entre la sociedad civil y la ultraortodoxia antisionista, para la que sólo el Mesías traerá la redención al pueblo judío.
La módica reacción de la sociedad laica ante la embestida del extremismo religioso no es la menor de las paradojas que conforman el paisaje cívico israelí. Página/12 solicitó al Dr. Leonardo Senkman una opinión sobre el fenómeno. Radicado en Israel desde hace casi 20 años, este historiador paranaense formado en la Argentina, hoy investigador y docente del Departamento de Estudios Españoles y Latinoamericanos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, es un cabal conocedor del pasado y del presente de la tierra que eligió para vivir. Autor de libros como La identidad judía en la literatura argentina (1983) o Argentina, la Segunda Guerra Mundial y los refugiados indeseables (1991) entre otros, el Dr. Senkman nunca ha apartado su lucidez apasionada del país natal.
–¿A qué decisiones de la Suprema Corte se oponen los ultraortodoxos?
–Los asuntos puntuales que cuestionan son: la obligación impuesta por la Suprema Corte de que en los consejos religiosos municipales participen también, junto a los ortodoxos, representantes de las corrientes modernas del judaísmo conservador y reformista; la exigencia de respetar el statu quo y permitir que los kibutzim puedan abrir sus negocios el sábado para la venta al público; la semana pasada el lobby ultraortodoxo forzó a la coalición gobernante, con la complicidad de algunos miembros de la oposición, a votar la ley que permitirá desconocer el fallo de la Suprema Corte respecto de los consejos religiosos municipales. Pero la cuestión que más subleva a los ultras es la posibilidad de que el tribunal supremo desconozca la legalidad de la exención del servicio militar obligatorio que favorece a los estudiantes de las Yeshivoth o escuelas religiosas (este año fue exceptuado el 8,2 por ciento del total de conscriptos). Históricamente, esa medida fue el resultado de las concesiones que hizo Ben Gurion al partido ultraortodoxo y antisionista Agudat Israel. El líder socialdemócrata mucho temía la probable oposición de los ultras y sus miles de seguidores a que el gobierno y el Congreso de Estados Unidos reconocieran al flamante Estado de Israel. Para aplacarlo, Ben Gurion cometió el grave error de invitar a ese grupo minoritario antisionista a formar parte del gobierno, estableciendo un modus vivendi laico-religioso que privilegia a un sector mesiánico que rechaza la soberanía nacional israelí y sus obligaciones, pero usufructúa las prebendas que le otorga el presupuesto estatal.
–¿Son correctas las cifras que dieron a conocer los medios acerca de la concurrencia a las dos manifestaciones: 250.000 los ultraortodoxos y 50.000 los laicos?
–Son cifras oficiales de la policía. Muestran dos tendencias opuestas: por un lado, la impresionante capacidad de movilización de los sectores ultraortodoxos a nivel nacional; por el otro, la poca conciencia política de la mayoría laica israelí. Me explico: según las estadísticas de la experta Mina Tzemaj, el campo ultraortodoxo suma entre 250.000 y 300.000 judíos, aproximadamente un 9 por ciento de los padrones electorales, en contraposición a un total de 3,5 millones de judíos laicos y tradicionalistas. En la Knesset o Parlamento los ultras ocupan 14 de sus120 bancas, un número suficiente para constituirse en árbitro que hace y deshace coaliciones. En coyunturas de movilización masiva, los “jaredim” (cuyo significado es “temerosos de y temblorosos ante la Divinidad”) se transfiguran en temibles y temerarios cosacos de Dios, merced a una disciplina autoritaria impuesta por la jerarquía de sus piadosos rabinos que goza de un poder absoluto sobre toda la comunidad de feligreses. En cambio, el amplio espectro laico de la población se moviliza generalmente por cuestiones de paz y guerra, o en las contiendas electorales nacionales: no comprende el carácter plebiscitario que adquieren algunas movilizaciones que expresan las contradicciones antagónicas entre religión y Estado. Los laicos se consuelan con que siempre han sido pequeñas sus manifestaciones sobre temas de derechos civiles y humanos.
Para los “jaredim”, en cambio, en cada manifestación se pone en juego la vida o muerte del judaísmo: en su salvaguardia, esta vez lograron sacar a la calle a centenares de miles de todos los rincones del país. Sus intelectuales y rabinos participaron, junto a decenas de miles de estudiantes, con sus hijos en edad escolar (los “jaredim” tienen la tasa más alta de natalidad de la población), con sus madres, tíos y abuelos, además de esa densa y prolífera red de familiares que tejen solidaridades vecinales, sociales y étnicas, hecho tan típico del mundo “jaredí”. Por supuesto: ayudó mucho que el móvil de la convocatoria no haya sido expresado con un discurso político-ideológico al modo de los partidos sionistas religiosos (que, sin embargo, insisten en sus maldiciones contra los “izquierdistas” laicos). La convocatoria consistió en apelaciones mesiánicas y salvacionistas de las supremas autoridades rabínicas. Así, el gran rabino sefardí Ovadía Yosef utilizó, horas antes de la gran manifestación, una acusación interpelativa que oponía la ley del César a la ley de Dios: “¿Quién eligió para reinar sobre nosotros a este tipo de jueces malvados? Todos ellos son descarriados, sin ley ni religión, fornicadores en días prohibidos, violadores de las leyes de la Tora, ellos son culpables de todos los males”, sentenció el rabino contra los jueces.
Por su parte, el rabino Porush, organizador y líder de la gigantesca manifestación, amenazaba a los jueces de la Suprema Corte con declararles una “guerra santa” si no se avenían a un “buen compromiso” con los “jaredim”. A ese efecto, homologó a los magistrados nada menos que con los eternos enemigos del judío, frente a los cuales durante milenios “nuestro pueblo en el exilio resistió ofrendando su propia vida para seguir fiel a la tradición” (sic). El presidente de la Suprema Corte, Aaron Barak, principal blanco del ataque, rechazó de plano las pretensiones de negociar con organismos religiosos y políticos fuera del ámbito de los tribunales. Por otra parte, los intentos apaciguadores de Bibi Netanyahu y del presidente Weizmann, que procuraron negociar una postergación de la manifestación, también fracasaron.
La estrategia discursiva que desplegaron los ultras tranquilizó al gobierno, que temía un enfrentamiento violento: en vez de arengas y maldiciones, los oradores de la concentración multitudinaria prometieron orar y leer algunos salmos. De este modo, las autoridades presentaron la manifestación como un legítimo derecho de expresión religiosa de la acongojada comunidad “jaredí”. Todos los rabinos decretaron asueto en las escuelas religiosas, incluidas las escuelas de mujeres, y se puso en ejecución un cronograma para transportar a los fieles a Jerusalén en más de 2000 autobuses. Es un hecho interesante que la mayoría del campo laico y no observante haya mordido el anzuelo: no sólo no interpretó la convocatoria como un desacato a los tribunales estatales y una peligrosa incitación a la desobediencia civil disfrazada de pietismo halájico; tampoco percibió el carácter peligrosamente plebiscitario de esa ofensiva fundamentalista destinada a rejudaizar la sociedad civil israelí y a debilitar el estado de derecho. Porush interpelaba a sus filas incitándolas a pasar a la ofensiva en una cruzada sagrada con el fin de evitar que los jueces del Estado se inmiscuyeran en los asuntos de competencia exclusiva de y entre “los fieles y Dios”. Su discurso no fue el de un jefe espiritual, sino la arenga de un cruzado con la estrella de David, a veces sofocado por un llanto de emoción: “Asimismo, hoy, si los jueces no comprendieran el significado de nuestra fe y pretenden doblegarnos con la dictadura de sus leyes y posiciones izquierdistas, resistiremos hasta entregar nuestras propias vidas. Multitudes irán a la cárcel”. Pero el elemento decisivo de la convocatoria de esta comunidad no sionista, el que hizo posible encender el entusiasmo multitudinario, fue de carácter mesiánico.
Al día siguiente, el rabino Porush advertía que aquellos religiosos del campo sionista que se habían abstenido de participar en ella eran “responsables de haber retrasado la llegada de la redención ... Nuestros rabinos afirmaron que si logramos reunir 600 mil judíos rezando en una manifestación para defender nuestra misión de velar por el Reino de los Cielos, aproximaremos la redención y llegará el Mesías”.
–De haberse convocado en Tel Aviv, ¿hubiera sido más numerosa la concentración de laicos y religiosos moderados?
–Es muy probable, porque, demográficamente, la población laica habita en esa zona litoral y los kibutzim del centro y norte del país están más cerca. Por razones de seguridad se prohibió el acceso de automóviles particulares a la manifestación laica de Jerusalén. Aun así, sus organizadores nunca imaginaron que podrían reunir hasta 50 mil personas. Pensaron que iban a convocar como máximo a unas 20.000. En primer lugar, porque los organizadores laicos carecían de autoridad para declarar asueto y ordenar autoritariamente a la población del país que abandonara el trabajo y viajara por su cuenta a la manifestación de Jerusalén. Pero en segundo lugar, la iniciativa surgió del partido de izquierda Meretz y de líderes del nuevo Partido del Centro, así como de todos los grupos de derechos civiles, mientras que el grueso de la conducción laborista brilló por su ausencia. No quisieron comprometerse políticamente ni Ehud Barak, ni Shimon Peres, ni Shlomo Ben Ami. En tercer lugar, las consignas laicistas se restringieron únicamente al plano de la sociedad civil, exigiendo la separación de la religión del Estado, y a lo sumo proclamaban que Israel no sería un país fundamentalista como Irán. Sin embargo, el sector laico se abstuvo de interpelar a la dimensión política e ideológica del problema. Así, ninguno de los oradores laicos de “izquierda” relacionó, por ejemplo, la ofensiva fundamentalista ortodoxa con la ofensiva de los colonos irredentistas que bloquean el proceso de paz con asentamientos salvajes y la ocupación de tierras palestinas.
–Las calificaciones de “enemigos” y “diabólicos” asestadas a los jueces de la Suprema Corte para desacreditarlos, ¿anunciarían riesgos como el que terminó con la vida de Rabin?
–Antes de las dos manifestaciones, las autoridades temieron un enfrentamiento sangriento que, felizmente, no ocurrió. Pero el miedo a la violencia inminente existe en la sociedad civil, acostumbrada a que la violencia pudiera estallar allende las fronteras. Joel Marcus, el principal editorialista del diario Haaretz, escribió el martes con dolor sobre la necesidad de que los amenazados jueces de la Suprema Corte israelí tengan que salir custodiados a la calle “como los jueces en Sicilia temerosos de la mafia ... o como los jueces colombianos protegidos por fuerzas de seguridad ante las amenazas de los barones del narcotráfico”. La mezcla de religión y política es muy peligrosa. Israel presenta la paradoja de ser uno de los países tecnológicamente más avanzados en cibernética, ciencias, industrias de punta, agricultura, medicina, etc. Sin embargo, en este pequeño país, donde nació una de las civilizaciones de la humanidad, aún no se completó la revolución de lasecularización de la sociedad y la cultura que las burguesías liberales de Occidente llevaron a cabo hace mucho tiempo. Es urgente que el sistema político israelí demande la separación del Estado de la religión y que termine el chantaje de los partidos religiosos en la Knesset.

 

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