Por
Carlos Polimeni
El
conflicto que pareció enfrentar durante esta semana a Hebe de Bonafini y Charly García
involucrando a casi todos los organismos de derechos humanos y a numerosos
artistas estuvo cruzado por una sensación latente, que no siempre quedó
explicitada. Esa sensación amerita un debate, apartado de este caso puntual. El debate
debería girar en torno a un tema casi canónico, pero crucial: si es posible, a esta
altura de todo, poner límites al arte desde un lugar progresista y amparándose en una
sensibilidad progresista. La primera respuesta, la que brota instantáneamente, es que no.
Que limitar al arte es algo así como encarcelar ideas. Que significa censurar. Que es
siempre un retroceso. Que son los artistas, y no los políticos, los que amplían el campo
de lo posible en las sociedad, para decirlo sampleando una idea original de Jean Paul
Sartre. Sin que Hebe de Bonafini esté en posibilidad alguna de poder concretar una
censura sobre Charly García y aun concediéndole toda la razón en su intento de
frenar una representación de los vuelos de la muerte que sobrecogería los ánimos de los
familiares de desaparecidos, ¿están todos tan seguros de que los aportes que
esclarecen conciencias se hace siempre desde los lugares ortodoxos? ¿Podría haber
pintado Goya su cuadro sobre los fusilamientos napoleónicos de luchadores por la libertad
de España pasando por la aduana de los familiares de las víctimas? Es más:
¿recordaría la humanidad esos crímenes de no ser por la luz que el pintor arrojó sobre
ellos en Fusilamientos del 3 de mayo de 1808?
Los que intentaron controlar los mensajes de los creadores (desde aquel papa guerrero que
insistía en censurar las colosales labores de Miguel Angel, hasta los esbirros de Stalin
que malograron a miles de artistas soviéticos imponiéndoles el realismo cómo única
expresión artística posible en una revolución) habitan en el inconsciente colectivo de
la humanidad un lugar que nadie, en su sano juicio, quisiera compartir. Sus vecinos de
piso son los inquisidores. No existe una sola forma posible de homenajear la memoria de
los que no están. En derredor de esta idea, que es profundamente política, hay un debate
histórico, y doloroso, en los organismos de derechos humanos. Que todos, salvo HIJOS,
hayan coincidido en sugerirle a García que no transforme en hechos una idea audaz no
implica automáticamente que los buenos hayan ganado, como podría parecer. Acaso impide
un accionar artístico que difícilmente hubiese significado un retroceso en la labor
histórica de los organismos e incluso podría haberla completado. García ha oído un
pedido porque le pareció justo, eso es todo respecto a este caso. Y porque no pudo
explicar del todo bien sus intenciones, y ya era tarde porque había ofendido
sensibilidades que es un deber no ofender. Pero no es todo respecto al tema.
Es posible que el problema sea de contexto: si se conoce la obra de Charly, se conoce su
apreciación sobre el tema, y si no, se lo toma como un loco, cuyo ostensible delirio de
grandeza puede llevarlo al costado mismo de la apología del terrorismo de Estado. Charly
es loco pero no boludo. Puede aceptarse que parece no haber pensado demasiado en el tema
cuando lo lanzó al ruedo público. Pero a nadie le consta que haya pensado años antes de
escribir canciones cruciales que hoy retratan el Proceso mejor y más
sensiblemente que ciertos libros de historia, y seguro, mucho mejor que cualquier
realismo posible. Y que no debió pedir permiso a ningún patrullero ideológico para
hacerlo. Si hubiese sido así, no las hubiera escrito: siempre hubiese encontrado siempre
un pero. Como Charly ¿hay algo menos democrático que la creación
artística? no garantiza coherencia a nadie, su contexto es dudoso. Es inmanejable
desde afuera.
Hoy cualquiera se ríe de un chiste sobre el circo romano digamos, esclavos gordos
huyendo de un león hambriento cuando aquello era un genocidio. Steven Spielberg
recreó con todo rigor y realismo, en La lista de Schindler, el asesinato de judíos en
una cámara de gas y no hubo oleadas de protestas acusándolo de complacencia con el
nazismo, aunque un escozor haya acompañado a millones de personas de todo el mundo al ver
laescena. Sin embargo, en la Argentina de hoy no es posible hacer un chiste en torno a los
desaparecidos, por ejemplo. Lo que ocurre, seguramente, es que no ha pasado el tiempo
suficiente para que la sociedad lo tolere, y mucho menos las víctimas directas o
indirectas de los crímenes de Estado. Y que mientras aquellos responsables están muertos
y juzgados por la historia, los que aquí juzga la historia, en su mayoría, caminan por
las calles. Nadie puede reírse del dolor fresco.
Sin embargo, como parece demostrarlo con audacia y hasta valentía el cómico italiano
Roberto Benigni en el film La vida es bella, estrenado esta semana en Buenos Aires, los
holocaustos bien ameritan, cuando son pasado, una mirada distinta a la de los militantes.
Que no tiene por qué tener vergüenza de ser diferente. Que, incluso con la tolerancia de
aquéllos, y afirmadas en su grandeza de espíritu, esas miradas pueden ayudar a que las
causas justas amplíen su público. Tener capacidad generosa de registro, abrir la
sensibilidad y la mente a otros mundos enternecerse sin perder la dureza, dando
vuelta una idea del Che también es parte de un ideario progresista que se precie de
tal. La ecuación en la lucha contra el olvido y por la justicia no puede ser o Charly o
Hebe. No puede ser el Partido Unico vs. el Resto del mundo. Es Charly más Hebe. Hacen
falta tolerancias.
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Por
José Pablo Feinmann
¿De
dónde le viene a Charly García la convicción de ser impune? Impune significa que él
está más allá del bien y del mal, que puede estar en un lado, en otro, decir esto y
luego aquello. Muy simple: cree que es un genio y que su genialidad lo autoriza a la
incoherencia ética, a utilizar la muerte para el barullo mediático, a abrazarse con
Menem, después con Hebe y después con quien se le cante. Tal vez, Charly, debieras ya
saberlo: este país está lleno de gente que se cree genial. Por ejemplo: todos los días,
a eso de las nueve de la noche, entre Corrientes y Callao y Corrientes y Talcahuano, debe
haber cerca de 500 otarios que se creen geniales. Y si yo ando por ahí, 501. Se trata,
sin embargo, de empezar a poner en duda esta cuasi condición nacional. Por decirlo claro:
uno deja de ser un argentino boludo cuando deja de creerse un argentino genial.
Le han dicho que tiene oído absoluto y también se cree genial por eso. Sin embargo, el
oído absoluto no garantiza nada. Un buen afinador de pianos puede tenerlo. He escuchado
de musicólogos que respeto una frase deliciosa e impecable: Charly García tiene
oído absoluto y Beethoven era sordo.
Sale entre los personajes del año de Gente. Al frente de la foto está el menemato en
pleno, sonriente, aplaudiendo a la gilada: el Presi, la Diva, Lady Zu y Valeria Ma.
Atrás, se lo ve a Charly. Mira hacia el techo, como distraído. El no aplaude. Posa de
genio inmortal. Uno abre la revista (el número 1743 del gran semanario de los
argentimedios) y ahí, otra vez, está él, ahora abrazándose con el Presi. El gran
semanario los hermana al titular: Charly & Charly. Conmovedor. Luego se
lee: El presidente Menem le dijo a García: Hoy te escuché todo el día`. El
rockero, agradecido. Más adelante, otra vez Charly.
Pero ahora solo, despatarrado sobre la gran tarima roja. Se lee: Faltaban veinte
minutos para las diez de la noche. La producción de tapa de Gente había terminado.
Todos, excepto Charly, pasaron a otro salón. Pero él, el único, el genio, la figura, no
se movió del estudio. ¿Será por esto que Charly se cree un genio? ¿Porque se lo
dicen en Gente?
Ahora bien, ¿cómo es posible que Hebe de Bonafini sea amiga de un tipo que se abraza con
el Presidente del indulto, de la insensibilidad social, con el protector de María Julia
Alsogaray y Amira Yoma? ¿Ya nada importa? Que Charly se crea impune, un tipo que puede
hacer lo que quiera (yo hago lo que quiero) porque, digamos, tiene oído
absoluto, vaya y pase. Pero que lo acepten, que lo reciban, que lo cobijen, a la vez, las
Madres y el menemato es demencial. Confunde. Da bronca. Alguien, aquí, se está
equivocando mucho y todo no hace sino contribuir al cambalache general. A la desesperanza.
Lamento estar escribiendo sobre Charly García. Lamento colaborar con lo que él,
esencialmente, quiere: barullo para su show. Deberíamos estar discutiendo otra cosa. Por
ejemplo: la Ley de Protección de la Independencia y la Economía que dictó el Parlamento
cubano. ¿Es cierto que prescribe 20 años de cárcel a los corresponsales extranjeros que
contradigan la versión oficial de los hechos? ¿Es cierto que no se permite otra
organización política que no sea el Partido Comunista? ¿Es cierto que los periodistas
independientes podrán ser condenados a treinta años de cárcel? Se impone una discusión
sobre socialismo y democracia. Se impone que hablemos de estos temas y no de las
travesuras de uno de los tantos argentinos geniales que habita estas tierras. Que si en
verdad tuviera tantos genios, otro debiera ser su destino. Y no lo es.
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