OPINION
De líneas y conductasPor
Por Fernando DAddario |
Por naturaleza artística, y
también por esas opciones de vida que no se dirimen arriba de un escenario, Charly
García y León Gieco merecerían integrar la inevitable galería de antinomias
argentinas. Sin embargo, una extraña conjunción de afectos personales y coincidencias
históricas logró que ambos transitaran caminos compatibles, bajo el paraguas protector
de esa entelequia llamada rock nacional. Los afectos personales no necesitan
explicación. Las coincidencias históricas tienen que ver con que ambos fueron piedra
fundamental de lo que podría catalogarse como la segunda camada histórica de rockeros
argentinos plenamente identificados como tales. Tanto León como Charly salieron del
ghetto, vendieron muchos discos y se plantaron (hasta donde pudieron) frente a la
dictadura militar. Los dos representaron una válvula de escape para sentimientos de
opresión popular que excedían largamente su rol de artistas, pero cuando esa válvula
estalló internamente, cada cual dejó al desnudo su propia visión de la vida, que hasta
entonces se había manifestado sólo desde la diversidad musical.
A partir de entonces, el de García se convirtió en un camino sinuoso, imprevisible,
mientras Gieco trazó una línea recta, que en función de los vaivenes políticos,
sociales y culturales por los que atravesó la Argentina en los últimos 20 años, podría
ser definida como coherente. Eso es lo que se espera de él. Eso es lo que nadie le
perdonaría a Charly, que necesita del cortocircuito permanente, ya sea desde la
revolución musical (e hizo unas cuantas en su vida artística) o desde los escándalos
mediáticos. Su militancia de la incoherencia, que podría confundirse con ciclotimia
(tanto que le permite abrazar a Menem y a los pocos días intentar tirar muñecos de
desaparecidos al río, para homenajearlos) gira en torno de sí mismo. Gieco edificó su
estatura artística a caballo de un puñado de canciones infalibles y otro puñado de
buenas acciones. Es buen tipo y trabaja de tal. Ante la mirada crítica del público y la
prensa (más atenta al campo de las acciones cotidianas que al de la música), el bien
más preciado de Gieco es la conducta. El de García es especialmente desde que se
le acabaron las grandes canciones precisamente lo contrario. |
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