OPINION
El paraíso de los
chapuceros
Por James Neilson |
No
hay destino más envidiable que el del empresario o financista de un país de cultura no
capitalista que está intentando liberalizarse porque en un mundo globalizado
no le queda otra alternativa. En estos países los premios para los empresarios exitosos y
sus aláteres son magníficos los ejecutivos argentinos están entre los mejor
remunerados del planeta, pero los castigos apenas existen porque la sociedad, fiel a
valores precapitalistas, los considera injustos. Cuando Roque Fernández afirmó con
cierto regodeo que gracias al desplome brasileño se quebrarían muchos empresarios
o sea, capitalistas ineficientes, sus palabras provocaron la indignación
incluso de los enemigos jurados del sistema capitalista. ¡Qué salvaje!, dijeron para sus
adentros, como si creyeran que en el marco de un esquema basado en la competencia no
deberían darse perdedores. En cuanto a empresas como Edesur, ésas han sabido aprovechar
la voluntad de funcionarios conversos de hacer gala de sus sentimientos supuestamente
procapitalistas exigiendo contratos que les aseguran virtualmente contra los riesgos, de
ahí la pésima calidad de los servicios que algunas, sobre todo las monopólicas, se
dignan brindar a sus clientes cautivos.
El capitalismo debe su dinamismo asombroso a que entraña un sistema de premios y
castigos: los empresarios o financistas exitosos pueden acumular más riquezas que
cualquier monarca vivo o muerto, y los fracasados... bien, ya que se ha abolido la
esclavitud y no está de moda encarcelar a los deudores insolventes, por lo menos
deberían pagar por sus errores viéndose reducidos a la miseria, aunque su infortunio sea
atribuible a nada peor que la mala suerte. Así las cosas, de haberse producido en un
país auténticamente capitalista este desastre increíble protagonizado por Edesur, sus
directivos sabrían que les esperaría un via crucis larguísimo y que a lo mejor les
convendría dedicarse en adelante a realizar tareas comunitarias; sus dueños estarían
temblando por su patrimonio hasta ahora espléndido, y los accionistas estarían llorando
sobre sus pérdidas.
¿Es lo que está ocurriendo? Es de suponer que por una cuestión de orgullo todas estas
personas se sienten un tanto doloridas por lo sucedido, pero no tienen demasiados motivos
para preocuparse. Por cierto, sorprendería que los directivos fueran a parar a la
cárcel, que los dueños dejaran de ser multimillonarios y que las pérdidas de los
accionistas no resultaran mínimas en comparación con las sufridas por centenares de
miles de víctimas de la chapucería ajena. |
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