La re-reelección de
Carlos Menem .vía fallo de la Corte Suprema otra vez está dando que hablar.
Curiosamente, y al contrario de lo que suele parecer, no es ni un problema político ni un
problema jurídico; más gravemente, es un problema lógico. De lógica elemental,
además: lo que técnica y matemáticamente se llama lógica proposicional. Es interesante
que no se enfoque mucho este aspecto de la cuestión, porque es el más grave. Desde el
punto de vista de la lógica proposicional, no tiene ninguna importancia lo que ocurra
después de un fallo semejante: si Menem se presenta y gana, o si se presenta y pierde, o
si no se presenta. Al día siguiente de semejante fallo, el estado de democracia
representativa estará alterado y habremos entrado en un nuevo sistema, se llame como se
llame, democracia paradojal, republicanismo ilógico, estado de derecho no racional, o
como se llame. Por varias razones.
1) En primer lugar, un tribunal, por alto que sea, no puede fallar cualquier cosa. Si la
Corte Suprema mañana fallara en contra de las tablas de multiplicar y decidiera que, en
adelante, en todo el territorio argentino siete por dos es cincuenta y cinco, o que la ley
de gravedad ya no es válida en la provincia de Misiones, no serían las tablas y la ley
de gravedad las que perderían sentido, sino la Corte Suprema.
Naturalmente, no hace falta consultar a los grandes lógicos de la historia, de
Aristóteles a Bertrand Russell, para darse cuenta de que cualquiera que razonara como lo
hace la doctrina Barra o las otras presentaciones judiciales
sería aplazado en un examen (¿quién se atrevería a hacerse atender por un médico que
razonara de esta manera?, ¿quién dejaría que un arquitecto o ingeniero con ese tipo de
razonamiento construyera un edificio?). Todos lo sabemos, al fin de cuentas, Barra, Menem
y los jueces de la Corte incluidos.
2) Pero además, habilitando la re-reelección de Carlos Menem, la Corte establecería una
contradicción lógica, y una ley o una norma constitucional puede ser ambigua, confusa,
injusta o incluso disparatada, pero si hay algo que no puede ser es lógicamente
contradictoria (una ley no puede establecer a la vez que se pagará tal impuesto y que no
se pagará tal impuesto). Por una razón muy simple: de una contradicción se puede
deducir cualquier cosa (como lo estableció Aristóteles en su Lógica, tres siglos a. de
C.). Es un asunto técnico muy simple que cualquier estudiante podría explicar a los
Jueces Supremos si éstos se lo piden. Si una contradicción es verdadera (o legal),
cualquier otra cosa es verdadera (o legal), lo quieran los jueces o no: El asesinato
es deseable, la capital de la república es Pehuajó, los árboles
son mamíferos, el amarillo es rojo y así. No se trata de un problema
político o de voluntad: es un hecho técnico perfectamente establecido por la lógica
proposicional.
3) Y efectivamente, si la Corte Suprema dicta un fallo favorable, sancionaría una
contradicción: El presidente no puede ser electo por tercera vez (Constitución) y
el presidente sí puede ser electo por tercera vez (fallo). Tampoco hace falta
conocer a Aristóteles o Russell para darse cuenta de las consecuencias que tiene el hecho
de que el más alto tribunal de la república sancione una contradicción. Como de una
contradicción se deduce cualquier cosa, automáticamente, cualquier conducta sería
legal.
¿Es válido un fallo así? ¿Sería válida una anulación legal de la ley de gravedad o
una alteración judicial de las tablas de multiplicar? Es interesante preguntárselo e
interesante que no se considere mucho el aspecto lógico de esta cuestión, porque es
mucho más grave que cualquier consideración política, ya que violenta los acuerdos
mínimos en que se apoya una sociedad: que las palabras quieren decir lo que quieren
decir, que el número cuatro es el número cuatro y no el diez, que si la Constitución
dice que la Argentina es una república no quiere decir que es una monarquía, y sobre
todo, no quiere decir que es una república y no es una república a la vez. También
llama la atención que un gobernante que se considera a sí mismo muy hábil
políticamente ponga en manos de la oposición un arma tan formidable como la que está
poniendo. Al fin y al cabo, para detener el proceso de re-reelección bastarían
exactamente tres palabras: no lo reconoceremos, esgrimiendo un libro de lógica del
secundario. A menos que lo acepten por mero cálculo electoral. Pero en ese caso estarían
dejando la puerta abierta para cualquier otro disparate futuro que, como ocurrió tantas
veces, se podría volver contra ellos en el momento menos pensado.
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