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La vida de Alice Domon en
una película documental

La televisión francesa difundirá mañana el video que realizó el
argentino Alberto Marquardt sobre una de las monjas
secuestradas y desaparecidas por la Armada en diciembre de 1977.


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Alice Domon y Léonie Duquet, las monjas desaparecidas.
Una documental que muestra el compromiso de Alice.


Página/12
en Francia


Por Eduardo Febbro
Desde París

t.gif (862 bytes) Alice Domon, o simplemente “Cati” para la gente de Villa Lugano entre la que vivió y trabajo cuando llegó a la Argentina, en el año 1967, tiene una historia personal cuyo compromiso con el prójimo sobrepasa el sentido que la palabra “hermana” puede contener. ¿Cómo y por qué una joven mujer de la Francia profunda terminó asesinada en la Argentina por los más imperdonables heraldos de la muerte? ¿Quién era Alice Domon? ¿Qué pensaba de sí misma, de la vida, de esa Argentina por la cual, absorbida en la trama del crimen, el despojo y las injusticias, entregó su vida?
Cada una de estas preguntas tienen 58 minutos de respuestas. Pacientes, conmovedoras, punzantes hasta ser insostenibles. Son los 58 minutos de la película realizada por el argentino Alberto Marquardt, Yo, Hermana Alicia, que el canal público France 2 de la televisión francesa difunde este jueves. Por primera vez, una de las dos monjas francesas desaparecidas en la Argentina deja de ser una referencia sin historia personal. A través de las innumerables cartas que Alice Domon envió a su familia desde la Argentina, la película de Marquardt muestra la trayectoria personal de una religiosa para la cual el compromiso con el prójimo y los desposeídos estaba más allá de cualquier opción política. En sus cartas, que contienen la mirada y la fe del inocente, también va desfilando la Argentina de los pobres, Villa Lugano y sus “5 canillas de agua para 15 mil personas”, la Argentina de las ilusiones que representaron la vuelta de Perón, “vibré con ellos. Los pobres tienen esa suerte de ser capaces de volver a creer”, la Argentina del desencanto y la traición, “nada ocurre, la vida aumenta todos los días”, la Argentina profunda, feudal y olvidada de las tabacaleras del norte donde Alice Domon, abandonando el convento y elcentro, trabajó de igual a igual en las chacras con los cultivadores de tabaco, la Argentina del golpe, del silencio y los desaparecidos por los que Alice Domon entregó lo último que le quedaba de vida “porque Dios no puede quedarse mudo”.
La mirada del inocente es más implacable que cualquier denuncia. El notable trabajo periodístico de Alberto Marquardt está realizado con una discreción, un respeto y una hondura tales que Alice Domon y la realidad con que se enfrenta corren en paralelo sin que jamás la una juzgue o condene a la otra. El personaje, la inmensa humanidad que se desprende de la religiosa francesa, las etapas de una realización mística y personal que concluiría en la Argentina, su constantes referencias al prójimo y su inagotable energía, “no hay que lamentar nada, hay que seguir adelante”, hacen de Alice Domon un ser elegido y consciente de su propia elección, incluso cuando ésta podía llevarla a la muerte. Alice Domon nos pone por delante un país visto por quien antes de ver la realidad veía a Dios y lo que él podía y debía hacer por ella: “Es seguro que el señor puede liberar este pueblo”, escribía en una de sus cartas.
Alice Domon nació en Franche Comté el 23 de setiembre de 1937 y desapareció en la Argentina el 8 de diciembre de 1977. Había llegado a Buenos Aires diez años antes luego de haber pasado por la Hermandad de las Misiones Extranjeras de Notre Dame de la Motte, una congregación religiosa fundada en 1931 por una rica mujer argentina, Marie Dolores, y el padre Noicit. Las pocas veces que hablaba de sí misma era para referirse a su vocación: “Comprendí –.escribió en una carta–. que el mundo no se detenía en la puerta de mi pueblo. Dios sembró en mi corazón esa semilla de curiosidad y de preocupación por mis hermanos, que tienen el mismo derecho de vivir, porque la tierra pertenece a Dios y él la quiso para todos sus hijos”. Ese postulado central la llevaría a la Argentina, y allí, entre 1969 y 1973, a trabajar en Villa Lugano, donde vivió en una prefabricada de tres metros por dos compartiendo la vida de todos. En la villa iba a encontrar la razón de sus primeras intuiciones de monja: “Creo que realizo aquello para lo cual nací” –.carta de 1970–. Sus amigos de entonces la describen como un personaje “increíble”, muy distinta de una monja tradicional, sin cofia, “capaz de prenderse en todos los bailes de los bolivianos y los paraguayos”. A medida que avanza, la película de Marquardt desnuda la inagotable fe religiosa de Alice Domon y el despertar de su inevitable complemento, la visión de los vejámenes sociales, de las injusticias repetidas, de barbarie política. Vio el retorno de Perón en la Plaza de Mayo y cantó la alegría de los villeros antes de salir rumbo al norte para fundar una congregación religiosa, en Perugorria. La congregación le pareció poco al lado de ese mundo donde la “gente trabajaba todo el día, dando su vida, sus tierras, sus productos, sólo para morir”. Prefirió las chacras y las hojas de tabaco antes que el amparo de la casa de Dios. “Nos dio una conciencia, nos hizo comprender que teníamos derechos”, dice uno de los sobrevivientes de la represión que sacudió a Perugorria. Los militares y los terratenientes la ficharon. En medio de la dictadura, las intimidaciones y las desapariciones, Alice Domon no pudo mantener su compromiso. Amenazada, perseguida, regresó a Buenos Aires para encontrarse con una realidad peor. Las detenciones masivas, la desaparición de amigos inocentes y el palpable, crudo, injustificable silencio de una sociedad que veía esfumarse a los suyos sin decir colectivamente una palabra. Aquel muchacho que se parecía a “un ángel” se le cruzó en el camino. Alfredo Astiz la entregó una tarde de agosto de 1977, en la iglesia de la Santa Cruz. En la ESMA, los militares la obligaron a escribir una carta en la que aseguraba que había sido secuestrada por un grupo de guerrilleros. Nadie sabe cómo y adónde fue “trasladada”. Alberto Marquardt, que también estuvo detenido, afirma que sintió “la necesidad de volver a ese pasado” y quiso “darle un nombre y un rostro a esa entidad anónima” que son “los desaparecidos”, es decir, “salvar algo de aquello que los militares quisieron borrar”. Alice Domontiene un rostro y una historia para mirarla y admirarla sin miedos: “Nuestra historia -.escribió la hermana desde Buenos Aires-. está hecha de decisiones y elecciones. Eso es lo que nos hace libres”.

 

DECLARO CASEROTTO POR LOS BEBES APROPIADOS
El médico recuerda órdenes escritas


Por Adriana Meyer

El ex médico militar Julio César Caserotto declaró como testigo ante el juez Adolfo Bagnasco, en la causa que investiga la sistemática apropiación de los hijos de los desaparecidos. Prefirió remitirse a lo que había declarado ante la Justicia militar en 1985 y ante el juez Roberto Marquevich, en junio del año pasado. En esas oportunidades había reconocido que atendió “más de diez partos” de “presuntas” detenidas en el Hospital de Campo de Mayo, en 1977 y 1978. Y además, aseguró que dependía del general Omar Riveros. Esta declaración fue suficiente para que Marquevich ordenara la detención del dictador Jorge Videla.
Caserotto fue jefe de Ginecología en ese centro asistencial, que funcionaba en el mismo predio que el centro de detención. Ayer dijo que existieron órdenes escritas denominadas PON –Procedimiento Operativo Normal–, que detallaban el proceder para el Personal de Inteligencia y presuntos detenidos de ambos sexos, firmadas por el subdirector del Hospital de Campo de Mayo, Agatino Di Benedetto. Pero las instrucciones de asistir los partos y no registrarlos fueron verbales. Cuando él regresaba al día siguiente –no sabe cómo–, el recién nacido ya no estaba en el lugar.
Según su relato, al principio los partos se producían en la maternidad del Hospital, pero luego se habilitaron dos habitaciones en el pabellón de Epidemiología. Existió una nursery en donde les ponían pulseritas rosas y celestes a los bebés según el sexo. Nunca se registraban los nacimientos, pero el Servicio de Neonatología extraía las huellas plantales de los recién nacidos, que se archivaban en el DETAL de obstetricia, y las dactilares de la madre fueron guardadas en el archivo médico.
El abogado Alberto Pedroncini, que representa a las seis Abuelas de Plaza de Mayo querellantes en la causa, aseguró a este diario que la declaración de Caserotto “ratificó que hubo una práctica sistemática en relación con diez casos porque describió el ingreso, el parto, y el egreso sin registro y con intervención de personal militar”. El letrado destacó que el médico responsabilizó al subdirector del Hospital –Di Benedetto– y a su vez éste lo había involucrado a él en su declaración ante Bagnasco. Sin embargo, la descripción que hicieron ambos del sistema fue similar, y coincidieron en señalar al Comando de Institutos Militares.
Caserotto explicó que les daba mejor trato a las embarazadas detenidas porque tuvo en cuenta que “no se encontraban en óptimas condiciones espirituales”. Recordó que una sola vez recibió a un grupo de tareas (GT) que vestían de civil en 1977, cuando le trajeron a una mujer que había ingerido una pastilla de cianuro, a quien se le efectuó un lavaje de estómago. Un integrante del GT le dijo que no debía anotar sus datos.

 

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