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UN ESTUDIO PSICOLOGICO SOBRE
50 PERSONAS QUE BORRARON LOS DIBUJOS DE SUS CUERPOS
Por Patricia Saks *, José Robles** y Marcelo Robles ** Se realizó una investigación en cincuenta pacientes --32 hombres y 18 mujeres-- que acudieron para la remoción de sus tatuajes por medio de instrumentos que utilizan la energía del rayo láser. Se llevaron a cabo entrevistas psicológicas específicas para explorar los diversos aspectos psicológicos y sociales comprendidos en los procesos de realización y remoción de los tatuajes. La edad promedio para la realización de tatuajes fue 19 años (las edades van desde los 10 hasta los 33 años). Los tatuajes (decoraciones, dibujos o relieves indelebles en la piel) han surgido en las más diversas culturas y épocas en la historia de la humanidad. La práctica del tatuaje decorativo es un arte antiguo, y sus orígenes se remontan a la edad de Bronce (8000 a.C.) por hallazgos de agujas rudimentarias y vasijas de pigmentos en cuevas de Francia y Portugal. Se han encontrado tatuajes rudimentarios en momias egipcias (4000 a.C.), y durante el Imperio Romano los soldados de las legiones tatuaban en sus brazos los nombres de sus generales, de las batallas en que habían participado y sus hechos gloriosos. En los más variados tiempos y lugares los tatuajes expresan diversos aspectos de la identidad, con significados religiosos, políticos, étnicos y sociales. En nuestra sociedad, el tatuarse involucra fundamentalmente a la población adolescente y está asociado a diversos factores socioculturales, como son la valoración de la imagen del cuerpo como aspecto central de la identidad y la predominancia de modelos identificatorios en los cuales la apariencia --el mostrarse-- se presenta como la clave del ser, para lo cual el adolescente hace uso del tatuaje como modo de expresión de su crisis de identidad. A partir de la metamorfosis de la pubertad, el cuerpo que cambia es vivido como extraño, lo cual genera vivencias de pasividad frente a dichas modificaciones. El tatuaje tendría como función contrarrestar dichas vivencias, oponiendo una conducta activa --"me tatúo cuando quiero"-- usada como modo de re-apropiación del cuerpo. Como forma de escenificar el conflicto entre el deseo de autonomía y la tendencia a la fusión, el tatuaje marca por un lado el estado de unión con otros individuos con los cuales se comparte un modelo identificatorio, marcando a su vez un distanciamiento de lo familiar que rechaza "eso diferente" que muestra el adolescente, con la forma de un tatuaje. Los tatuajes cumplen la función de marcas de identidad que de distintas formas son comunes en diversas culturas y épocas. Se podría comparar con un rito de iniciación personal, por medio del cual se buscaría asimilar la nueva realidad incluyendo un registro corporal doloroso. Los tatuajes cumplen diversas funciones y expresan conflictos variados. En su búsqueda de autodefinición, el adolescente se identifica como formando parte de un determinado grupo --punk, rockero, heavy-- y el tatuaje aparece como un emblema de pertenencia. Otra de las funciones del tatuaje es resaltar algún rasgo personal ligado a determinados gustos o elecciones específicas. La percepción visual tiene un valor muy importante en la construcción de la identidad. En el doble juego de "mirar" y "ser mirado", el tatuaje se constituye en marca de reconocimiento. El tatuaje puede ser usado como objeto protector que tranquiliza y acompaña, cumpliendo la función de amuleto. El tatuaje es una marca de recuerdo que intenta inscribir en forma permanente hechos, sucesos y situaciones asociadas al mismo. En su función vincular, el tatuaje se presenta como marca de unión fusional, en donde dos sujetos usan un tatuaje idéntico como algo que identifique a uno en el otro. Es como llevar al otro a flor de piel. En su función de reapropiación corporal, el tatuaje aparece como marca dolorosa en el cuerpo que reforzaría rasgos de la identidad sexual, intentando asimilar la nueva realidad corporal y buscando contrarrestar las vivencias de pasividad generadas por los cambios corporales pubertales, por medio del poder activo de la realización de tatuajes. Sería una forma de mostrar que "este cuerpo es mío", tomando características similares a la de los ritos de iniciación. El tatuaje puede vincularse con diversos conflictos. Realizado en épocas de depresión, se liga con sensaciones de falta de proyectos. Así lo expresó una de las entrevistadas diciendo que "siento que nunca voy a poder lograr nada en mi vida": en tal estado decidió tatuarse un murciélago negro en su espalda. Conflictos del cuerpo ideal: el tatuaje se realiza para resaltar alguna zona del cuerpo. La expectativa está centrada en lograr un cuerpo perfecto, y el tatuaje forma parte de ese ideal anhelado. Conflictos de poder: el sujeto tatuado es víctima pasiva de la apropiación violenta de otro que busca por medio del tatuaje ejercer su poder autoritario. Una mujer habla de su tatuaje con gran angustia, recordando la violencia y el padecimiento de los cuales fuera víctima durante su infancia. "Era una chica de la calle, y me tatuaron mi nombre como documento de identidad". Conflictos ligados a carencias afectivas básicas: el individuo se auto-tatúa su nombre como modo de autorreconocimiento. Se realizan en edades tempranas (9-10 años), y presentan en su historia vital situaciones de abandonos afectivos básicos. Conflictos antisociales: el tatuaje es realizado dentro de la prisión; el recluso se tatúa dibujos característicos que lo identifican en su condición marginal. El tatuarse puede formar parte de los hábitos asociados al consumo de drogas, y transformarse también en una conducta de tipo adictivo. El individuo dice sentir plenitud y goce en el acto mismo de realización del tatuaje. Dos de los sujetos entrevistados hicieron referencia a sus tatuajes aludiendo a una sobredosis de los mismos. Vivían pensando constantemente en la posibilidad de realizarse nuevos tatuajes. Autoerotismo negativo (aspectos masoquistas): el dolor ligado al acto de tatuarse estaría asociado a una modalidad de autoerotismo negativo. El tolerar el dolor puede ser vivido también como prueba de virilidad. El acto de tatuarse puede presentarse como una conducta impulsiva por la cual se busca descargar una tensión conflictiva interna. Los sujetos lo expresan diciendo "lo hice sin pensar", "un amigo se lo hizo, y yo también". Con respecto a la cantidad de tatuajes, van desde el sujeto que se realiza un tatuaje único hasta el que en su afán de cubrirse toda su piel se realiza 30 o más, aunque el promedio es de 2 por persona. Luego de realizado el tatuaje, la reacción personal inmediata es de agrado en un 90 por ciento de los casos, mientras que la reacción familiar es de rechazo más o menos intenso en un 100 por ciento de los casos investigados. A través de las conductas de oposición, los adolescentes buscan poner distancia de sus objetos primarios de amor, por lo cual la mirada de aceptación propia o del grupo de pares se contrapone a la mirada de rechazo familiar. Así el tatuaje se ubica en el marco de reacomodación social y familiar propia del proceso adolescente. El tatuaje, esa marca que lo identificaba y de la cual se sentía orgulloso, puede tornarse conflictivo. Esto sucede por motivos y en períodos muy variados, generando vivencias de intensa angustia. Aquello que se convirtió en una marca no deseada pasa a esconderse. Se utilizan hábitos de ocultamiento que resultan incómodos y restrictivos (usar mangas largas aún en épocas estivales, y ropajes que oculten el tatuaje, taparlo con el pelo, evitar los trajes de baño). El tatuaje pasa a ser vivido como una marca siniestra. Así lo relata una adolescente que tenía tatuado el nombre de su novio en la parte superior de su seno, y que luego de la separación pasó a sentir gran desesperación y angustia. La vivencia del rechazo puede ser motorizada desde el entorno social que por lo general tiene una mirada de desconfianza ante los sujetos tatuados. Los entrevistados lo expresaron de esta manera: "Te miran mal", "te miran como bicho raro", "piensan que sos una mala persona", y por lo tanto actúa como uno de los motores que van generando el deseo de remoción. Instituciones como las Fuerzas Armadas o la Policía no aceptan tatuajes de ninguna naturaleza en sus aspirantes. La condena es aún mayor cuando el tatuaje tiene connotaciones delictivas o de conducta marginal, ya que esto genera consecuencias sociales importantes. El individuo que tiene tatuado el símbolo de "muerte a la policía" lleva un tatuaje-sentencia, siendo rápidamente identificado con lo delictivo y discriminado a simple vista, lo cual actúa como obstáculo en la reinserción social y rehabilitación de los ex presidiarios. La edad promedio de quienes piden la remoción del tatuaje es de 23 años, ubicándose en los comienzos de la adultez como etapa de transición y reacomodación psicológica y social. Esas marcas que lo identifican deben ser abandonadas, ya que se comienza una nueva etapa en la cual aparecen otros intereses, otros valores, deseos y expectativas. La remoción tiene diversas motivaciones, significados y sentidos particulares. Aparecen cambios afectivos internos que lo hacen sentir diferente, y ese tatuaje con el cual se mostraba e identificaba ya no tiene lugar en su cuerpo (el yo es, ante todo, un yo corporal): "Este tatuaje ya no va conmigo". En la rehabilitación de personas drogadictas, la remoción del tatuaje toma el sentido de borrar las huellas de esa etapa superada. "Cuando dejé la droga cambié todo, me corté el pelo, me saqué el arito, y lo único que me quedaba de esa etapa son los tatuajes". Motivaciones personales, sociales y laborales generan el deseo de la remoción. Los períodos transcurridos entre la realización y la remoción del tatuaje son muy variables, y van desde los pocos días hasta los 20 años, siendo el promedio de 4 años. * Psicóloga.
ANALISIS DE LA SUBCULTURA DE LA MARCA EN EL
CUERPO Por Rebeca Hillert * Los tatuajes que se han puesto de moda para el consumo masivo son signos de las subculturas de la que participan los jóvenes. Representan símbolos que identifican a diversos grupos con respecto a otros. En su diseño, en su modo de realización, quienes conocen las claves del código reconocen pertenencias generalmente inequívocas. Me propuse realizar una lectura psicoanalítica de este fenómeno masivo; para eso grabé conversaciones con algunos jóvenes de alrededor de 20 años. Descubrí en el decir de los adolescentes la localización del sujeto como efecto de la incisión en la piel de una marca escondida en un dibujo que no habla solo. El goce que se desprende en el acto de tatuarse se lleva puesto en la piel. ¿Para qué? ¿Cuál es el efecto que produce sobre el ser del que se decide a tatuarse? Lucas lo expresó así: "Hay cosas que a uno le gustaría que sea nuevo en el cuerpo, llevar marcado en el cuerpo. Llevo mi guitarra tatuada en el hombro. Es algo que vos lo tenés ahí y lo mirás y es algo nuevo, totalmente diferente a todo lo que te ves desde que naciste. Pienso que cada persona tiene la libertad de jugarse por algo en la vida". Lo dijo en un contexto de exaltación del dolor y el sacrificio. Estos ideales realizados en un tatuaje suplementan la operación malograda de la privación real de goce, cuyo agente es el padre imaginario. La fantasía de "jugarse por algo" sostiene su deseo. A la guitarra tatuada le adjudica un poder simbólico: su cuerpo dejará de ser gozado por el Otro materno. Desde la perspectiva de la psicología de las masas los tatuajes cumplen tres funciones: insignia o denominador común para un grupo, símbolo de una subcultura que lo diferencia con respecto a otro grupo; técnica de camuflaje; amuleto para conjurar el poder supuesto a un Otro maléfico. En el primer sentido, el tatuaje funciona como objeto mirada "reducido a su realidad más estúpida"; ejerce poder hipnótico sobre los individuos de la masa. Se produce una saturación, por reciprocidad de la mirada del Otro y lo mirado por el sujeto. Los tatuajes de los presos cumplen con ese cometido. Fernando los describe así: "Muchos tatuajes de presos tienen significado: los 5 puntos clásicos significan "Muerte a la policía", la "espada y la serpiente" también: generalmente la gente que cae presa, la mayoría tienen esos tatuajes, y por eso muchas veces salen a la calle, la policía los ve con esos tatuajes, son presa fácil. Un preso va a tener el sentimiento de querer matar al policía, si uno se hace un símbolo cuando está preso que dice 'Mamá te quiero'". Los presos de la voracidad materna se hacen llevar a la cárcel. La incisión estampa en la piel esa comunión por el odio. El odio provoca a la policía por medio de la mirada del tatuaje. Esta mirada denuncia la impotencia del agente de la castración simbólica. El segundo sentido mencionado lo expresa Eleonora. Ella tiene la convicción de que no hay manera válida de discriminación de un todos. "¡Somos todos iguales, señora! Vaya a preguntarles que le digan la verdad, todos la dibujan, ninguno va a decirle lo que piensa de verdad por no quedar cuadrado! Se hacen cualquier cosa por tener un tatuaje, ya es tenerlo, tener cualquier cosa, una mancha, ahora piensan así". Sólo queda apoderarse de cualquier parte de lo mismo, una mancha, de la toda-mancha en que se vive abigarrados; para defenderse de la invasión del enemigo se recurre al camuflaje. En el tercer sentido, como amuleto, es investido de mágica omnipotencia. En un intento de separación, el sujeto fascinado quiere recuperarse adueñándose de la mirada, estampándola en su cuerpo. Funciona para él como un conjuro contra el mal de ojo que lo atrapa e inmoviliza. Por ejemplo, un tatuador, mostrándome un ojo tatuado por él en su mano izquierda cuando tenía 14 años, dice: "No sé si te fijaste, este tatuaje es representación de Dios: el ojo, y está mirando. Lo saqué del billete de un dólar". El imaginó realmente sustraerle el ojo al poder del dólar, mostrándolo tatuado en y por su mano, como impotente para gozarlo a él.
En la actualidad la práctica masiva de tatuarse manifiesta una paradoja, que padecen los sujetos de la adolescencia: en la marca donde buscan localizarse como sujetos, son capturados por una marca de moda. Para muchos jóvenes de hoy, la angustia no proviene de una luz que los mira y no los ve: en situaciones cada vez más habituales, la luz tiene ojos: filma. La angustia proviene de un exceso de visibilidad: nos podemos ver vistos en las pantallas de los televisores. Los dioses de este mundo, más que observar se muestran, hasta cegar con sus ojos voraces, insaciables, el ojo por donde el deseo puede ver. El resultado es una visión abúlica en muchos grupos de adolescentes. Pero hay recursos frente a la mirada invasora: el tatuaje es uno de ellos. Funciona como mirada expropiada para la infatuación narcisista. Pero, además, en la satisfacción pulsional, realiza la ilusión de impotentizar, burlándolo, al ojo del Otro, una de las formas iluminadas del "dios oscuro". Si la mirada ve, atrapa. El tatuaje, irreal, le sustrae a la mirada el ojo maligno mostrándose mirada. * Psicoanalista. Codirectora de La Estación, Taller de Elección Vocacional para Adolescentes.
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