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Por Angeles Espinosa Enviada especial a Teherán Samira Yamee ni siquiera sabe muy bien cuándo es la cita con las urnas. Y eso, a pesar del encarnizado debate que la convocatoria electoral de mañana ha desatado entre los principales grupos que compiten por el poder en Irán. A un día de las primeras elecciones municipales desde la creación de la República Islámica (1979), la movilización popular es mínima. Sin embargo, son 300.000 los candidatos que aspiran a ocupar cada uno de los 120.909 puestos de concejal en liza en todo el país, y el gobierno de Mohamed Jatami espera de la participación ciudadana una aprobación a su política reformista. No estoy muy al tanto de la política, se justifica Yamee, una universitaria teheraní que refleja una actitud bastante extendida. Sin muchos datos sobre el contenido real de los consejos islámicos que van a elegirse para regir las ciudades y pueblos iraníes, la preparación de los comicios ha puesto de relieve los dos modelos de sociedad que enfrentan al estamento dirigente. Por un lado, el que aboga por el continuismo que favorece al ala más conservadora del clero, con el apoyo del bazar (los comerciantes tradicionales) y de los sectores sociales que se han visto beneficiados por la Revolución Islámica. Por otro, el que preconiza una reforma (dentro del sistema) hacia la apertura y la modernización de la sociedad, que piden los jóvenes (el 50 por ciento de la población tiene menos de 20 años), las clases medias urbanas y todos aquellos que sólo han visto deteriorarse su situación económica en las dos décadas de régimen teocrático. El debate se hubiera saldado en las urnas si no fuera por las particularidades del sistema iraní. El enorme respaldo popular obtenido por Jatami en las presidenciales de mayo de 1997 (un 70 por ciento de los votos con un 87 por ciento de participación) no se ha traducido todavía hoy, casi dos años después, en un verdadero control de los órganos de gobierno a causa del poder temporal que ostenta la figura religiosa del guía espiritual, el ayatola Alí Jamenei, la máxima autoridad del país. De él dependen las Fuerzas de Seguridad, la Radiotelevisión y numerosos órganos de escrutinio y supervisión que influyen directamente en que los poderes legislativo y judicial estén en manos conservadoras. De ahí el interés de Jatami y de quienes lo respaldan, una inesperada coalición de moderados y radicales que han captado el anhelo de cambio de sus compatriotas, en consolidar la experiencia democrática y fortalecer la sociedad civil que los apoya. De ahí también el temor de los conservadores a dar su visto bueno a unos candidatos que, temen, van a poner en peligro su modelo de país. Si la asistencia a la plegaria de los viernes en la Universidad de Teherán sirve de termómetro, el fervor revolucionario ha descendido considerablemente. Decenas de autobuses traen aún cada semana a las familias de los arrabales del sur de la capital y centenares de hombres y mujeres (separados por una lona) ocupan el campus para escuchar al orador de turno, pero ya hace años que la multitud no llena el recinto. El pasado viernes, el ayatola Ahmad Yanati apenas logró que los congregados corearan dos o tres veces, y un tanto desganados, el ya tópico Down, down with America (sic, Abajo, abajo con América), aunque no desaprovechó la ocasión para dar consejos electorales. Ustedes deben votar a alguien que crea en este sistema, pidió Yanati en la segunda parte de su sermón. Su pasado importa. Debe creer en la Revolución; ser honesto; estar de vuestro lado. Si no, olvidará para qué le han votado. Tiene que creer en todas las creencias del ayatola Jomeini y en el velayat-e-faguit. Y por si había dudas sobre con quién están sussimpatías, añadió: Algunos (candidatos) siguen el mismo esquema que en Occidente. Hacen cualquier cosa para ganar. Tal vez Yanati se había percatado del despliegue de carteles y de propaganda electoral en los alrededores de la universidad. Desde el jueves, cuando por fin se hicieron públicas las listas de candidatos aceptados, los partidos y asociaciones que respaldan a los aspirantes próximos a Jatami han inundado las calles de Teherán con sus pósters. También en el resto del país ha habido campaña, pero el carácter local de los comicios resta contenido político a la convocatoria en pequeñas ciudades y pueblos, donde lealtades familiares o tribales se imponen a otras consideraciones. Es en las grandes ciudades del país (Teherán, Isfahán y Mashad) donde conservadores y reformistas van a medir fuerzas. En la capital, donde vive una sexta parte de la población y deben elegirse 15 concejales, el campo pro-Jatami logró finalmente la aprobación por los diferentes comités electorales de su figura clave, Abdolá Nurí, el ministro del Interior al que los conservadores derribaron la pasada primavera con una moción de censura en el Parlamento. En un gesto de apoyo que debió doler a sus enemigos políticos, Jatami lo nombró entonces vicepresidente para Asuntos Sociales, un cargo para el que no requería el visto bueno de los diputados y del que dimitió hace unas semanas para poder presentarse al consejo municipal de Teherán.
JATAMI IMPONE CAMBIOS EN LA POLICIA POLITICA Por A. E. desde Teherán
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