|
Meyer Lansky y Benjamín Bugsy Siegel eran hombres hechos, tipos recios con los que no se podía jugar, las versiones judías de Jesse James y Butch Cassidy. Forajidos urbanos, material de leyenda y al cabo de película. Por eso no extraña el estreno de Lansky, un telefilm que transmitirá el domingo la cadena por cable HBO, que está desterrada de Capital pero se mantiene en varias localidades del interior del país. El dúo operaba en una época en que los judíos eran inmigrantes y la mayoría de los caminos legítimos para avanzar dentro de la sociedad estadounidense estaban cerrados para ellos. Si Bugsy fue el chico glamoroso del hampa, Lansky fue el tío contador de todo el mundo, especialmente al final de su vida mientras deambulaba de aeropuerto en aeropuerto tratando de encontrar un país que lo admitiera y no lo extraditara para ser enjuiciado en Estados Unidos. Pero fue el fundador y jefe de La Organización, un eufemismo para una alianza de gangsters que no vacilaba en ordenar un asesinato si alguien se cruzaba en el camino de sus operaciones ilícitas. Francis Coppola y Mario Puzo retrataron esta dualidad brillantemente en El Padrino, con Lee Strasberg como el anciano Lansky, retirado en un suburbio de Miami, comiendo un sandwich de atún frente al televisor y luego volando a La Habana para presidir la división de territorios de la mafia. Ben Kingsley le dio otro ángulo en Bugsy, de Warren Beatty. Lansky, en tanto, le da a la historia un nuevo aspecto, a través del ojo del elíptico dramaturgo David Mamet y el protagónico de Richard Dreyfuss. Mamet dirigió films de fuerte impacto y particular artesanía, como Casa de juego, Las cosas cambian, e Investigación de un homicidio. Los que esperan un Padrino judío encontrarán algunas diferencias con el toque Coppola. Porque, según dice Dreyfuss, los judíos tenían una actitud diferente de la de los sicilianos frente a su vida criminal. Una de las principales diferencias era que los italianos entraron en el crimen organizado y se quedaron en él, apuntó, agregando que los judíos entraron en él hasta que tuvieron una base y cierta seguridad y luego se retiraron. Los hampones judíos querían unirse a la sociedad estadounidense lo más pronto posible, explicó Dreyfuss: los italianos pasaron el legado del crimen organizado a sus hijos. Sea como fuere, Meyer Lansky no se consideraba un gangster. En el film se refiere a sí mismo como un jugador, un hombre de empresa y al final, resumiendo su vida sin presentar disculpas, explica: Se hace lo que hay que hacer en el momento, con las mejores luces que se tengan. La historia comienza con Lansky en su último día en Israel, donde tras ser excluido de la Ley de Retorno que dice que cualquier judío tiene el derecho a la ciudadanía israelí, espera la deportación mientras reflexiona sobre su vida y sus tiempos. El retrato que surge es favorable, un hecho que el productor ejecutivo del telefilm, Fredo Zollo, atribuye a la fuerte simpatía de Mamet por el hampón. Para Mamet, Lansky parece algo como una versión primaria de un miembro de la Liga de la Defensa Judía, quien tras ver los horrores perpetrados contra su gente en la Polonia rusa promete que nunca más debe suceder en su propio hogar. En ese sentido lo ve con una especie de aura heroica, dijo Zollo.
|