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Una familia acribillada por una venganza mafiosa

Seis miembros de una misma familia fueron muertos a balazos  en Lomasde Zamora. Había un nene de 7 años y una nena de 12. La hipótesis de la policía apunta a un ajuste de cuentas.

Chicos: Los tiros, la carrera de los matones, el grito de Elba desde la puerta del rancho, con la ingle llena de sangre: “¡Me mataron a los chicos!”.

La casilla de Santa Catalina, la ropa de los chicos fusilados.
Una venganza por otro asesinato y algunos kilos de cocaína.

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Por Cristian Alarcón

t.gif (862 bytes) Las masacres a sangre fría ya no vienen en los clásicos envases, no tienen nada que ver con complejas psiquis de asesinos en pueblos texanos. Ni siquiera con celos, o psicópatas odontólogos cansados de maltratos femeninos. Este crimen múltiple, el primero en lo que va del año, y uno de los más cruentos que registra la crónica policial argentina, está más cerca de las formas colombianas. En la madrugada de ayer, seis integrantes de una misma familia fueron acribillados a balazos en menos de cinco minutos. Entre ellos un nene de 7 años y una nena de 12. La hipótesis en la que la policía trabaja es la del ajuste de cuentas entre traficantes de cocaína. Los tres hombres que entraron en la casucha del barrio Santa Catalina, de Lomas de Zamora, a tiro limpio con sus 9 mm, habrían conseguido vengarse por otro asesinato reciente y la mexicaneada de más de siete kilos de “merca”.
A la 0.03, la hora del asesinato múltiple, la familia casi completa se distribuía entre el patio y las dos estrechas piezas de la casilla de chapas y cartón. Estaba el televisor encendido en las noticias. Elba Gilda Silva de Suárez, la mayor de las mujeres, de 54 años, daba de comer a los nenes en el comedor. Víctor Páez, de 26, y su pareja Adriana Suárez, de 27, estaban tirados en la cama de la pieza. Edgard Damián, de 16, disfrutaba metido en la pelopincho del fondo. En otra de las camas de la pieza dormía Marcelo Suárez, de 17. En la casa también había una beba de meses y dos chicos de tres y once años. Y la que sobreviviría con un tiro en la cadera, haciéndose la muerta, Elba Suárez, de 39.
El barrio Santa Catalina está hecho como los campamentos de emergencia. De casas de material interrumpidas en la mitad de las paredes. Y ladrillos apilados a la espera de cemento y trabajo. Hay ropa de niños colgada por todas partes, perros ulcerosos, charcos podridos, una zanja en el fondo con un puente de madera que podría haberse quebrado cuando escaparon los asesinos, a pie, seguramente por allí. Alrededor, los pastizales hacen de parque. Y en los descampados hay uno que otro caballo puro hueso.
La noche de ayer era todo sombras. Después los tiros, la carrera de los matones, el grito de Elba desde la puerta del rancho, con la ingle llena de sangre: “¡Me mataron a los chicos!”.
Cuando todo ocurrió casi nadie se animó a salir de las casas de la cuadra. Hubo uno que llamó a la ambulancia. Nadie llamó a la policía. A Elba la atendieron primero una vecina, después en el hospital Allende de Lomas, de donde sí avisaron a la 7ª. De la investigación se hicieron cargos los hombres de la DDI de Lomas. Cuando llegaron, una vecina tenía ya a los nenes a los que les perdonaron la vida, la de meses y los de tres y once años. En la casa, los cuerpos de Páez y su mujer Adriana que alcanzaron a levantarse y quedaron tirados en el pasillo. Con él los matones se ensañaron. Estaba desfigurado. En el comedor, alrededor de la mesa, hallaron muertos a la abuela, Elba Gilda, y Daniel de 7 y Gildita, de 12. En la pieza, sobre la cama, el cadáver de Marcelo. En el patio, dentro de la pileta, con una herida grave en la pierna izquierda, Edgard. El agua se había puesto roja como un Bloody Mary.
Elba Suárez, la mujer de 39, quien hacía poco había salido de la cárcel después de un pelea donde la habían apuñalado, fue atendida, y ayer a la tarde declaró. La mujer sabía desde el portazo de los asesinos qué estaban haciendo y por qué. Según su versión, que alimenta la hipótesis de los investigadores, todo se suscitó por otro crimen, en el que el muerto fue su ex concubino, Oscar, alias “el Cabezón”. El hombre cayó redondo por los tiros que le habría dado hace nueve días uno de los hijos de la mujer, conocido como Michael, y prófugo desde entonces. No era cualquiera en el barrio. Manejaba una banda de narcos conocidos como “los trece nenes”. Michael y otro Suárez no sólo se habían cargado al padrastro, sino que después se quedaron con siete kilos de la mejor. Michael sigue prófugo no tanto por miedo a la ley, como por escapar a los traicionados que desde que les mataron al capanga buscaban la venganza, que saborean desde ayer.

 

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