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LOS MILITARES VUELVEN A LAS CALLES A DIEZ AÑOS DEL CARACAZO
De los fusiles al pico y la pala

Para conmemorar la tragedia del Caracazo, el gobierno de Chávez lanza un plan de  obras civiles administrado por el Ejército.

Los manifestantes corren luego de incendiar un auto en Guarenas, la ciudad en donde estalló el Caracazo.
Por una semana, Venezuela se convirtió en una tierra de nadie con un saldo de más de 300 muertos.

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Por Pablo Rodríguez

t.gif (862 bytes) El huracán Hugo ahora quiere derribar el recuerdo trágico del Caracazo. Cuatro meses antes de que aquí, en 1989, la hiperinflación provocara la ola de saqueos sobre el final del gobierno de Raúl Alfonsín, la capital de Venezuela anticipó el escenario de manera mucho más macabra: ante el aumento de precios que siguió al plan de ajuste del entonces presidente Carlos Andrés Pérez, los saqueos, las manifestaciones y la represión dejaron 300 muertos –más de un millar según cifras no oficiales–, 2000 heridos y denuncias de desapariciones y fosas comunes. Hoy se cumplen 10 años del estallido y, para conmemorarlo, el actual presidente Hugo Chávez, ex golpista devenido “abanderado de los humildes”, pondrá en marcha la primera parte del megaplan cívico militar “Bolívar 2000”, en el que 70.000 miembros de las Fuerzas Armadas y 200.000 voluntarios –según las estimaciones del propio Chávez– saldrán durante seis meses a construir puentes y carreteras, reparar escuelas, colaborar con centros de salud y asistir a los pobres. “No se trata de un simple plan operativo, es una forma de gobernar”, dijo el coordinador interministerial del plan, William Fariñas.
En la construcción de su figura de iluminado, a Chávez siempre le gusta recordar que fue en el Caracazo, del lado de las fuerzas de represión, cuando se dio cuenta de que debía defender con esas mismas armas al pueblo. Tres años después de aquella semana violenta, intentó un golpe de Estado fallido, repitió el intento desde la cárcel en noviembre de 1992 y comenzó a erigirse en la gran esperanza de Venezuela, a pesar de la pinta de monstruo que le adjudicaban todos los respetables formadores de opinión nacionales y extranjeros. El Caracazo se convirtió de este modo en el principio del fin de un paraíso –la Venezuela saudita– y Chávez, entre los escombros de la clase política, promete hoy el comienzo de otro.
La semana trágica
A tres semanas de asumir por segunda vez la presidencia de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, el mismo que había sido el campeón de la nacionalización del petróleo en la década del ‘70, anunció un acuerdo con el FMI. El paquete de medidas económicas incluía una liberación de precios que duplicó en un día, entre otras cosas, el costo del transporte. En Guarenas, una ciudad dormitorio a 25 kilómetros de Caracas, el aluvión que durante años había sido tapado por la bonanza petrolera bajó a las calles el lunes 27 de febrero. La ola de saqueos se extendió rápidamente en varias ciudades del país y por la noche, con un balance provisional oficial de 37 muertos, el gobierno declaró el toque de queda y con ello la suspensión de las garantías constitucionales. La policía había mantenido durante la jornada una actitud casi contemplativa –abundan los testimonios sobre oficiales perplejos y estáticos–, por lo que el Ejército y la Guardia Nacional (policía militarizada) se hicieron cargo de la represión a partir del día siguiente.
Los disturbios y los combates continuaron en Maracaibo, Mérida, Barquisimeto, San Felipe y otras ciudades del interior venezolano. Caracas se convirtió en una ciudad militarizada. Hacia el viernes 3, ya había 15.000 soldados. Vehículos blindados, helicópteros y francotiradores estuvieron vigilando y atacando los principales “ranchos” –villas miseria– de Caracas, especialmente en El Valle, donde los disparos y los allanamientos continuaron hasta el sábado 4. Al día siguiente se levantó el toque de queda y comenzaron a llegar los recuentos oficiales definitivos sobre las consecuencias de la tragedia. El 80 por ciento de los muertos había sido baleado y la Guardia Nacional fue acusada de inventar “listas de subversivos” para sacar “patente de corso” para la represión, como dijo en aquel momento el presidente de la Federación de Derechos Humanos, Ignacio Ramírez. Pero entre los muertos también había hombres cortajeados por los vidrios de los comercios saqueados, sordos que ignoraban las voces de alto de los policías y niños que, ante un momento de calma, salían de sus refugios improvisados para llamar a su casa diciendo que estaban a salvo. Se hicieron célebres “las escaleras de la muerte” de Petare, un barrio popular del este de Caracas. Estas escaleras, único paso que conecta algunos de los barrios más marginales, ubicados en los cerros, con el centro de la ciudad, fueron rodeadas por los militares y “a la gente que pasaba la agarraban entre dos fuegos: nunca supimos cuántos muertos hubo allí, porque por la noche se los llevaban en camiones”, recuerda el padre Matías Camuñas, quien con la sotana ensangrentada les daba la extremaunción a los restos que salían hacia el cementerio.
Un año después de esa gigantesca batalla campal en todas las ciudades venezolanas, las manifestaciones se repitieron –pero con un modesto saldo de 30 heridos– y ciertos descubrimientos espeluznantes agrandaron el shock que el Caracazo significó para el país. En el principal cementerio de la capital, se encontró una fosa común, conocida como “La peste”, con 68 bolsas de cadáveres. Sólo tres pudieron ser identificados antes de que se paralizaran las investigaciones. Venezuela, una de las ovejas blancas de Sudamérica que permaneció inmune a la epidemia dictatorial de los ‘70, tenía ahora un pasado donde se acumulaban de manera hiperrápida las palabras “desaparecidos” y “tumbas NN”.
“Operativo Dorrego” a la venezolana

Pero la responsabilidad del horror, pasado el tiempo, no tuvo color verde oliva. Lentamente, Chávez fue haciendo de su pasado golpista un capital a favor y un reaseguro de que iba a derrotar a la clase política venezolana que despilfarró los petrodólares y que en estos tiempos, cuando el precio mundial del crudo bajó a la mitad de su valor a mediados de los 80, debía abandonar el barco. Con casi el 60 por ciento de los votos obtenidos el 6 de diciembre pasado, el huracán Hugo parece estar en vías de lograr la convocatoria a una Asamblea Constituyente para disolver virtualmente el Congreso y reemplazar un régimen democrático tradicional por un embrión de corporativismo que aún no queda claro en qué desembocará.
A Chávez no le gusta que lo comparen con Perón, o con Fidel Castro –a quien dice admirar–, ni con ningún otro líder. Quizás quiera ser recordado simplemente como Chávez. Sin embargo, el Plan Bolívar se presta a las comparaciones. En 1973, durante el gobierno peronista de Cámpora, se lanzó el “Operativo Dorrego”, en el que militares y voluntarios salieron a las calles a pintar escuelas, arreglar hospitales y dar luz y agua a barrios carenciados. Claro que la envergadura del programa venezolano es mucho más amplia. El fondo inicial para los primeros seis meses del Plan Bolívar es de 20 millones de dólares. Todos serán obtenidos mediante ahorros de diferentes ministerios y dependencias, en especial de los recortes en los gastos de la presidencia, de donde provendrán diez millones de dólares.
El mismo Chávez se encargó de darle un tono dramático al Plan Bolívar 2000. Dijo que el 2 de febrero pasado recibió “una bomba social”, que esto lo tiene “muy angustiado” y que el programa, cuyo éxito depende de que logre “enamorar al pueblo”, debe ser el inicio de un cambio en el nivel de vida de la población. Una manera original, sin dudas, de intentarlo. Y como para que quede claro el carácter de redención del plan, sentenció: “Maldito sea el soldado que vuelva sus armas contra el pueblo”.

 

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