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LA OBRA “LONG PLAY” INICIA UNA ETAPA DE RENOVACION DEL LICEO
Eran 33 revoluciones por minuto

En el teatro porteño más viejo, entre los que aún están en pie, se estrenó esta semana una pieza de estética, espíritu e ideario setentista.

Una muestra de lo que la obra intenta reflejar, como parte del revulsivo espíritu de aquellos 70.
En el hall del teatro hay una exposición de objetos de arte que homenajean al disco de vinilo.

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Por Cecilia Hopkin

t.gif (862 bytes) Licenciado en Psicología y desde hace años crítico de teatro del diario La Nación, Pablo Zunino cambió radicalmente sus actividades cuando fue convocado por el productor Carlos Rottemberg para desempeñarse como director artístico del Teatro Liceo. Y a pocos meses de iniciada su gestión, Zunino acaba de concretar su primer proyecto: esta semana se estrenó en la sala de Rivadavia y Paraná la comedia policial de Jorge Leyes Long Play (33 revoluciones por minuto), bajo la dirección de Máximo Salas. De características poco convencionales, la obra constituye una apuesta fuerte, si se consideran las dimensiones y la estructura tradicional de este teatro. De los que quedan en pie, el Liceo es “el más antiguo de Buenos Aires, construido en 1872”, según acota Zunino a Página/12.
El estreno es, para el circuito comercial, atípico por donde se lo mire: la obra no cuenta con un elenco de figuras conocidas masivamente y reúne en su realización a un integrante de las nuevas generaciones de dramaturgos y a un director con una trayectoria asociada al teatro de experimentación. Además, con motivo del espectáculo, un grupo de artistas plásticos instalará en el atildado foyer del Liceo una muestra de obras realizadas tomando al vinilo como elemento básico de expresión. A Zunino no le gusta demasiado el título de director artístico. Prefiere, en este momento, definirse como “el armador de un proyecto”, el encargado de proponer un tema, de “abonar y mover una idea”. De hecho, Leyes encaró la escritura de la obra en base a experiencias propias y ajenas que el mismo Zunino aportó a partir de la necesidad que ambos tuvieron de reflejar la década del 70 y sus contradicciones culturales desde un ángulo distinto. “Intentamos contar nuestra juventud de otra manera”, aclara.
Las historias de traiciones y dobleces que desarrolla la obra tienen el valor de proyectarse sobre un presente que admite hasta montoneros conversos. La acción de Long Play... transcurre a fines del ‘75, poco antes del golpe militar. Un grupo de músicos enrolados en la canción de protesta se propone grabar un disco en un estudio pero manteniendo el clima de barricada de un festival. Entre amenazas de atentados y pasiones cruzadas desfila una serie de personajes típicos de la época, algunos de los cuales reaparecen en el segundo acto, prácticamente desconocidos. Porque para entonces han pasado 25 años y el estudio se ha convertido en el impersonal recinto donde se organiza una rave multimedia.
–¿Cree que hay temas pendientes en la dramaturgia local?
–Sí, la dramaturgia está todavía muy dominada por temáticas –y abordajes– muy propios de la modernidad: hay muchísimas obras sobre la pareja, la familia o la tercera edad, historias de mujeres, de género, pero todas con un abordaje propio de los 70, lo cual significa, por ejemplo, que el mundo del trabajo sea visto como un lugar de alienación o como un lugar donde se desarrolla la lucha de clases. Todavía no aparece el tema del impacto de la tecnología en la vida cotidiana. Long Play... tematiza el cambio de paisaje tecnológico, el paso de lo mecánico a lo virtual. Al festival de los 70 y la era mecánica le corresponde la rave y la tecnología digital de los 90. La obra también toma otra realidad: así como hubo una mutación tecnológica, hubo también una mutación humana, una suerte de “Chernobyl genético” que está directamente relacionado con el exilio y la caída del Muro, el liberalismo o Internet. La historia muestra a dos generaciones, tiene algo del orden de la saga, pero sin pretensiones ensayísticas. La realización de Long Play... demandó una investigación de época a todo nivel. La búsqueda del vestuario de los intérpretes, por ejemplo, obligó al equipo a deambular por ferias americanas y cotolengos de la ciudad. La mayoría del instrumental técnico de la época que aparece en escena, en cambio, parecía esperar el proyecto en el propio depósito del Liceo, ordenado disciplinadamente, casi conformando eras geológicas, según relata Zunino.
–¿Qué representa el vinilo en la obra?
–Representa el mundo de lo mecánico, junto con el Winco, que es como una de las máquinas de Da Vinci, a engranaje y poleas. Los que rondan los 40 recordarán que cuando no funcionaba bien se le ponía una moneda o se le destrababa el plato de un golpe. Hoy los ingenieros de sonido y los dee jays defienden al vinilo con una pasión fundamentalista: ellos afirman que tiene un sonido natural, superior en calidad al “sonido de laboratorio” del compact. El vinilo tiene algo de epopéyico, su información está totalmente expuesta. Y esta empresa “a cuerda” despierta una gran carga afectiva.

 

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