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EN UN HISTORIAL CLINICO, LA
MISTERIOSA RESISTENCIA DEL ELLO
Quien busque jirafa, sapo hallará
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Un caso clínico
zoológico, el de la ilusionista ilusionada, ayuda a entender uno de los
conceptos más oscuros del psicoanálisis: la resistencia propia del inconsciente.
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Por Sergio Rodríguez
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Cierta vez, una
ilusionista fue a pedir análisis a un viejo analista. La aquejaba una situación muy
particular. Con regular frecuencia, la llamaba una mujer para contarle lo bien que la
pasaba en las actividades sexuales que frecuentemente llevaba a cabo con el Jirafa,
sobrenombre del marido de la consultante. En los comienzos de esta situación, la maga no
atinó a otra cosa que a interrumpir la llamada y correr a relatarle al Jirafa lo
ocurrido. Quien mostró sorpresa e inocencia, lo que a ella no le resultó difícil de
creer. Tenía un matrimonio bien avenido, no había razones para sospechar. Las llamadas
se tornaron frecuentes y la situación una tortura. La afectada quiso convencer a la otra
para que dejara de comunicarse con ella. Imposible. La intrusa aprovechaba para entrar en
conversación y contarle los detalles más tortuosos de los supuestos encuentros.
Ciertos hechos fueron patentizándole al oficiante que los dichos de la señora eran
veraces, aunque resultaran inverosímiles. La otra le contaba detalles, ya no sólo de sus
relaciones con el Jirafa y de las partes cubiertas del cuerpo de éste, sino también de
pasos que daba en su cotidianeidad la consultante. El psicoanalista le sugirió (ante una
implicación perversa a la hija de la paciente por parte de la voz telefónica) que
acudieran a un juez para que les intervinieran el teléfono y parar la acción de la
intrigante. El Jirafa se opuso, las llamadas cesaron. La ilusionista no dudó de su
marido.
Mientras, se fue desplegando el relato de otros problemas que afectaban a la consultante.
Entre ellos, una poderosa fobia a las aguas. No soportaba que estuvieran por encima de sus
rodillas.
Se recordaba como una niña enamorada de su papá hasta la pubertad. En esa época, éste
se fue de la casa. Según su recuerdo, no sólo se separó de la esposa sino también de
los hijos. En la medida en que se fue desenvolviendo el análisis, narró una enorme
dependencia de la madre con respecto a su propia madre, o sea, la abuela de la paciente.
La ilusionista reconocía en sí un gran afán de perfección. Retirado el padre de la
casa, había tomado a su cargo muchas de las funciones que él ejercitaba. ¡La madre era
tan tonta, tan incapaz para las cosas prácticas!
El análisis se fue desplegando muy rápidamente. Soñaba y trabajaba regularmente esos
sueños. Lo mismo ocurría con otras formaciones del inconsciente. Y con el análisis de
algunas modalidades de goce. Un mundo se había abierto. Las interpretaciones relanzaban
productivamente su discurso. Por ejemplo: a raíz de un sueño, analizó su rutina sexual.
La misma consistía en practicar el coito siempre de la misma manera para que ella pudiera
arribar al orgasmo. Tenía que estar encima de él, montarlo. Señalado el significante,
montarlo, acudieron muchas asociaciones. Sobre la posición de ella jefatureando la
familia, a la vez que montándose en ciertos aportes del esposo para el sostenimiento de
la casa, particularmente en el terreno monetario.
En ese decurso, comenzó a analizar las razones inconscientes de su elección de
profesión. Su pasión por velar el saber sobre la verdad. Se produjeron cambios en
conductas de la paciente en relación con lo real de su vida. Por ejemplo, acotó sus
tendencias altruistas, que reconocían como sustento el inmenso goce narcisístico que le
producía su identificación a la función fálica.
En dicho trance soñó lo siguiente: iba a un zoológico y, cuando llegaba al lugar de las
jirafas, encontraba sólo sapos. Se disgustaba y decidía seguir adelante. Llegaba a una
hermosa playa con un mar muy sereno y se adentraba en sus profundidades sin ningún temor.
Se despertó angustiada.
El psicoanalista se inquietó. Decidió interpretar igual. No hacerlo podía resultar
peor. Lo identificaría al superyó de la analizante, estimulando la angustia y trabando
la continuidad.
Encontrar sapos en vez del Jirafa, la incita a no quedarse, seguir, y meterse en
profundidades que la angustian.
Un silencio denso pobló el consultorio. Después de un rato dijo: Esto es muy
duro. El analista preguntó: ¿Desacertado?. Ella contestó: No,
pero muy duro.
No quedaba otra que dar por terminada la sesión.
Dos o tres días después, la ilusionista llamó por teléfono al analista y le dijo que
por un tiempo iba a dejar de concurrir. Este le preguntó por qué. Ella argumentó que no
le resultaba soportable. El analista le preguntó si eso estaba relacionado con el último
sueño, lo que ella confirmó. Vuelta de él a preguntarle si estaba en desacuerdo con la
interpretación, vuelta de ella a reafirmarla, pero con un comentario agregado: que, de
seguir por el camino que estaba transitando con el análisis, tendría que tomar
decisiones para las que no se encontraba preparada; que, más adelante, seguramente iba a
volver.
Al analista se le hizo evidente que momentáneamente no había más que hablar. También
se le precipitó el recuerdo del planteo freudiano sobre la viscosidad de la libido. Y las
disquisiciones de Lacan sobre el goce y sus relaciones con el deseo. Quedó cavilando
sobre la función de resistencia al deseo, que habitando rutinas, el goce suele jugar.
En Inhibición, síntoma y angustia, Freud dejó escrito: Tras cancelar la
resistencia yoica, es preciso superar todavía el poder de la compulsión de repetición,
la atracción de los arquetipos inconscientes sobre el proceso pulsional reprimido; y nada
habría que objetar si se quisiese designar ese factor como resistencia de lo
inconsciente. Lacan planteó que el inconsciente no resiste, el inconsciente quiere
hablar. Lo que es así, como efecto de la causa del deseo y del deseo como causa. Pero en
lo citado, Freud plantea lo inconsciente, en referencia a lo constituido por la atracción
de los arquetipos inconscientes sobre el proceso pulsional reprimido. Articula (según yo
lo leo) arquetipos y lo pulsional reprimido, o sea, modelos particulares, arcaicos y
reprimidos de goce.
Hago la hipótesis siguiente. Los arquetipos inconscientes de goce aludidos por Freud como
causa de la resistencia del ello son escrituras de un saber hacer inconsciente que guían
hábitos del sujeto ante vericuetos de su vida. Como los análisis lo muestran, propician
su estar en el mundo, generando la ilusión de ser, a la vez que funcionan como
resistencia a deseos inconscientes, que no han podido salir de esa categoría en función
de aquélla. Abandonar dichas posiciones de goce para las que hay causa, o sea
significantes en lo inconsciente, no resulta sencillo. La alternativa planteada por el
deseo, que como sabemos está causado por lo que falta y circula entre los significantes,
no es sencilla, pues, por esas mismas razones, no ha encontrado aún cuáles son los
significantes posibles para escribir el acto que lleve lo deseado al terreno del goce.
Cuando esa falta de significantes, de causas para un nuevo goce, parece radical, o cuando
la valentía del sujeto resulta insuficiente, éste no atina a otra salida que refugiarse
en su fantasma. En su función de acotar y propiciar el goce a través de la repetición
de un saber hacer dentro de los límites que encuadra con una apariencia de objeto, por
fuera de la conciencia, y como resistencia a lo fundante del deseo, a su causa, la falta
de objeto.
Si advertimos esto, tenemos algunas chances de encontrar una vía contra la resistencia,
menos confiada a la intuición o la experiencia, esas funciones tan inasibles y muchas
veces engañosas. Tenemos a mano un elemento conjeturable, calculable, más o menos
mensurable, como presencia o ausencia de saber hacer inconsciente en el más allá del
fantasma que sostuvo la vida hasta entonces. La cuestión del timing se libra del
almanaque y del reloj, y se integra a la lógica discriminada por Lacan. Se trata, en las
ocasiones referidas, de conjeturar si hay la dotaciónsignificante mínima que permita al
momento de concluir (interpretación, escansión, intervención) abrir el tiempo de un
nuevo acto, para el sujeto en análisis.
* Director de la revista Psyché.
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Muchos consideran el coito como un
suplicio
Un análisis de los deseos y las angustias que
giran alrededor de la clonación, y una razón final para seguir arriesgando
la vida bajo el empuje de Eros.
Por Raúl Courel *
Las noticias sobre
clonación de seres humanos revuelven ostensiblemente los espíritus y provocan un cúmulo
de reflexiones y debates éticos acerca de si debemos o no poner un límite a
investigaciones que nos aproximarían, biología mediante, a la inmortalidad. Estos
desarrollos tecnológicos afectan, entre otras cosas, a la sexualidad humana.
La continuidad de cualquier espacio requiere, aunque sus individuos perezcan, que al menos
una parte de su sustancia viva no muera. En los humanos, como en otros casos, algo del
protoplasma que porta la carga eléctrica resulta en cierto modo inmortal, conservándose
a través de la reproducción sexuada. Las técnicas de clonación ofrecen formas de
perpetuación de las especies que no requieren de la reproducción sexuada. Se abre así
la posibilidad, hasta ahora inexistente, de que el hombre se reproduzca sin relaciones
sexuales. Tal vez ésta sea, en primera instancia, la consecuencia de mayor impacto sobre
nuestra psicología.
El psicoanálisis, que investiga los malestares humanos, comprobó que las relaciones
entre los sexos son habitualmente conflictivas, predisponiendo a variadas formas de
prescindencia de la vida sexual. Hasta ahora, siempre que hemos querido asegurar
descendencia no hemos tenido más remedio que pensar en un congénere del sexo opuesto y
pasar, inexorablemente, por la cópula sexual. Aunque la mayor parte de la gente no
encuentra este itinerario tan desagradable como para renunciar a él, no pocos lo
consideran un verdadero suplicio. Ellos, probablemente, encontrarán que es una bendición
del cielo procrear sin mezclar sus fluidos con el otro género.
Algunos no aspiran sólo a procrear sino a vivir eternamente. Para darse el gusto, una
solución sería trasplantar de manera reiterada el propio cerebro a clones de uno mismo.
Lamentablemente, la cosa no podría extenderse más allá de la vida de nuestras neuronas.
¿Será posible entonces trasplantar el pensamiento a otro cerebro como se trasladan los
programas y archivos de una computadora a otra? Si lo fuera, tal vez no sería
indispensable tener un clon para no morir, bastaría con mudarse al cuerpo de cualquier
otro. Sin embargo, ¿sería psicológicamente posible mantener el sentimiento de ser uno
mismo separados del cuerpo original que tenemos? Quasimodo, ¿sería Quasimodo en el
cuerpo de Adonis, o viceversa?
Los hombres no han esperado a la ingeniería genética para jugar a los dioses. Jugar tal
vez sí, pero serlo de verdad siempre fue tan irrealizable como ser padre e hijo de sí
mismo. No se le puede hacer pito catalán a la imposibilidad de repicar y estar en misa al
mismo tiempo. No es casual que la teología encuentre en el llamado misterio de la
Trinidad uno de sus temas principales: en Dios, el padre y el hijo se hacen uno.
En los consultorios, el psicoanálisis comprueba todos los días que los padres quieren
ver en sus hijos algo así como sus clones, esperando continuarse en ellos. Nunca lo
logran, al menos nunca lo suficiente como para salvar el propio pellejo. Eso no impide que
algunos de sus rasgos de personalidad continúen en sus sucesores bajo la forma de gestos,
actitudes e incluso gustos e ideas: las singulares maneras de ser y querer de cada uno.
Para esto no hace falta clonarnos.
Por último, si para la inmortalidad de los clones es superflua la distinción entre
machos y hembras, es probable que los hombres continúen eligiendo, como siempre lo
hicieron, arriesgar la vida bajo el empuje de Eros. De otro modo, cuesta imaginar en qué
consistirían los pasatiempos más divertidos.
* Decano de la Facultad de Psicología de la UBA.
DESDE MARZO, EN LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
Sistema previsional para psicólogos
Por Mario J. Molina *
En marzo próximo, los
casi 8000 psicólogos de la provincia de Buenos Aires accederán a un sistema previsional
propio, gracias a la Ley 12.163 promulgada y sancionada en setiembre último. Ese
territorio pasa a ser el único en el país con una Caja únicamente para los psicólogos.
Hasta ahora, la seguridad social era cubierta por el magro sistema de Autónomos regulado
por el ANSES, y del cual casi todos escapábamos en mayor o menor medida. Es conveniente
que los propios beneficiarios puedan asegurarse la administración de los fondos que
aportan. De esta forma los fondos se encuentran protegidos por su dueño, el trabajador,
quien se convierte en el principal interesado en que el sistema funcione bien.
Estas razones justifican la obligación de afiliarse y aportar a un seguro que permitirá
disponer de un ingreso mensual en el momento de retirarse de la fuerza laboral o en caso
de muerte o invalidez. Un sistema como éste otorga primacía a la dignidad del
trabajador, pues le permite tomar decisiones sobre sus fondos y sobre su futuro. En el
sistema están acogidos todos los psicólogos matriculados en la provincia de Buenos
Aires.
* Presidente de la Federación de Psicólogos de la República Argentina (Fepra); ex
presidente del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires.
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