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Soledades

 

Por Juan Gelman

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t.gif (862 bytes) Se estima que asciende a casi 20.000 el número de libros publicados acerca del genocidio que el nazismo perpetró. Siguen apareciendo, como si el tema se hubiera convertido en una pregunta central -–y sin respuesta-- que la cultura de Occidente se hace a sí misma. La Shoah transgredió los límites de todo lo imaginado antes como humanamente posible. El universo de los campos de concentración desgarró de manera definitiva el tejido del mundo moderno y la burocratización de la muerte suscita interrogantes al parecer insolubles. Se explica, entonces, esa marea de reflexión sobre materia tan desesperadamente oscura como la civilización que padecemos. O "la condición humana", algunos dicen, como si ésta pudiera ser quirúrgicamente separada de aquélla.

La destrucción de los judíos en Europa -–más de mil páginas que explican detalladamente el cómo de la Shoah--, publicado en 1961, permanece como un pilar fundamental en medio de ese oleaje. Raul Hilberg, su autor -–que nació judío en 1925 en Viena-- se asila con la familia en Nueva York cuando Hitler anexa Austria en 1938. A los 18 años se enrola en el ejército de EE.UU. y se lo destina, porque habla alemán, a un servicio de inteligencia encargado de interrogar a prisioneros de guerra. El 30 de abril de 1945, una semana antes del término de la conflagración mundial en Europa, su unidad entra en Munich y es instalada en el cuartel general del partido nazi. Hilberg se encuentra allí con su obsesión: descubre 60 cajas con parte de la biblioteca personal del Führer y las explora. La misión de interrogar a familiares de jerarcas nazis ya lo había fascinado "por la persistencia del espíritu alemán, antes, durante y después del régimen hitlerista: nadie se sentía culpable en Alemania". El judío vienés quiere comprender ese fenómeno.

De vuelta a casa, ingresa en la Universidad de Columbia para estudiar historia y ciencias políticas. Elige la Shoah como tema de su tesis. Tiene 22 años y así entra en los territorios de la soledad intelectual. Le aconsejan que elija otra materia de investigación. Su director de tesis, Franz Neumann, le anuncia que, si insiste, tendrá un entierro académico y nunca una cátedra. "Todo eso pasó", le decían hace medio siglo, tal como hoy proclaman interesados en que no se revisen complicidades con y responsabilidades en el genocidio argentino. Hilberg sufría otras pruebas de su soledad social. El general Patton, su general, consideraba que los judíos eran "inferiores a los alemanes" y "en la mayoría de los casos, una especie subhumana". Hitler dijo que ser judío es una enfermedad. En 1946 se realizó una encuesta entre las tropas de ocupación yanquis en Alemania: reveló que el 22 por ciento de los interrogados creía que "los alemanes bajo Hitler tenían buenas razones para perseguir a los judíos". En EE.UU. imperaban tiempos prósperos traídos por la guerra, los nazis habían sido juzgados en Nuremberg y la Shoah era asunto terminado, sólo vivo en la identidad y la conciencia de una minoría. El Comité Internacional de la Cruz Roja, institución benemérita, extendía salvoconductos a nazis importantes como Adolf Eichmann, Klaus Barbie y Erich Priebke para que huyeran salvos a América latina; en 1949, tres años después de los juicios de Nuremberg, el CICR no vacilaba en otorgarle uno a Joseph Mengele para que entrara a la Argentina. Hilberg había presenciado cómo los jefes de su unidad reclutaban a colegas nazis prisioneros y no renunció a su empeño.

Después de leer 40.000 documentos en archivos alemanes, polacos y estadounidenses, presentó en 1952 una tesis de 800 páginas que mereció el elogio de sus examinadores. Allí empezó para Hilberg la soledad editorial. La Universidad de Columbia, editora natural de la tesis, envió el original al Centro del Holocausto de Jerusalén y recibió una opinión negativa: el texto contiene pasajes que señalan cómo los consejos judíos organizados por los nazis, aunque salvaron algunas vidas, sirvieron en realidad a la política de exterminio. Otro lector consultado opinó que la obra era "injusta con los alemanes". La Oklahoma University Press la rechazó porque el autor observa que Hitler se limitó a completar el pensamiento de Lutero, que en Los judíos y sus mentiras los califica de "perros sedientos de sangre de la cristiandad" y de "pestilencia y desgracia" para Alemania. Otras editoriales adujeron que la Shoah era "un tema agotado". La obra es finalmente publicada en 1961 por Quadrangle, una pequeña editorial, pero sólo se reconoce su importancia a fines de los años '70, cuando la guerra de Vietnam cambió las preguntas de la sociedad estadounidense.

En Política y memoria, una suerte de autobiografía que apareció hace un par de años, Hilberg no perdona ni una sola de las críticas y ninguno de los obstáculos que dificultaron su camino, aun cuando los denostados por él -–Hanna Arendt, por ejemplo-- ya están muertos. La valentía intelectual no siempre linda con la grandeza. A veces sólo es madre de resentimientos.

 

 

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