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El silencio cómplice de las embajadas europeas

Con la excepción de EE.UU. en el período Carter, la única ayuda que los perseguidos podían esperar era la que daban, a título individual, algunos diplomáticos. Sus gobiernos callaron.

A partir de enero de 1977, EE.UU. recibió denuncias en su embajada.
Carter fue el único en presionar y criticar por los derechos humanos.

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t.gif (862 bytes)  La mayoría de las embajadas extranjeras en la Argentina no desarrolló una política oficial de defensa de los Derechos Humanos durante la última dictadura militar. Prefirieron, en cambio, cuidar las relaciones comerciales con el gobierno de facto. Con la excepción del gobierno de Estados Unidos, ninguna otra representación diplomática presionó o realizó formalmente un pedido de informes sobre la situación de los entonces detenidos. Página/12 dialogó con familiares de desaparecidos que, en forma casi unánime, declararon no haber recibido apoyo oficial de los países de los que eran ciudadanos. La escasa colaboración que les permitió salvar algunas vidas provino de la voluntad personal de algunos funcionarios extranjeros que gestionaron por sus propios medios la forma de sacarlos del país.
A partir de enero del ‘77, cuando asumió la presidencia de EE.UU., Jimmy Carter llevó a cabo una política de firme defensa de los derechos humanos. Esto llevó a que su gobierno se manifestara activa y continuamente contra la represión que se estaba llevando a cabo desde el Estado argentino. “La embajada estadounidense funcionaba en ese momento como un centro oficial de recepción de las denuncias de nuestros familiares y de los organismos de defensa de los Derechos Humanos. Se contaba con el aval expreso del gobierno; no se trató de actitudes individuales sino de una postura general de la administración de Carter”, explicó a este diario Oscar Serrat, periodista de Associated Press, quien estuvo detenido y pudo ser liberado gracias a la presión del gobierno norteamericano.
El caso de las embajadas europeas fue distinto. Nunca contaron con decisión política de los gobiernos de reclamar en forma oficial por la situación de los detenidos y los únicos casos que prosperaron fueron aquellos gestionados por representantes diplomáticos que intercedieron personalmente. Suecia tuvo una actitud intermedia: en el caso de la detención y desaparición de la ciudadana sueca Dagmar Hagelin, las gestiones que llevó adelante el embajador fueron aprobadas e impulsadas por el mismo gobierno. Ragner Hagelin, padre de la joven desaparecida, reconoció el apoyo oficial que recibió de la embajada. Su búsqueda empezó el 27 de enero de 1977, cuando su hija fue secuestrada. Desde el principio, tuvo reuniones con el embajador sueco, quien encabezó la gestión para lograr la liberación de Dagmar. En su conversación telefónica con Página/12, Ragner Hagelin elogió y a la vez criticó el accionar del gobierno de su país, ya que “si bien todo lo que hizo el embajador fue una gestión oficial, autorizada por el gobierno de Suecia”, también cometió lo que él considera un error imperdonable de toda diplomacia: actuar por lo bajo, silenciosamente, cuidando los intereses de su país. “El gobierno, a través de su embajador Bertil Kollberg, tomó a su cargo el tema de mi hija, tanto que hizo responsable de su vida al gobierno argentino. Suecia actuó activamente pero no a fondo. Si lo hubiese hecho con total energía y sin esa diplomacia silenciosa que buscaba proteger sus intereses económicos, yo sé que mi hija se hubiera salvado”, sentenció.
Para España e Italia, adoptar una postura oficial que cuestionara el accionar de la dictadura argentina no fue una cuestión de Estado, ni siquiera cuando afectaba a sus ciudadanos. Ninguno de los dos países decidió tomar a su cargo la responsabilidad de reclamar por ellos. “Nosotros denunciábamos, ellos pedían y recibían negativas, pero no eran las mismas respuestas para todos, porque algunos tuvieron la suerte de ser salvados, no por el embajador o el cónsul, sino por las relaciones que podían tener a través de ciertas empresas italianas con el gobierno militar. De todos modos, siempre fueron actitudes personales. No había una política de ayuda de parte de la embajada porque tampoco la había desde el gobierno italiano.” Así describieron su experiencia Lita Boitano y Mabel Gutiérrez. Ambas forman parte de la agrupación Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, y aunque reconocen y agradecen lo que hicieron algunos representantes diplomáticos, saben que nada de lo que selogró fue por voluntad de los gobiernos, que prefirieron no quejarse oficialmente.
Los familiares de los desaparecidos aún sienten indignación. Saben que a pesar de todas las pruebas que tenían, para las embajadas los negocios con la Argentina eran la prioridad. “Salvar vidas, era eso. Nosotros pedíamos por nuestros familiares vivos. Si cualquier gobierno se hubiera comprometido realmente, podría haberlo hecho”, dice Lita, consciente de que esa decisión podría haber cambiado sus historias.

(Investigación de Florencia Griecco.)

 

OPINION
Por Andrew Graham-Yool

Un hombre de suerte

Tuve suerte. Tres embajadas apoyaron mi exilio en 1976. Por haber sido representante “clandestino” de Amnesty International desde 1971, Francia puso a mi disposición todos los pasajes necesarios para la fuga familiar. Canadá dio a entender que se podían obviar restricciones burocráticas si elegía Toronto. La embajada británica llevó a mi casa los pasaportes para viajar (aclarando el funcionario, en tono irónico, que en el consulado no me querían ver ni en foto). El Reino Unido fue generoso en recibir chilenos y uruguayos durante el gobierno laborista que precedió a la victoria electoral de Margaret Thatcher en 1979. Los suecos, en Santiago y Buenos Aires, se portaron como duques, tramitando el asilo hasta de gente que hubieran preferido que no fuera a Estocolmo porque pensaban, razonablemente, que les sería imposible instalarla en Suecia.
España, Francia, Alemania, Venezuela y México actuaron rápidamente para salvar vidas argentinas. La embajada mexicana fue anfitriona accidental durante años del ex presidente Héctor Cámpora y de Juan Manuel Abal Medina. Muchos diplomáticos pedían que no se diera publicidad a arrestos de ciudadanos extranjeros, arguyendo erróneamente que se podía lograr más en la negociación secreta que en la estridencia periodística. Esto responde a la naturaleza de la diplomacia. La impresión tradicional es que las embajadas son centros de poder, de conspiración y consulta imprescindible.
La realidad es que, salvo casos excepcionales como la ocupación de la embajada de EE.UU. en Teherán durante 444 días, o el asalto a la representación japonesa en Lima, las legaciones son agencias comerciales pobladas de burócratas cuyo mayor deseo es pasarla bien, vivir de los gastos de representación y ahorrar sus sueldos. En resumen, que se los moleste lo menos posible.
En cuanto a fuentes de información, su confiabilidad parte de ser asiduos coleccionistas de recortes periodísticos. Claro que hay casos históricos que parecen negar tal aseveración, como el de las embajadas de Estados Unidos en Santiago de Chile y en Buenos Aires en vísperas de los golpes de Estado de 1973 y 1976. Pero aún así respondían a instrucciones que partían de los arquitectos de la política exterior.
No hay una conducta única hacia el exilio. Por lo general los beneficios parten de esforzados y solidarios funcionarios (salvando distancias, no abundan los Raoul Wallenberg), no de una política de país o de embajada. No se le puede pedir a una embajada más de lo que puede dar.

 

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