Por Carlos Rodríguez
Desde Catamarca
La sentencia no
sólo tiene que ser justa, también tiene que perseguir el fin de lograr la paz
social. La frase es escuchada muchas veces en boca del doctor Santiago Olmedo de
Arzuaga, un santiagueño menos solemne de lo que indica su nombre y buen decidor de
cuentos. El fue el presidente del tribunal que llevó con mano segura la causa más
peliaguda de su carrera judicial: el crimen de María Soledad Morales, ocurrido el 10 de
setiembre de 1990 y clausurado en el segundo juicio oral definitivo, que finalizó hace un
año con las condenas de Guillermo Luque (a 21 años de prisión) y de Luis Tula (nueve
años) por violación seguida de muerte agravada por el uso de estupefacientes. Tendrán
que pasar todavía algunos años, otros juicios y varias elecciones para saber si han
cerrado las heridas que abrió un caso que partió en dos a la sociedad catamarqueña. Y
habrá que ver si algunas instituciones, como la Justicia y la policía, mejoran la imagen
negativa ventilada a lo largo del último juicio oral.
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Indulto 1: El fallo fue apelado por los defensores de los condenados y está en la Corte
Suprema de la Nación, pero ya se habla de un posible indulto si Ramón Saadi vuelve a ser
gobernador. Respeto la Justicia, no pienso indultar a nadie, dijo Saadi
anticipándose a la especulación, dada su amistad con los padres de Luque. Debe
estar pensando en el indulto. ¿Para qué hablar, entonces, si es un atributo del
gobernador sobre el que no tiene que dar explicaciones a nadie, declaró a
Página/12 uno de los máximos referentes del Frente Cívico y Social, que el 21 de marzo
dirimirá con el saadismo la elección a gobernador.
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Indulto 2: Los Luque están especulando con la Corte y con el indulto; yo creo que
Saadi es capaz de todo. Ada Morales, madre de María Soledad, teme que se esté
trabajando en las sombras por la libertad de los condenados. Hace dos semanas,
cuando el presidente Carlos Menem visitó Catamarca, en el aeropuerto lo esperaba
Florencia, la mujer de Guillermo Luque. Hubo abrazo con la joven esposa y besos para
Tomasito, el único hijo de Luque. Ese día afirmó Ada, Menem vino a
festejar con los autores y encubridores del crimen de mi hija.
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Guillermo: Luque está cada vez más gordo y su actividad en la prisión es prácticamente
nula dado que ni estudia ni trabaja. No voy a hablar hasta después de las
elecciones, fue el mensaje que hizo llegar a este diario, que lo intentó
entrevistar en la penitenciaría Julio Herrera. El único privilegio de que parece gozar
Guillermo es el de la comida que le lleva puntualmente, todos los días, su mujer
Florencia. Y también las visitas de Pilar Kent, la esposa de Ramón Saadi. Su padre, el
verborrágico ex diputado Angel Luque, tampoco hace declaraciones. Otro afectado por el
silencio es el abogado defensor Víctor Pinto, suspendido por seis meses por el Tribunal
de Disciplina del Colegio de Abogados de Catamarca. Lo sancionaron por faltas
éticamente reprochables. Llegó a un acuerdo extrajudicial y ni siquiera lo
consultó al cliente.
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Tula: Luis Tula es la antítesis de Guillermo. Además de estudiar abogacía, se esfuerza
por mantener la silueta. Se lo puede ver con un elegante pantalón y remera, como cuando
hacía suspirar a las chicas en el boliche Clivus. Su defensor, Carlos Avellaneda,
declaró a este diario que esperan de la Corte Suprema que disponga la nulidad de lo
actuado y que haga un nuevo juicio o que directamente lo absuelva dado el tiempo
transcurrido. El abogado dijo que aguarda una pronta resolución de la Corte,
en razón de la trascendencia que tuvo el caso.
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Freezer: En la causa hay dos condenas, pero ninguna otra flor. A lo largo del juicio
fueron señaladas más de cincuenta personas cuya investigación se requirió por estar
supuestamente incursas en los delitos de falso testimonio, encubrimiento, apremios
ilegales o presión a testigos. Los fiscales Marcelo Forner, Alejandra Bartolomé, Hernán
Salazar y Patricia Olmi dieron curso a las causas por falso testimonio, pero todavía no
hay resolución judicial alguna. La fiscal Bartolomé interviene en la causa por
encubrimiento, que tampoco tiene ningún resultado a la vista. En otra causa están
imputados dos amigos de Luque, Hugo Hueso Ibáñez y Luis Loco
Méndez, como presuntos coautores del crimen de María Soledad. La causa, que se mueve a
duras penas, está en el juzgado a cargo del doctor José Carma, que ya intervino en la
instrucción de la causa central. Desde setiembre no se hace nada y ahora la cosa que
complica porque Carma sufre una desgracia personal: en poco tiempo murieron su mujer y uno
de sus hijos.
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Gatillo: El 30 de noviembre de 1995 fue asesinado Hugo Barbero, un hombre con antecedentes
penales. Lo mataron de un balazo calibre 22 que ingresó por la nuca. Los acusados fueron
los policías Juan Carlos Herrera y Néstor Randolfo Espeche. En el primer juicio oral y
público intervino la Cámara del Crimen número dos. En forma increíble, aunque todas
las evidencias señalaban a Herrera como tenedor de la pistola 22, los jueces condenaron a
Espeche, quien sólo había disparado al aire con su arma reglamentaria. Apelado el fallo,
la Corte de Catamarca consideró inadmisible la sentencia y ordenó un nuevo
juicio. Allí fue condenado Herrera a ocho años de prisión por homicidio
simple y hubo una fuerte crítica al encubrimiento de la jefatura policial, muy
similar al del caso María Soledad. El nuevo tribunal, integrado por Olmedo de Arzuaga,
observó que hubo una sospechosa y gravemente irregular actividad de la policía
preventora. Advirtió que lo que se presentó como una simple
desprolijidad sería una actividad deliberada tendiente a borrar todo signo de
responsabilidad de los incriminados. La corrupción policial en Catamarca no es cosa
del pasado.
En
Catamarca todavía
hay mucha autocensura
El fiscal Taranto, que llevó el caso. |
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Por C. R.
Gustavo Taranto, el
fiscal cordobés del caso María Soledad, dijo que hoy volvería a pedir las
mismas condenas para Guillermo Luque y para Luis Tula, al tiempo que consideró que en
Catamarca hay todavía mucha autocensura para hablar libremente del caso.
Sobre el fallo de hace un año, opinó que tal vez le dio cierta pacificación
a la provincia.
Usted vive en Córdoba pero viaja a Catamarca para dar clases sobre derecho penal.
¿Cuál es la reacción a un año de la condena?
La primera sensación que tengo es que en Catamarca nadie se acordaba de la fecha.
¿Eso es positivo o es negativo?
Es difícil poder determinarlo. Fue una causa muy caliente, que generó grandes
divisiones, de allí que resulta sorprendente que no haya tantas reacciones. Sería
positivo si es un signo de madurez de una sociedad que dejó en la Justicia la resolución
de un caso complicado.
¿Cuál es la reacción de los jóvenes frente al caso?
En Córdoba y en La Rioja, por pedido de los centros de estudiantes, hemos
organizado con José Buteler (uno de los abogados de la familia Morales) algunas mesas de
debate. En esas provincias se observa una mayor avidez que en la propia Catamarca. Los
jóvenes, estudiantes de derecho, hacen preguntas técnicas sobre el juicio, pero también
dan sus opiniones. Quieren saber si sufrimos presiones de la prensa o del poder político.
También hay expresiones en favor de los condenados que parecen preparadas por (José)
Vega Aciar (uno de los letrados de Luque).
¿Y por qué cree que en Catamarca no se da la misma participación?
Yo voy poco a Catamarca, sólo para tomar exámenes. De todos modos, lo que se
observa es que hay una gran autocensura. Esto se debe, por lo general, a que en cada
comisión siempre hay un familiar de un testigo, un amigo de la víctima o de los
condenados, y esto genera censura en los demás. Las discusiones con mayor libertad se dan
fuera de Catamarca.
¿Qué piensa hoy sobre la sentencia?
Lo único que puedo decir es que hoy haría el mismo alegato (pidió 23 años para
Luque y 10 para Tula) y que el tribunal resolvió conforme a derecho. Si bien el fallo fue
apelado ante la Corte Nacional, que no se ha expedido, creo que la Justicia ha dado al
caso la mejor solución.
Dicen que una sentencia, además de justa, debe servir para pacificar los ánimos.
¿El fallo de hace un año sirvió a ese objetivo?
El tribunal fue cauto porque al dictar sentencia condenatoria no pidió también la
detención de testigos por falso testimonio o de funcionarios acusados de encubrimiento.
Fue un gesto, porque siempre una condena genera reacciones. Tal vez la tranquilidad que se
observa en Catamarca esté diciendo que se logró cierta pacificación, pero lo que
importa es que la Justicia dio respuesta en una causa muy complicada.
JESUS MURO, EL MOZO DE CLIVUS, UN
TESTIGO CLAVE
Un hombre con la conciencia en paz |
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Tuve que aprender a decir la verdad.
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Por C.R.
Gracias a Dios me
siento bien, con la conciencia tranquila, porque creo haber cumplido con una sociedad que
me condenó durante seis años por mi silencio. Jesús Muro, el ex barman de Clivus
el boliche donde fue a bailar María Soledad la última noche de su vida hace
la afirmación frente a su humilde casa en la localidad de Collagasta, a 20 kilómetros
del centro de Catamarca, mientras se cobija bajo la sombra de dos palos borracho y es
vigilado de cerca por un policía que se moviliza en un patrullero destartalado. La
custodia será permanente hasta febrero del 2000, porque los jueces temen que pueda ser
víctima de una represalia por haber incriminado a Guillermo Luque y a Luis Tula.
Cuando Muro se refiere a la condena de la sociedad, habla de las veces que le
gritaron mentiroso por la calle, cuando todavía callaba su verdad: que había
visto a María Soledad, la noche del homicidio, en el boliche Clivus, acompañada por
Luque y por Tula. Yo creo que hasta la falta de trabajo, en esos seis años, se
debió a que todos me señalaban con el dedo por no decir la verdad. Hoy sostiene
que está muy tranquilo porque tomó conciencia, junto con su familia,
de que tenía que decir la verdad de una vez por todas. Sostiene que a la hora
de reflexionar lo ayudó el hecho de que al menos tengo la escuela
primaria cumplida.
Al pensar en la suerte de Luque y Tula, admite que a nadie le gustaría estar
adentro de la cárcel, pero recalca que si hicieron algo, tienen que cumplir
la condena porque así lo entendió un tribunal. Mientras su hijo mayor, Jonathan
Ezequiel (4), manotea el grabador del cronista, Muro informa que tiene trabajo fijo en un
vivero, pero pide reserva del nombre, para no perjudicar a nadie. Con la frase
demuestra que, a pesar de todo, el estigma del caso lo persigue.
Muro asegura que ya nadie lo molesta ni le grita cosas por la calle. El caso María
Soledad ya fue, dice un testigo de la charla y eso parece ser cierto porque en
Catamarca se habla poco y nada del caso. Sin embargo, como la marca de una herida sobre la
piel, el monolito que recuerda a la joven asesinada, en el camino que lleva a la casa de
Muro, es un testimonio viviente. Miles de personas lo visitan mensualmente. Por algo Muro
le puso María Soledad a su hija menor.
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