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Por Carlos Polimeni El único helicóptero que la multitud vio en toda la noche fue uno de la Policía Federal, que a las 22.10 monitoreaba desde mediana altura la zona de Puerto Madero. Veinte minutos después, cuando la primera parte del show estaba terminando, Charly García concretó el homenaje a los desaparecidos más meneado de la historia: simplemente, invitó a las Madres de Plaza de Mayo presentes a compartir su gigantesco escenario. Lo hizo con palabras que parecieron elegidas. Ahora van a venir unas amigas mías, anunció a la multitud que los organizadores calculaban en casi doscientas mil personas. Lentamente, y después de varios segundos, catorce Madres encabezadas por Hebe de Bonafini ganaron el centro de la escena. Charly, cariñoso y por un único momento de la noche relajado, buscó la humanidad de Hebe y le propuso un abrazo. El abrazo resultó largo y apretado. La multitud aplaudió, sostenidamente. Unos segundos después, brincando como un gnomo, Charly buscó las manos de la primera de la fila, y las sacó en trencito hacia el backstage, preñado de gente. Durante todo ese momento, que cerró la primera parte de las tres que tuvo el recital, había sonado el tema Kill my Mother. La noche resultó un tributo de Buenos Aires a uno de sus creadores más importante del último medio siglo, un tributo a uno de sus hijos dilectos. El agradecimiento de la gente a un artista que colocó en su inconsciente colectivo un puñado de canciones indestructible, que son ya propiedad de todos, y que el paso del tiempo potencia. La multitud que tapizó el predio ubicado frente al escenario que da espaldas al río esperó con disciplina durante más de una hora el inicio del espectáculo sin evidenciar malhumor alguno, sabiendo de antemano que con García siempre es dable esperar sorpresas. El video de ocho minutos firmado por Cuatro Cabezas, la productora de Mario Pergolini con que se largó la actividad fue poniendo en clima a la multitud, con un recorrido por algunos momentos de la carrera del personaje de la noche. Charly, que siempre habló de sí con más propiedad que nadie, apareció así contándole al público que su profesión, y su karma, es ser estrella de rock. Que desde que se encontró en su adolescencia con Los Beatles soñó con eso. Que es un trabajo difícil y encantador, y que alguien debe hacerlo. Que no podría vivir sin sentirse una estrella de rock. Que odia a los fascistas y los tipos de anteojos negros. Y que cree que dentro de cada hombre puede haber un tipo de anteojos negros. Los tres minutos en que las Madres subieron a escena fueron simbólicos: la artillería de las partes, en el conflicto que los enfrentó desde que Hebe cruzó con todo la idea de Charly de homenajear a los desaparecidos recreando los vuelos de la muerte, ya había sido generosamente gastada. La reconciliación estaba firmada y lo que restaba era exhibirla en público. Charly se dio el lujo de demostrar su poder al elegir el marco, un show enteramente tuyo y ante la mayor multitud que haya reunido en sus ya casi treinta años de carrera. Fue jugando con esos elementos, en una gastada que no explicitó, ni tenía sentido hacerlo, que las hizo participar del tema Kill my Mother. Al comenzar la segunda parte, diez minutos después, vino Los dinosaurios, acaso el mejor aporte suyo en forma de canción a la memoria colectiva en torno al tema de la represión ilegal. De cualquier modo, lo que la gente se llevó fue el momento visual y no su banda de sonido. Está claro que con personajes así, que por un motivo u otro están clavados en la conciencia nacional, la gente siempre es buena. Y tiene razón. En lo formal, el recital fue bastante parecido a los dos de Obras de fines del año pasado, con la banda más ensayada aun así hubo momentos inenarrables y Charly habiendo dormido casi 20 horas antes de salir a escena. La clave, ya se sabe, no es la actualidad: son esas canciones indestructibles, puestas en la sensibilidad de la gente por su propia decisión. El comienzo con Cerca de la revolución, Promesas sobre elbidet, Pasajera en trance y Rezo por vos puede obrar como un ejemplo de eso: al cantarlas junto a Charly, la gente celebraba anoche la historia de su propia vida, sus propios recuerdos. Luego de un fugaz paso de Javier Calamaro, casi como para mandarle más mensajes a Andrés, la presencia de Nito Mestre al promediar la segunda parte sirvió para demostrar que de ese reservorio de canciones podrían vivir con comodidad un par de generaciones de compositores. Aprendizaje, El show de los muertos y Música de fondo para cualquier fiesta animada constituyeron un viaje hacia el corazón de Sui Generis, el grupo que en los tempranos 70 abrió el rock al corazón de las masas, proceso en cuyo centro, hasta que estuvo concretado, siempre estuvo García. En un momento, mientras María Gabriela Epumer concretaba un solo, García salió de escena y se topó cara a cara con el secretario de Cultura, Darío Lopérfido, responsable del ciclo Buenos Aires Vivo 3. ¡¡¡Cómo te quiere la gente, Charly!!! le gritó el funcionario en medio del estruendo. Sí, ¡¡¡pero cómo toco!!! respondió el clown. Uno de los momentos más fuertes de un show desparejo en lo musical, pero emocionalmente estremecedor, fue el que vino después de eso, y comenzó con Demoliendo hoteles, con Fabiana Cantilo de invitada. No llores por mí, Argentina, remató ese clima, infalible. Con la fiesta desatada allá atrás y allá lejos al costado, a más de cien metros del escenario, pero en la primera fila también, Nos siguen pegando abajo y Peperina fueron marcando el pulso del final del show, hacia la medianoche, cuando los organizadores empezaban a respirar tranquilos, acaso como nunca en las últimas dos semanas. Charly estiró los bises por casi una hora más. En un momento. gritó: Yo no voy a ser candidato a nada. Voy a ser pre-sidente. Voy a ser el rey. La gente lo ovacionó. Del costado del escenario brotaron llamas cuando arremetió con Estaba en llamas cuando me acosté. El recital terminó a las 0.45 con Charly diciendo: Dedico esto show a los desaparecidos, y a los que están vivos. El sur de la ciudad estuvo toda la madrugada tapizado de gente conforme, y agradecida. Fue como si la ciudad le dijese gracias a García, le perdonase todo lo que se le debe perdonar, y se fuese a dormir contenta. Tarareando canciones que se le pegaron a la piel, y se le hicieron suyas.
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