Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


OPINION
El arte de no rendirse
Por Mario Wainfeld

Todos los participantes tienen una envidiable capacidad para enjugarse las heridas y seguir peleando. “No te des por vencido, ni aún vencido”, escribía Almafuerte y añadía en otro verso “y acomete feroz, ya malherido”. Esas estrofas deberían integrar la marcha peronista reemplazando alguna en desuso, por ejemplo aquella que zahiere al capital.
No sólo el presidente Carlos Menem pega aún desde el piso. Ramón “Palito” Ortega hizo en un par de semanas dos fuertes demostraciones de voluntad: se negó a llevar como compañero de fórmula a Alberto Pierri, lo que sumado a que las encuestas lo ponían muy por debajo de Duhalde llevó al menemismo a soltarle la mano. Entonces, en vez de llorar despecho, Ortega se sumó al duhaldismo.
Carlos Reutemann se ha ganado un espacio no menor. Es el único candidato potable que le queda en la manga al menemismo, si respeta la ley. Se ha hecho notar en su estilo hierático y esquivo. Y ha dejado muy claro que no acepta ser segundo de nadie. Hay que tener piné para decirle eso al Presidente en Olivos.
Alberto Pierri ha sufrido revolcones y desaires de casi todos, empezando por Duhalde y Ortega. Pero esta semana se cobró una: fue él el que motorizó la denuncia judicial por irregularidades en la convocatoria de la interna bonaerense que culminó en la decisión el juez Manuel Blanco que la suspendió. Y fue el adalid de la derrota de Duhalde de esta semana.
Pero no habrá ninguno como Menem. Parece tener cien vidas, como esos personajes de las actuales películas de terror que no pueden ser muertos nunca (como el Cady de Robert de Niro en Cabo de miedo o el de Glenn Close en Atracción fatal). Se lo balea, se lo estrangula, se lo ahoga y el “malo” o “la mala” regresan de la muerte o lo que sea con nuevos bríos.
Perder a Ortega fue para él un golpe durísimo, le había insumido tiempo, dinero y esfuerzo. Entre otras menudencias, lo nombró secretario de Acción Social y le posibilitó una banca de senador. No lo hizo para que se pasara al duhaldismo precisamente. Y sin embargo, no se arredró, contragolpeó obteniendo en el Consejo partidario la suspensión de la interna. Se quedó sin un candidato importante, algunos votos, ganó tiempo para inventar algo. ¿Es eso empate? Ni el más menemista de los menemistas puede creerlo, el Presidente perdió puntos, como lo viene haciendo desde hace rato. Perdió la elección con la Alianza en el ‘97. Perdió cuando apostó a que la coalición opositora se dividiría en el ‘98. Perdió cuando se propuso quebrar la voluntad de Duhalde de confrontar con él.
Se le escurre el apoyo de los gobernadores de su partido, poseedores de un capital político no menor (prestigio, votos, armados locales, intendencias). El entrerriano Jorge Busti (que ya juega con Duhalde), el santafesino Jorge Obeid (que juega con Reutemann y está contra la re-re) y el mendocino Arturo Lafalla (que no se define pero que no apoya la re-re) no son recién llegados a la política que alcanzaron rápidamente la cima. Son militantes peronistas de toda la vida, que armaron su carrera escalón por escalón. No son menemistas por estilo personal, no aman la farándula ni la noche porteña, y tienen su orgullo y su capital político en su conocimiento y su capacidad de administrar sus territorios. Su tarea obsesiva desde el ‘97 es evitar que la batalla entre los dos elefantes arrasara todas las flores del peronismo. Por mucho tiempo pusieron coto a las movidas de Duhalde. Y desde hace rato no acompañan las jugadas más personales del Presidente, por caso su rocambolesco acto en Parque Norte, aplaudido por funcionarios y cortesanos que no le pueden arrimar ni un consejo ni un voto. Los gobernadores de “las otras tres provincias grandes” saben que la condición mínima para un buen desempeño electoral del PJ es su unidad y que en este momento lo que la pone en riesgo sería que Menem se postulara a la presidencia. Paños fríos impone el sentido común de los otros peronistas con votos. Y Menem especula con eso (y logra algo) cuando busca, como esta semana, tiempo. No es “el pato rengo”, el presidente que va desinflándose porque le llega el final de su mandato. Pero cada vez está más solo. No tiene un candidato muleto porque Ortega dejó de serlo y Reutemann no se presta. No remonta el rechazo a su imagen en las encuestas. Hasta el final sólo lo acompaña un puñado de impresentables que sólo pueden aportarle cotillón y sólo dos hombres para armarle política: Alberto Kohan y Carlos Corach. Su voluntad es infinita, su ambición indomable, sus escrúpulos frente a la ley o a su palabra nulos. La Corte, si la presiona, seguramente avalará su capciosa e ilegal interpretación constitucional. ¿Por qué, entonces, no termina de lanzarse a la re-re? Porque –contrariamente a lo que parece pensar alguno de sus antagonistas e intérpretes– su ambición y su voluntad son enormes pero no irracionales. Hasta ahora, siempre frenó antes de llevar al peronismo a la ruptura o a la derrota segura. Conserva la iniciativa, gana tiempo, psicopatea con la re-re a propios y ajenos. Y ahí frena. Porque, a esta altura, si se lanza, las consecuencias son la división del PJ, su derrota segura y tal vez el tercer lugar (tras la Alianza y tras Duhalde). Eso, para un hombre que consiente que sus partiquinos ostensiblemente le dejen ganar al tenis, debe ser insufrible.
Todos son duros de matar. Son vivarachos, cambian de bando, saben dónde pegar a los ex aliados. El más duro de matar es el número uno. Que gana cuando de conservar poder y protagonismo se trata, y pierde cuando juega a perpetuarse..., pero él se hace el distraído. ¿Cómo terminará la pelea? La lógica cartesiana dice que en la lucha por un tercer mandato pierde por muchos puntos, que no hay escenario en que pueda ganar. Que en definitiva (como ya asegura la mayoría de los allegados a Duhalde) no sólo no ganará. Ni siquiera se candidateará, pues sería inmolarse él y su partido.
Pero eso es lógica cartesiana. Carlos Menem, el monstruo que nunca se rinde, pierde por puntos pero sigue en pie, en el centro del ring, tirando mandobles. Y en esas condiciones, quién se atreve a asegurar que para la re-re ya hay Game Over.

 

PRINCIPAL