Una escena de Gemelos, del grupo chileno La Troppa.
Obra de creación colectiva, inspirada en relatos infantiles.
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No me toquen ese vals, del conjunto peruano Yuyachkani.
Visión paródica de las derrotas de la militancia de los 70.
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Por Cecilia Hopkins
Para tener una idea más
o menos concreta de en qué andan los grupos teatrales latinoamericanos no hace falta
salir de gira, al menos en este momento. Organizado por el Teatro Cervantes, está
desarrollándose en Buenos Aires, hasta el domingo próximo, la segunda edición del
Encuentro Iberoamericano de Teatro, con presencia de elencos de Brasil, Cuba, Perú, Costa
Rica, Chile y España, que mantienen además un fuerte intercambio de experiencias y
discusiones teóricas con colegas locales. Ya hicieron lo suyo Brasil, Cuba, Chile y
Perú. Ahora llega el turno de los españoles de La Zaranda (Teatro Inestable de
Andalucía La Baja), que preestrenarán Cuando la vida eterna se acabe, y dictarán tres
seminarios, y del Teatro Quetzal, de Costa Rica, que ofrecerá una adaptación de El viejo
y el mar, de Ernest Hemingway.
El Festival, que mejora el del año anterior, abrió con la presentación del grupo cubano
Galiano 108 y el conjunto brasileño Piollin. Ambos expusieron un estilo de espectáculos
representativo de la corriente que intenta narrar historias integrando elementos mágicos
y cotidianos. Aparte del intenso compromiso corporal por parte de los actores, las dos
piezas tuvieron en común la presencia de ritos de raigambre popular y el protagonismo del
fuego, que siempre aporta su potente carga simbólica al impacto visual que provoca en la
escena.
Inspirado en un cuento de Joao Guimaraes Rosa, el director del grupo Piollin, Luiz Carlos
Vasconcellos, también responsable de la escenografía y la iluminación del espectáculo,
diseñó para Vau da Sarapalha una minuciosa ambientación valiéndose de enseres
domésticos campesinos distribuidos dentro de un vallado de estacas de madera tallada. De
este modo, consiguió delinear el precario refugio que comparten dos hombres enfermos de
malaria (Everaldo Pontes y Nanego de Lira). El relato de una pasión escondida (el amor
silencioso de uno de ellos por la mujer del otro) se abre paso entre los escalofríos y la
fiebre intermitente que acosa a los personajes, retratados según un trabajo de
estilización basado en las posibilidades físicas de los intérpretes.
El entorno mágico de estos habitantes de Minas Gerais (estado brasileño donde el propio
Guimaraes Rosa trabajó como médico) se completa con los rituales adivinatorios de la
negra Ceicao (Soia Lira) y su diablo, a cargo del músico Escurinho, que interpreta en
escena parte de la banda sonora del espectáculo. Mención aparte merece la composición
de Servilio Gomes, en el rol del perro que acompaña a los agonizantes.
Por su parte, la cubana Vivian Acosta estrenó su unipersonal La virgen triste, dirigida
por José A. González. Escrita por Elizabeth Mena, la pieza presenta un pequeño universo
en el que se mezclan los tiempos en torno a personajes que se resisten a la soledad que la
muerte representa para ellos. El espectáculo reconstruye la historia amorosa de Juana
Borrero, poetisa cubana de fines del siglo pasado, muerta en plena adolescencia. Más
allá de la sugerente atmósfera, en parte lograda con los candelabros encendidos durante
el espectáculo, el atractivo principal del montaje estriba en la vigorosa interpretación
de Acosta, quien pone sus variados recursos expresivos al servicio de un desdoblamiento
constante. Sin solución de continuidad y a partir del propio cuerpo más unos pocos
elementos de escena, la actriz compone a la vieja que invoca el alma de Juana para recrear
sus historias de amores y desengaños y a la propia adolescente, en laberíntico
itinerario.
La segunda semana inauguró con el grupo peruano Yuyachkani (expresión que en idioma
quechua significa yo recuerdo) y los chilenos de La Troppa. Dirigidos por
Miguel Rubio, los primeros estrenaron No me toquen ese vals, creación colectiva basada en
una particular lectura de Encuentro de zorros, del español León Felipe. Interpretada por
Julián Vargas y la excelente Teresa Ralli, la obra presenta a dos músicos de pueblo a
punto de comenzar su número, ella inmovilizada en una silla de ruedas, él detrás de una
batería. El humo que acompaña el momento inicial y la vestimenta decadente de ambos
tiñen el espectáculo de un patetismo burlón y caricaturesco. Entre anécdotas
deshilachadas y canciones de los 70 (ella da su versión de varios temas del repertorio de
Paco Ibáñez, infaltables en las reuniones de militantes de entonces), la invalidez de
los personajes habla del cambio de los tiempos y de la soledad de estos dos
sobrevivientes. En tono irónico o paródico, el discurso gestual y los relatos de los
personajes pregonan el amargo fracaso de una época.
Formado en Santiago de Chile hace 12 años, el grupo La Troppa utiliza para sus
producciones complejos dispositivos de escena que le permiten multiplicar el espacio a
voluntad. Su inspiración y originalidad está puesta al servicio de espectáculos
atractivos para espectadores de toda edad. Como en Viaje al centro de la tierra (estrenado
hace tres años en el Teatro San Martín), los actores que interpretan esta nueva obra de
creación conjunta cantan y bailan y manipulan muñecos y objetos para abrir otras
perspectivas en el relato. Pero en esta Gemelos el grupo se apropia con mayor énfasis de
la estética del relato infantil tradicional, no sólo para diseñar el aspecto exterior
de los personajes (como salidos de una ilustración de un libro de cuentos antiguo) sino
también para dar vida al argumento, con todos los estereotipos característicos del
género. La historia tiene un singular relato de fondo: todo transcurre durante la Segunda
Guerra y entre las desventuras de los hermanos están presentes la violencia de la
contienda y los campos de exterminio.
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