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OPINION
Arena en la garganta
Por Carlos Polimeni

Ayer fue un día de luto, hoy es un día de luto. La muerte no es ni de izquierda ni de derecha, ni peronista, ni radical, ni rockera o folklórica. La muerte no se le desea a nadie. La muerte deja a los vivos con gusto a arena en la garganta. La muerte de dos chicos en un recital –o en una cancha de fútbol, o en la calle, o en la vereda, o en una villa o en un country– debería sumir a la sociedad en un silencio del que sólo brotase dolor, detrás de la incredulidad. Las muertes no sirven, como sueñan los poetas y los revolucionarios inspirados. Las muertes siempre restan.
En torno de los espectáculos de rock ha habido en la última década varios hechos de muerte (la de Walter Bulacio, la del chico en la cola para sacar entrada para los Stones, la del pibe que intentó volar durante el recital de Kiss) pero esta es la primera vez que ocurren en el marco de un recital con responsabilidades del Estado. El Estado, en este caso el municipio porteño, estaba ayer comenzando a asomarse a la tragedia desde varias ventanas al mismo tiempo. Primero, la asunción de sus propias responsabilidades como organizador de megarrecitales. Además, la necesidad de impulsar una investigación concreta y precisa sobre las causas de las muertes y cómo pudieron haberse evitado. También, el cuidado de no dañar un criterio de uso de espacio público que se ha transformado en una de las pocas zonas de consenso entre los partidos y más allá de los partidos. Por eso la responsabilidad del Estado es investigar las muertes y evitar nuevas muertes en el futuro sin resignarse ante quienes pueden utilizar la muerte de los chicos para fogonear los mismos razonamientos terminales y prejuiciosos que esos chicos hubiesen combatido en vida. Hoy vale recordar que en 40 recitales, con asistencia de dos millones de personas, no había habido a lo largo de tres años de Buenos Aires Vivo, y tampoco en los encuentros en plazas y parques en todo el país, ningún incidente que saliese de la rutina de las lesiones leves.
El gobierno porteño tendrá el deber de responderle a las familias de los chicos. Los invitó a una fiesta y, por lo que fuera que fuese, hoy los sepultan. Otro puñado terminó herido, después de una serie de bataholas en la semi oscuridad.
Una investigación de la Justicia determinará ahora hasta qué punto la desgracia –dos chicos que se electrocutan, al caer un cable sobre un alambrado en el que están apoyados, acaso mojados– pudo haber sido evitada.

 

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