El
Poder Ejecutivo nacional ha resuelto someter a todos los habitantes y transeúntes de la
ciudad de Buenos Aires a la autoridad arbitraria de su policía. Desde ayer podemos ser
detenidos y penados por el Ejecutivo nacional cuando nos reunamos para peticionar, para
protestar, para repudiar o para cualquier cosa.
También podemos ser detenidos cuando un
funcionario policial invente que estamos ebrios, que somos delincuentes conocidos o que
llevamos cualquier cosa que a su juicio crea que puede servir para cometer un delito.
En otras palabras: el Ejecutivo nacional ha
decidido establecer el estado de sitio en la ciudad de Buenos Aires, en pleno año
electoral y cuando la ciudad, por primera vez, cuenta con un Poder Judicial propio y leyes
específicas y precisas al respecto.
Nadie se puede llamar a engaño respecto del
sentido y alcance de la medida presidencial: al Ejecutivo no le interesa el orden
público, la seguridad de los ciudadanos ni los problemas que puede causar la
prostitución. Todo esto es sólo un pretexto insólito e hipócrita para establecer su
dictadura policial, limitar cualquier derecho de reunión en la ciudad y cancelar todos
los espacios de autonomía pública.
Juez supremo de todos los habitantes y
transeúntes vuelve a ser el presidente de la República, que nos juzgará a través de un
funcionario por él nombrado y removido a discreción.
Es sumamente peligroso caer en la trampa del
tortuoso discurso presidencial y seguir discutiendo cómo resolveremos los problemas que
genera la prostitución en la ciudad, cuando la medida presidencial no es más que un paso
preparatorio de la violación constitucional a la prohibición del tercer mandato.
El juego presidencial consiste en distraernos
con prostitutas y travestis, para establecer el estado de sitio en una ciudad que le es
hostil, ocuparla policialmente y disponer del poder para cortar de cuajo cualquier
protesta cuando manipule su mayoría automática en la Corte Suprema para sobreseer la
causa de armas y para declarar inconstitucional la Constitución.
Hoy menos que nunca podemos dividirnos en la
oposición por los pretextos ridículos que nos inventa el Presidente. El peor error que
podríamos cometer es dejar que nos lleve de las narices el Ejecutivo nacional con sus
invenciones y provocaciones.
Nunca nos perdonaría el pueblo que
discutamos ahora los temas insólitos que nos lanza el Ejecutivo para distraernos, pasando
por alto que, mientras nos hace pelear por lo que él quiere, se le concede el espacio
para que prepare la violación de la Constitución nacional y la sacralización de un
régimen que no quiere interrumpir su larga cadena de corrupción.
* Jurista, legislador porteño de la Alianza. |