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Por Julio Nudler Aunque la sustitución del peso por el dólar es para la mayoría de los entendidos un proyecto muerto, Pedro Pou sigue invirtiendo tiempo en impulsarlo y preparando junto con Hacienda un sesudo trabajo que podría quedar concluido a fin de mes, para servir como presentación formal de la iniciativa ante sus pares norteamericanos, Alan Greenspan y Lawrence Summers. Mientras tanto, el presidente del Banco Central volvió a recibir ayer a un grupo de economistas para continuar propagandeando la iniciativa que lanzó en enero Carlos Menem. También en la víspera, un despacho de la agencia Reuters, fechado en Buenos Aires, aseguraba que el país quiere desprenderse de 16.000 millones de dólares que posee en bonos del Tesoro estadounidense, para recibir a cambio los correspondientes billetes verdes, que canjeará a su vez por el papel moneda nacional. Como fuente se menciona a un alto funcionario del Banco Central. El cable sigue explicando que la Argentina pretende que Washington, no obstante, le siga pagando la renta de esos bonos, lo que se conoce como señoreaje. En rigor, aunque la cifra dista de ser la correcta (en realidad, se parece más al monto de la base monetaria en pesos a rescatar), la operación fue aconsejada por Paul Volcker, ex titular de la Reserva Federal (banca central de Estados Unidos) y hoy consultor privado en busca de negocios con la Argentina, explotando los contactos que estableció en su época de altísimo funcionario. Según esta idea, la Argentina entregaría los bonos del Tesoro norteamericano como garantía, reteniendo por tanto su propiedad y el consiguiente derecho de percibir la renta que devengan. Con el respaldo de esos papeles caucionados a su favor, Estados Unidos debería realizar una emisión especial de dólares que le prestaría a la Argentina a largo plazo. El detalle particular de esta operación consiste en que se trataría de un préstamo gratuito, a conceder por las presuntas ventajas que obtendría Washington por la dolarización argentina. Como quiera que sea, el acuerdo tendría un costo fiscal para los norteamericanos, y por tanto exigiría según indicaron economistas no gubernamentales a Página/12 que el Capitolio vote la correspondiente partida, lo que constituye una piedra más en el camino de este proyecto. Lo único concreto hasta ahora es que Greenspan descartó de plano que Estados Unidos se involucre en la eventual decisión argentina de reemplazar el peso por el dólar, aclarando además que la política monetaria de EE.UU. seguirá atendiendo exclusivamente a la situación de su economía. Lo que Pou, con el acompañamiento de Pablo Guidotti (Hacienda), quiere de Washington son tres concesiones. Una es el ya mencionado señoreaje. Otra es la habilitación de una ventanilla especial, a la que poder acudir en momentos de apuro, para contar con un prestamista de última instancia. Y, en tercer término, un trato preferencial respecto del Nafta. Otro sinsabor se lo deparó a Pou y a través de él al presidente Menem- la calificadora de riesgo Moodys, que acaba de advertir que la dolarización no le haría mejorar la nota adjudicada al país, ya que las debilidades de esta economía seguirían siendo las mismas aunque desapareciera la chance de una devaluación. A falta de riesgo cambiario, la Argentina seguiría soportando una deuda muy pesada y poca capacidad de generar divisas por la falta de competitividad, los bajos precios de las commodities que exporta, la grave crisis brasileña y otros factores. Los menemistas abrazados a la idea creen que Estados Unidos finalmente accederá a que la Argentina oficie de punta de lanza de la dolarización regional, porque ésta conviene a los intereses de las inversiones norteamericanas en la zona y estabilizaría estos mercados para sus exportaciones.
TAMBIEN CAEN LAS VENTAS DE AUTOS AL MERCADO
INTERNO La caída
de exportaciones no es la única culpable. La crisis de la industria automotriz también
reconoce entre sus causas la recesión del mercado interno, como lo demuestran las
estadísticas de la Asociación de Fábricas de Automóviles (Adefa) para el primer
bimestre. Las ventas al mercado interno cayeron en febrero un 32,7 por ciento con respecto
al mismo mes de 1998, mientras que las cifras comparativas del acumulado del primer
bimestre reflejan un descenso del 26,6 por ciento.
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