Por Alejandra Dandan
El juez que investiga la
muerte de dos jóvenes durante el ciclo Buenos Aires Vivo III ya tiene en sus manos el
informe de autopsia, que confirma que ambos fallecieron por electrocución, revelaron a
Página/12 fuentes del Cuerpo Médico Forense. Las víctimas presentaban rastros de
quemaduras en las manos y uno de ellos hemorragia en el piso del cuarto ventrículo del
corazón, aseguró un médico que participó de la autopsia. Los dos tocaron
el cable y quedaron electrocutados, precisó a este diario el perito Osvaldo Curci.
La confirmación también llegó por vía de la Prefectura: después de tomar declaración
a numerosos testigos, el jefe de Investigaciones de esa fuerza, Norberto Venerini,
aseguró a este diario que, de acuerdo con los testimonios, (los chicos) murieron
electrocutados.
La confirmación de la descarga eléctrica en los cuerpos de Diego Aguilera y Raúl
Lumelli echa por tierra la hipótesis que vinculaba su muerte con sobredosis de drogas. La
investigación del juez Juan Ciccero busca ahora determinar el momento en que se
produjeron las descargas, el canal que siguió la corriente y si el apagón ocurrido en un
sector del predio fue consecuencia o motivo de la descarga.
La tragedia ocurrió a poco de iniciarse el show de Divididos, alrededor de las 22.30. Un
sector ubicado a la izquierda del escenario quedó sin luz y pocos minutos después la
unidad del SAME, a 50 metros del escenario, recibía a los dos chicos con paro cardíaco
respiratorio. Mientras los médicos intentaron reanimarlos durante 45 minutos, en el
sector del apagón se produjo una gresca que terminó con 21 heridos, algunos con
traumatismos y heridas de arma blanca, y 13 detenidos. Según el secretario de Cultura
porteño, Dario Lopérfido, los técnicos explicaron que cuando se produjo el rumor
de un problema eléctrico, se cortó preventivamente la energía.
Fue Prefectura que ayer recogió y seguirá haciéndolo hoy declaraciones de
testigos que contribuyeron a fortalecer la hipótesis de electrocución. Entre ellos está
Mariano Murtagh, amigo de Lumelli, que, aunque no recibió descarga, vio cómo su
amigo quedaba pegado al alambrado, indicó Venerini, en diálogo con Página/12.
Ariel Leiva, amigo de Aguilera, relató: Nos apartamos en un momento para descansar
sobre el alambrado. Yo recibí una descarga eléctrica, pero Diego murió. Esto le
permitió afirmar a Venerini que de hecho había un fluido eléctrico en el
alambrado.
Los forenses entregaron ayer al juzgado el resultado de las pruebas microscópicas sobre
la epidermis destinadas a evaluar la existencia de rastros de electrocución. Aunque aún
restan conocer pruebas histológicas, fuentes del Cuerpo Médico Forense consultadas por
este diario aseguraron que sólo en el cinco por ciento de los casos de muerte por
paro cardiorrespiratorio presentan hemorragias cardíacas, y es en los casos de shock
eléctrico.
En este sentido, Curci agregó que las lesiones son un signo indirecto de la
descarga y las manos quemadas evidencian la puerta de entrada de la corriente.
La hemorragia cardíaca agregó el experto es un signo más para hacer
el diagnóstico de electrocución. Es una lesión característica.
El juez Ciccero realizó ayer una inspección ocular en el predio donde ocurrió el hecho.
Allí existen dos tendidos eléctricos sobre los que la división Siniestros de la
Policía Federal realiza peritajes. El primero fue instalado por Edesur al ras de la
tierra para alimentar puestos de venta de alimentos y bebidas; el otro daba luz a una
garita de seguridad ubicada en el predio privado lindero a Prefectura de la firma New
Said. Este último apareció cortado y enrollado con cinta aisladora a la columna de
alumbrado público de donde estaba enganchado. El jefe de Investigaciones de Prefectura
confirmó a este diario que ese cable, después de la destrucción de la garita,
pudo soltarse y llegar perfectamente hasta el alambrado.
LA BRONCA DE LOS FAMILIARES EN LOS VELATORIOS
¿Por qué los ensuciaron?
Por A. D.
Hay césped sin rock and
roll. Una banda de pibes echados en el pasto aguardan el traslado del cuerpo de Diego
Aguilar al cementerio de Plátanos. Hay bronca. Mucha. ¿Para qué vienen, si ya
ensuciaron a mi hermano con esa historia de las drogas?, se quiebra una nena a la
que no le bastan lógicas ni pericias para espantar la desaparición de su querido
hermano bostero. Lejos de ahí, en Turdera los amigos de Raúl Lumille rechinan ante
micrófonos que Raúl se quedó electrocutado, ¿entienden?.
Alguien se atreve bajito a volver a hablar del rock lindo, del de los pibes. Y es uno de
esos flacos altos que aprieta fuerte en Plátanos a cada una de las hermanas de Diego.
Dice que se llama Sorrentino, Ariel y con las piernas echas cruz como la que
está ahí, arriba del cajón de su amigo, habla del Soud América: Ese fue el
nombre que le pusimos a la banda, Diego tocaba la viola y yo componía. El también
escribía pero acá no tengo nada, ni siquiera sé dónde guardaba las cosas.
Asegura que eran buenos, idéntico al diagnóstico del cura que atiende la capilla donde
el cuerpo de Diego quedó expuesto antes del entierro. En esa iglesia enlazó rasgueos
aprendidos de su viejo. Porque esa parece haber sido su herencia. El padre le
enseñó a tocar la guitarra antes de morir, recapitula el cura Francesco Ballarini.
Estoy en paz, esta es mi Cuaresma, fue lo único que dijo Elsa, la mamá de
Diego antes del entierro. Hacía diez años que Diego oficiaba de albañil en casas de la
zona. Era el único varón de la familia. Era la mano derecha de la madre dice
el cura tenía cuatro hermanas menores y él era el único que trabajaba.
El obispo de Quilmes, monseñor Jorge Novak, visitó la capilla. Es una muerte
irracional por la responsabilidad de quién sabe quiénes dijo porque en estos
dramas siempre hay un responsable. Hay mucho piberío en la iglesia, mucho mameluco
obrero y lágrimas atragantadas. Ariel vuelve a dibujar en su cabeza el recital de
Divididos y una ronda de pogo donde el chico que fue con Diego se cayó detrás del
vallado y él lo fue a buscar. Habían salido a respirar aire, cuenta Ariel, y
buscar reparo a un alambrado. Diego cayó. No sabía que a cuatro o seis metros caía
Raúl Lumille. Horas después, en la morgue, Elsa, la mamá de Diego, dijo a esa otra
mujer que buscaba el cuerpo de Raúl: Yo te conozco. Hacía más de 20 años
que no veía a Mirta Fausto. Habían sido compañeras de escuela. Sus hijos habían
quedado entrampados en un estúpido alambrado.
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