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Por Washington Uranga Con la asunción de Carlos José Ñáñez como nuevo arzobispo de Córdoba y el alejamiento del cardenal Raúl Francisco Primatesta se genera un recambio importante en el escenario del Episcopado argentino, por el peso político eclesial que tuvo el hoy anciano cardenal durante las últimas cuatro décadas y porque una nueva camada de obispos más jóvenes y con otra experiencia eclesiástica va tomando las riendas de la Iglesia Católica argentina. Primatesta, que renunció a su cargo en 1994, al cumplir los 75 años y, tal como lo estipulan las normas eclesiásticas, apenas abandona ahora el arzobispado cordobés porque hasta el momento el papa Juan Pablo II no le había aceptado la renuncia ni había nombrado a su sucesor. En la Iglesia el hecho se menciona como una manifestación del aprecio personal del Papa por Primatesta pero, al mismo tiempo, como otra expresión del peso y el prestigio que se le reconoce al cardenal dentro del propio episcopado. El cardenal cordobés, un hombre de estilo campechano con sus amigos, corto de palabras a la hora de administrar las cuestiones políticas y eclesiásticas y hábil y astuto para la negociación política, es reconocido por muchos de sus pares como padre y maestro y durante años impuso su estilo a la Conferencia Episcopal. Presidente del Episcopado durante gran parte de la dictadura militar, las mayores objeciones que ha recibido Primatesta han sido precisamente por la actitud de los obispos católicos durante ese período y en relación a las violaciones a los derechos humanos. Se sabe que Primatesta fue uno de los obispos más reticentes en aceptar la autocrítica pública de la jerarquía respecto de la acción por los derechos humanos y uno de los que más impuso su criterio para que ese documento, conocido apenas en 1997, quedara sumamente acotado en sus términos finales. Desde otro punto de vista, Primatesta se ha caracterizado por ser piloto de tormentas, manejando tanto las crisis y contradicciones internas dentro del Episcopado como los temas más espinosos con las autoridades políticas. Con los gobernantes siempre mantuvo contactos y negociaciones para obtener lo que a su juicio era la mejor situación para la Iglesia o para lograr que el punto de vista de la jerarquía católica fuese tomado en cuenta. Sin embargo, a diferencia de su fallecido colega Antonio Quarracino, prefirió actuar en reserva, lejos de las cámaras y de los periodistas, a través del diálogo directo pero no público o del mensaje enviado a través de interlocutores confiables. Tanto en lo estrictamente eclesial como en lo político, Primatesta es un hombre de pensamiento conservador y fuertemente aferrado a la institucionalidad eclesiástica. A pesar de que ejerció el gobierno de su arquidiócesis hasta último momento y conserva todavía un muy buen estado de salud y lucidez, era evidente en los últimos años que, por lo menos en su diócesis, había dejado de tomar muchas iniciativas. Así lo ponen de manifiesto tanto los sacerdotes como los laicos católicos cordobeses que incluso llegaron a hablar de desgobierno pastoral. Sin embargo, las razones de Roma para mantener a Primatesta en su cargo hasta el momento probablemente tuvieron que ver con otra cuestión: la puesta en orden de las cuentas de la diócesis. El cura Marcelo Martorell, vicario y administrador de la arquidiócesis cordobesa, ha sido hombre de confianza de Primatesta pero también amigo personal de Alfredo Yabrán. En algún lado las cuentas y los dineros de Yabrán y los de la Iglesia de Córdoba se mezclaron sin mucha claridad. Primatesta quiso dejar cerrado este capítulo antes de entregar el gobierno de la arquidiócesis. En Córdoba aseguran que tanto Martorell como el laico Guillermo García Caliendo, el hombre que como secretario de Pastoral Social manejó en los últimos tiempos las relaciones de Primatesta con sindicalistas y dirigentes políticos, no tendrán espacio en la gestión de Ñáñez. El nuevo arzobispo es un hombre relativamente joven (52 años) y, aunque se lo considera un discípulo de Primatesta (que lo llevó de su mano hasta el episcopado en 1990 como su obispo auxiliar), se presenta como un hombre de centro y forma parte de una nueva camada de obispos argentinos dispuestos a mantener una relación de autonomía crítica frente al Estado, a los gobiernos y a los políticos en general, pero manteniéndose atentos a la situación social y a los desafíos que de allí surgen para la Iglesia. Ñáñez ha sido arzobispo de Tucumán en los tres últimos años y desempeñó allí una gestión satisfactoria, volcada sobre todo a la acción intraeclesial y con poca exposición mediática. Entre los obispos, varios recuerdan la actuación destacada de Ñáñez en el Sínodo de los obispos americanos (Roma, 1997) formando parte de la delegación argentina. Con la asunción del nuevo arzobispo de Córdoba se completa la renovación en las dos sedes más importantes de la Iglesia argentina, proceso que se había iniciado en 1997 con el nombramiento de Jorge Bergoglio (62) como arzobispo coadjutor de Buenos Aires y su posterior confirmación como titular de la arquidiócesis porteña tras la muerte del cardenal Antonio Quarracino. Ñáñez y Bergoglio serán, sin duda, los próximos cardenales argentinos y ambos tendrán gran influencia en las próximas décadas de la Iglesia Católica argentina, tomando en cuenta que si gobiernan hasta el límite de edad (75 años) el primero ejercerá por más de veinte años el gobierno pastoral de Córdoba y el segundo por más de una década en Buenos Aires.
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