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DENUNCIA SOBRE “ENSAÑAMIENTO” EN LA TORTURA A JUDIOS
El antisemitismo del Proceso

El juez Baltasar Garzón recibirá hoy un informe sobre el perverso tratamiento a  los prisioneros judíos durante el Proceso.

Matilde Mellibovsky, madre de una desaparecida. “Si eras judía, te trataban mucho peor.”
“Fui a preguntar por Graciela a la iglesia Stella Maris, pero cuando vieron mi apellido se empezaron a reír.”

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Por Sergio Kiernan

t.gif (862 bytes) La Comisión de Solidaridad de Familiares de Desaparecidos entregará hoy al juez Baltasar Garzón un informe sobre las víctimas judías del Proceso que afirma que la dictadura se ensañó en particular con esa colectividad y que muchos represores se comportaron con una crueldad especial hacia sus prisioneros judíos. El informe, que combina una breve historia del antisemitismo en Argentina, testimonios de sobrevivientes y familiares y materiales de estudios realizados por organizaciones judías extranjeras, destaca que “el número de víctimas judías no guarda la menor proporción con el total de población judía del país”.
Las cincuenta páginas del informe resumen la profunda influencia “del nacionalismo integralista de los años treinta y de la admiración del nazismo alemán” en la manera con que se “asimiló la doctrina de la seguridad nacional” en Argentina. “La influencia del nazismo en las fuerzas armadas y en los grupos paramilitares de ultraderecha explica el ensañamiento particular de la represión con sus víctimas judías, así como el hecho de que el judío, por el hecho de serlo, fuera automáticamente sospechoso de ser parte del enemigo”, explica el informe.
Para la comisión, y tomando únicamente las cifras de la Conadep, el número de desaparecidos judíos “no guarda proporción con el tamaño de la comunidad”. Efectivamente, “de 10.024 casos denunciados ante la Conadep, 1296 se refieren a judíos, o sea el 12,43 por ciento. La totalidad de la población judía en 1976, frente a la totalidad de la población total del país, representa apenas el 0,98 por ciento”.
“Vos sos comunista y encima judío”, era la frase típica “que acompañaba los golpes” según un anónimo sobreviviente. El informe cita un estudio del CELS donde Ana Careaga cuenta que en La Leonera y en Sierra Chica “el trato a los judíos era impresionante. Cuando nos sacaban para golpearnos, elegían a los judíos por el solo hecho de serlo.” Blanca Blecher, detenida en la prisión de Olmos, cuenta que “cada vez que concluían con la tortura por la mañana, junto a otras prisioneras, me decían que volverían a la tarde porque soy judía. Y numerosas veces lo hacían”. Cristina Navarro, testimoniando ante la Antidefamation League de B’nai B’rith de Nueva York, cuenta que “un carcelero al que llamaban el Zorro tenía una predilección especial por golpear a todos los detenidos de apellido judío”.
Además de golpes y torturas especiales, los prisioneros judíos fueron sistemáticamente humillados por sus carceleros. Un tratamiento especial era cambiarles el nombre y obligarlos a usar “nombres que resonaran hispánicos”. Por ejemplo, Esther Gerver recibió la orden de llamarse “María Esther y usar un apellido español”. El informe cita varios casos en que se humillaba a los presos judíos “haciéndolos imitar a perros”. El escrito cita el testimonio de Pedro Vanrell sobre un prisionero “al que le hacían mover la cola, ladrar, chupar las botas. Era impresionante lo bien que lo hacía, porque si no satisfacía al guardia éste le seguía pegando. Después cambió y le hacía hacer de gato.” Vanrell también cuenta que existía la costumbre de desnudar a los prisioneros y pintarles esvásticas en la espalda con aerosoles. “Cuando los otros guardias los veían en las duchas, los identificaban y volvían a pegarles”.
Ernesto Scerszcwisz testimonia que el Zorro se dedicó a golpearlo al grito de “sos judío vos”. No hubo interrogatorio, sino una simple e interminable golpiza y griterío. Ana Larrea, una ciudadana francesa liberada por presión de su embajada fue torturada y obligada a rezar de rodillas “por haberse casado con un judío”. Varios testimonios describen la costumbre de pintar en las celdas destinadas a judíos esvásticas y frases “típicas” como “el único judío bueno es el judío muerto” y “haga patria, mate un judío”.
Muchos de los represores mostraban su afinidad con el nazismo abiertamente. Muchos operativos y allanamientos se “firmaban” conesvásticas, varias salas de tortura estaban presididas por retratos de Hitler. El informe recuerda que “el torturador conocido como el turco Julián siempre llevaba un llavero con la esvástica” y que “numerosos testimonios hablan de prisioneros judíos que tenían esvásticas grabadas a cuchillo en las espaldas u otros lugares del cuerpo”. Otros testimonios afirman que en el centro clandestino de El Atlético “había un torturador que se hacía llamar el Gran Fuhrer y hacía gritar a los prisioneros Heil Hitler. Durante la noche era normal escuchar grabaciones de sus discursos”.
Prisioneros judíos que sobrevivieron sus secuestros hablan de largas sesiones de tortura donde se los amenazaba “con hacerme jabón”, o se los obligaba “a gritar viva Hitler”. El racismo se expresaba a veces de formas grotescas. Un testimonio relata que “el penal de Sierra Chica se encuentra cerca de la Colonia Hinojo, una colonia de alemanes del Volga. Los carceleros de origen alemán eran incultos, pero se sentían más identificados con el adoctrinamiento nazi que recibían. En un caso peculiar, un prisionero es interrogado y dice que su apellido es de origen alemán. La reacción fue ‘caramba, vos podrías haber sido uno de la SS’. Seguidamente, ordenan que no lo castiguen más”.

 

Por los desaparecidos japoneses

Miembros de la organización no gubernamental japonesa Peace Boat (Barco de la Paz) marcharon ayer junto a las Madres de Plaza de Mayo y pidieron por el esclarecimiento de los hechos relacionados con la desaparición de 14 descendientes de japoneses durante la última dictadura militar. Según informó Yayoi Hoshino, vocera de Peace Boat, la entidad “presentará ante las autoridades diplomáticas de Japón una carta para solicitar el inicio de un juicio en ese país contra los militares argentinos responsables de violaciones a los derechos humanos”. Esta ONG, que organiza viajes en barco a distintos puntos del planeta, fue creada en 1983 por estudiantes universitarios con el objetivo de revisar la historia oficial del Japón imperial. Actualmente el grupo realiza giras mundiales y organiza actividades relacionadas con los derechos humanos y el medio ambiente. En esta primera visita a la Argentina se reunieron con las Madres de Plaza de Mayo, línea fundadora y con los familiares de desaparecidos de origen nipón, que ya habían reclamado a las autoridades japonesas, sin obtener respuesta, el inicio de acciones legales contra los represores argentinos.

 

El caso Mellibovsky

“Algunos represores se lamentaban de no poder matar dos veces a los detenidos judíos”, afirma Matilde Saidler de Mellibovsky, cuya hija Graciela desapareció el 25 de septiembre de 1976. Matilde nunca supo qué pasó con Graciela, economista y traductora, y no conoce a nadie que la haya visto en un centro clandestino de detención. Cuatro días después del secuestro recibió una llamada de un hombre que le pasó con su hija. Graciela le dijo que estaba lejos y que no se iban a ver más. Fue lo último que supo, pero no dejó de buscarla. Matilde recuerda tardes enteras esperando en la puerta de Regimiento de Palermo junto a otras madres. Cuando los guardias oían su apellido, no la dejaban entrar. Las madres judías muchas veces no tenían ni la oportunidad de iniciar una gestión ante los militares. “A pocos días de la desaparición de Graciela otra madre me dijo que había que ir a la iglesia Stella Maris de la Marina. Ahí nos recibía monseñor Emilio Graselli, que lo que hacía era sacarnos información. Cuando me presenté por primera vez, en una mesita de entrada, dos tipos me preguntaron qué quería. Yo les dije: ‘Vengo a buscar noticias sobre mi hija’ y les mostré el documento de ella. Ellos señalaron el apellido con el índice y se empezaron a reír. En el momento no lo podía creer, pero todas éramos muy inocentes”, dice Matilde. Se imagina que Graciela también debe haber sufrido más por ser judía. Matilde y su esposo Santiago no son religiosos, pero, dice, “siempre he reivindicado mi identidad y he luchado por ella”. Guarda en su memoria un lugar especial para el rabino Marshall Meyer. “Durante la dictadura nos reuníamos en la sinagoga de Bet El. Allí también iban muchas familias no judías porque se sentían cómodas. Nos poníamos los pañuelos blancos y oíamos sus palabras.”

 

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