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Por Sergio Kiernan La Comisión de Solidaridad de Familiares de Desaparecidos entregará hoy al juez Baltasar Garzón un informe sobre las víctimas judías del Proceso que afirma que la dictadura se ensañó en particular con esa colectividad y que muchos represores se comportaron con una crueldad especial hacia sus prisioneros judíos. El informe, que combina una breve historia del antisemitismo en Argentina, testimonios de sobrevivientes y familiares y materiales de estudios realizados por organizaciones judías extranjeras, destaca que el número de víctimas judías no guarda la menor proporción con el total de población judía del país. Las cincuenta páginas del informe resumen la profunda influencia del nacionalismo integralista de los años treinta y de la admiración del nazismo alemán en la manera con que se asimiló la doctrina de la seguridad nacional en Argentina. La influencia del nazismo en las fuerzas armadas y en los grupos paramilitares de ultraderecha explica el ensañamiento particular de la represión con sus víctimas judías, así como el hecho de que el judío, por el hecho de serlo, fuera automáticamente sospechoso de ser parte del enemigo, explica el informe. Para la comisión, y tomando únicamente las cifras de la Conadep, el número de desaparecidos judíos no guarda proporción con el tamaño de la comunidad. Efectivamente, de 10.024 casos denunciados ante la Conadep, 1296 se refieren a judíos, o sea el 12,43 por ciento. La totalidad de la población judía en 1976, frente a la totalidad de la población total del país, representa apenas el 0,98 por ciento. Vos sos comunista y encima judío, era la frase típica que acompañaba los golpes según un anónimo sobreviviente. El informe cita un estudio del CELS donde Ana Careaga cuenta que en La Leonera y en Sierra Chica el trato a los judíos era impresionante. Cuando nos sacaban para golpearnos, elegían a los judíos por el solo hecho de serlo. Blanca Blecher, detenida en la prisión de Olmos, cuenta que cada vez que concluían con la tortura por la mañana, junto a otras prisioneras, me decían que volverían a la tarde porque soy judía. Y numerosas veces lo hacían. Cristina Navarro, testimoniando ante la Antidefamation League de Bnai Brith de Nueva York, cuenta que un carcelero al que llamaban el Zorro tenía una predilección especial por golpear a todos los detenidos de apellido judío. Además de golpes y torturas especiales, los prisioneros judíos fueron sistemáticamente humillados por sus carceleros. Un tratamiento especial era cambiarles el nombre y obligarlos a usar nombres que resonaran hispánicos. Por ejemplo, Esther Gerver recibió la orden de llamarse María Esther y usar un apellido español. El informe cita varios casos en que se humillaba a los presos judíos haciéndolos imitar a perros. El escrito cita el testimonio de Pedro Vanrell sobre un prisionero al que le hacían mover la cola, ladrar, chupar las botas. Era impresionante lo bien que lo hacía, porque si no satisfacía al guardia éste le seguía pegando. Después cambió y le hacía hacer de gato. Vanrell también cuenta que existía la costumbre de desnudar a los prisioneros y pintarles esvásticas en la espalda con aerosoles. Cuando los otros guardias los veían en las duchas, los identificaban y volvían a pegarles. Ernesto Scerszcwisz testimonia que el Zorro se dedicó a golpearlo al grito de sos judío vos. No hubo interrogatorio, sino una simple e interminable golpiza y griterío. Ana Larrea, una ciudadana francesa liberada por presión de su embajada fue torturada y obligada a rezar de rodillas por haberse casado con un judío. Varios testimonios describen la costumbre de pintar en las celdas destinadas a judíos esvásticas y frases típicas como el único judío bueno es el judío muerto y haga patria, mate un judío. Muchos de los represores mostraban su afinidad con el nazismo abiertamente. Muchos operativos y allanamientos se firmaban conesvásticas, varias salas de tortura estaban presididas por retratos de Hitler. El informe recuerda que el torturador conocido como el turco Julián siempre llevaba un llavero con la esvástica y que numerosos testimonios hablan de prisioneros judíos que tenían esvásticas grabadas a cuchillo en las espaldas u otros lugares del cuerpo. Otros testimonios afirman que en el centro clandestino de El Atlético había un torturador que se hacía llamar el Gran Fuhrer y hacía gritar a los prisioneros Heil Hitler. Durante la noche era normal escuchar grabaciones de sus discursos. Prisioneros judíos que sobrevivieron sus secuestros hablan de largas sesiones de tortura donde se los amenazaba con hacerme jabón, o se los obligaba a gritar viva Hitler. El racismo se expresaba a veces de formas grotescas. Un testimonio relata que el penal de Sierra Chica se encuentra cerca de la Colonia Hinojo, una colonia de alemanes del Volga. Los carceleros de origen alemán eran incultos, pero se sentían más identificados con el adoctrinamiento nazi que recibían. En un caso peculiar, un prisionero es interrogado y dice que su apellido es de origen alemán. La reacción fue caramba, vos podrías haber sido uno de la SS. Seguidamente, ordenan que no lo castiguen más.
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