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Panorama politico
Shampú y enjuague

Por J. M. Pasquini Durán

El peronismo conserva la capacidad de mostrar a la sociedad varias imágenes distintas al mismo tiempo. Puede ser, a la vez, oficialismo y oposición, entrecruzando o intercambiando roles según el lugar y la zona donde actúe cada grupo. Igual que en la cosmética, vende el shampú y el enjuague en el mismo envase. Esa capacidad revitaliza sus energías hasta el punto que hoy, después de casi una década de gobierno con sacrificio social, puede anotar dos o tres candidatos a la futura presidencia. La pulseada entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde por el derecho de sucesión tiene el control de la agenda política. No quiere decir que sus trajines absorban el interés público, porque es sabido que la mayoría de las personas mira con indiferencia o hastío los devaneos de los líderes partidarios, pero han conseguido que sus oponentes, en lugar de ocuparse de los ciudadanos, estén pendientes de sus gestos.
Fernando de la Rúa salió a proponer una cruzada en defensa de la Constitución con una prontitud y diligencia que le faltaron para organizar la solidaridad con los miles de porteños que fueron torturados por Edesur. El Frepaso no vaciló en quebrar su propio bloque en la Legislatura de la ciudad con tal de impedir que Corach y la Federal le ganaran de mano en el desalojo (temporal y aparente, ya que no va a desaparecer del paisaje urbano) de la prostitución. Así, pasaron de la doctrina de la libertad con la que fundamentaron el Código de Convivencia Urbana a la absurda punición moralista, más papista que el papa, bajo la doble presión de la demagogia menemista y de su propia incapacidad para desnudar y desarmar la verdadera trama del problema.
Detrás de cada prostituta, siempre víctima (aunque sea de sí misma), hay un proxeneta, un vendedor de drogas ilegales y un policía coimero que explota a los otros tres. No hay que ser muy listo para darse cuenta a quién, de esos cuatro, beneficia la prohibición. ¿Alguno de los correctores puede creer en serio que la prostitución proliferó gracias al Código o que desaparecerá bajo el peso del nuevo artículo 71 de la misma norma? Como lo han probado hasta el cansancio todos los inquisidores de la historia, “el puritanismo es un vicio insaciable que se alimenta de su propia mierda”, tal cual anotó García Márquez para referirse a los perseguidores del affaire Clinton-Lewinsky. Para colmo, en este caso, ni siquiera son puritanos sino especuladores electorales.
La lógica de conceder “para salvar a la democracia” hizo posible el Pacto de Olivos y la reforma constitucional. Así, según Alfonsín, se ponía dique a la ambición de perpetuidad de Menem, se recuperaban los órganos de control institucional y se atenuaba el hiperpresidencialismo. Balance: después del Pacto y la reforma, igual que en los años previos, Menem gobernó con decretos, subordinó a la Justicia, desconoció cuando quiso al Congreso y los tiene a todos pendientes de sus deseos. La estrategia concesiva fracasó, como había fracasado antes con los sindicatos gerenciales, con los “capitanes de la industria”, con la “economía de guerra”, con el “tercer movimiento histórico” y con los “carapintada”.
Duhalde sufrió un revolcón en las urnas de octubre de 1997 y le “tiraron”, en sus palabras, el cadáver de José Luis Cabezas, dos hechos que podrían haber terminado con la carrera política de cualquiera. Encima, en su distrito, campea la inseguridad urbana como si después de la reforma la policía hubiera dejado de funcionar, o trabajara en contra, y alberga a millones de personas que viven por debajo de los niveles de necesidades básicas. Algunos de sus compadres, como Alberto Pierri, se corrieron hacia el calorcito de la Rosada y sus colegas, los gobernadores, escapaban de sus vacilaciones. Hace menos de un año, aceptó que su principal opositor era Menem y lo amenazó con un plebiscito para dirimir la candidatura. Fue la primera vez que el Presidente tuvo que anunciar que no sería candidato sin otra reforma de la Constitución. Desde entonces, forcejean por el control del partido y por el futuro, pero Duhalde quedó reinstalado como un candidato firme, aunque no “natural”, a la sucesión.
Para los que han seguido la política argentina en las últimas décadas, la Alianza ha perdido la iniciativa, después de aquella victoria de octubre de 1997. Sus movimientos se han aletargado y da la impresión de ir dos pasos detrás de las movidas menemistas. Sus análisis trasuntan algunas ideas cuando menos contradictorias. Por momentos creen en la victoria propia como una consecuencia lógica del hartazgo popular, pero acto seguido se preparan para la tercera consagración de Menem. Si el descontento es tan grande, ¿con qué votos contaría, en qué encuesta podría apoyarse la posibilidad real del tercer mandato? En esas especulaciones, hay dos reflejos de antiguas subculturas políticas. Del antiperonismo gorila, la subestimación (“no le da el cuero”) o la sobrevaloración (“no hay forma de darle”) del peronismo. De la vieja izquierda, la ansiosa espera de la ruptura del adversario (“el capitalismo tiene los días contados”) para escalar sobre los escombros.
En el fondo, las aparentes fuerzas de Menem y las debilidades de la oposición tienen que ver con lo que se llama “el modelo”. El Presidente cuenta con que el miedo a las consecuencias de la ruptura sea superior al descontento y que el vaciamiento político del movimiento popular obligue a la resignación cautiva. ¿Quién se acuerda de Edesur y de sus damnificados, por ejemplo, o quién está contestando el mensaje del lunes a la asamblea legislativa, o quién movilizó a nadie en contra de las vacaciones y el aguinaldo en cuotas? A la gente no le importan los tejes y manejes de los políticos y la gente, ¿a quién le importa?
La Alianza no se presenta como garantía de amparo para los que hoy no lo tienen. Sus economistas de elite mencionan al “modelo” como irrompible, con escaso margen de maniobra para el cambio debido a las condiciones internacionales, insuficiente de todos modos para responder a la desmesura de la injusticia reinante y a las expectativas sociales de bienestar. De ese tipo de convicciones surgen otras teorías peregrinas: “Ya hemos demostrado que podemos ser oposición, ahora hay que probar que podemos ser gobierno”. Resultado: exterminen a las prostitutas. “No podemos cascotear el techo del Gobierno, porque será el mismo techo que tendremos nosotros”. O sea, cambiará la gerencia, pero no la mercadería. De tanta cautela, se vuelven invisibles.
Duhalde confía en que sus actos enérgicos terminen por convencer al mercado y a los votantes que encontrarán en él la mano fuerte que hace falta. Por eso, cuando el fallo preliminar de un juez cordobés parece entreabrir la puerta hacia una potencial candidatura de Menem, el gobernador pronosticó con firmeza: “El que viola la Constitución, irá preso”. Una bravata, del mismo tamaño que la de Menem, pero en todo caso es un gesto de seguridad. Raúl Alfonsín, del mismo calibre político, sentenció: “juicio político” al Presidente, para subir la apuesta. Sus conmilitones de la Alianza, en cambio, sacaron los apuntes de hace un año y propusieron lo mismo que entonces no llegó a funcionar: el foro, la negociación con los diputados duhaldistas, la ilusión de una división del peronismo que hará más fácil el éxito. La hipótesis sostiene que el mesianismo presidencial provocará la fractura. ¿Y cuántos arriesgarán sus propias fortunas detrás de un Mesías al que la clase media hoy no le compraría un auto usado? O sea, pronostican un suicidio en masa.
Ningún político serio y honesto, claro está, podría menospreciar los posibles efectos negativos de la interna peronista. Más de una vez, en el pasado, esas batallas produjeron resultados nefastos. Sobre todo, porque están zapateando encima de una recesión económica que echa abajo el consumo y deja exhausto al mercado interno. La sensación de inseguridad generalizada hace el caldo gordo a las aventuras políticas, provoca tentaciones monárquicas, respira nostalgias del orden a cualquier costo.Pero los autoritarios no se detendrán a cambio de menos libertades o por la rendición de las banderas de cambio, ni porque repiquen las campanas. Las respuestas de fondo habrá que buscarlas en la desobediencia civil de la ciudadanía, fuente de todo poder verdadero.

 

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