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![]() Hemos notado recientemente que hay gente en el Departamento de Estado que desea manifiestamente que Netanyahu no sea reelecto, dijo el responsable israelí, que pidió el anonimato. Creen que amenazando con no pagar los 1200 millones de dólares a causa de la política de Netanyahu pueden contribuir a su derrota, concluyó. Un portavoz de la embajada norteamericana en Israel calificó de inexacto el informe de Haaretz, ya que el Congreso no ha aprobado aún ese dinero, y la decisión de pagarlo no la podremos tomar hasta que no haya sido votado, explicó. Más allá de esta acusación, las relaciones entre la Casa Blanca y Netanyahu nunca fueron buenas. El premier israelí asumió en 1996 con el lema paz por seguridad, lo que se tradujo como la interrupción eterna del cumplimiento de los acuerdos de Oslo. La inflexibilidad del gobierno israelí llevó a Estados Unidos, en su condición de garante del acuerdo, a proponer alternativas más modestas: el ejército israelí, para mediados de 1998, debía haberse retirado del 90 por ciento de Cisjordania y la Casa Blanca contraofertó un repliegue del 13 por ciento en tres etapas. Netanyahu aceptó el acuerdo pero poco tiempo después sacó el as de la manga. Los atentados de la organización armada palestina Hamas le dieron la excusa para decir que la Autoridad Palestina era incapaz de garantizar la desaparición del terrorismo en su territorio. La retirada quedó inconclusa hasta el día de hoy. Para Estados Unidos, la acción de Netanyahu tenía agravantes. En los territorios ocupados, la política de asentamientos de colonos judíos se hizo cada vez más fuerte y en Washington fue común la impresión de que el dinero que iba a Israel daba una puñalada por la espalda al proceso de paz. De allí a interrumpir el préstamo de 1200 millones de dólares, que además Israel había pedido justamente para la retirada de Cisjordania, había sólo un paso. Pero la situación no sólo fue insostenible para Estados Unidos sino también para el propio Netanyahu. En el desgastante camino de marchas y contramarchas, su coalición se fragmentó y quedó en el medio de dos fuegos: las palomas laboristas lo acusan de enterrar la paz y los halcones de su partido el Likud, más los partidos religiosos, consideran que cedió demasiado a los palestinos. Su gobierno cayó por falta de apoyo y el proceso desembocó en las elecciones del 17 de mayo próximo, donde de todas maneras Netanyahu lleva la delantera. Ahora el Hezbollah le planteó otro problema al premier israelí. La ofensiva de la guerrilla pro iraní, que tuvo su cenit con la muerte del general Ezer Gerstein, jefe del ejército israelí en el sur del Líbano, se transformó en eje de la campaña electoral. El candidato laborista Ehud Barak ya propuso que si triunfa Israel se retirará del Líbano en un año, forzando a Netanyahu a hacer una propuesta similar, pues el mantenimiento de la franja de seguridad significa muchas muertes para el ejército israelí. Pero la utilización electoral del problema del Líbano parece ser muy compleja. Una encuesta publicada por el diario Maariv indica que el 70 por ciento de los israelíes está en contra de una retirada unilateral que no contemple un acuerdo previo con Siria. Y el 60 por ciento cree que las declaraciones de Netanyahu y Barak sólo son propaganda electoral.
ALIADOS DEL PKK HIEREN GRAVEMENTE A UN
GOBERNADOR
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