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Por Juan Sasturain ![]() Las necesidades extremas, pasaban simplemente en términos generales porque volviera el fútbol como síntoma de salud para neutralizar la violencia, esa enfermedad; es decir, que el fútbol fuera, por un rato al menos, jugadores corriendo o pasándose la pelota y no otra cosa. Que las noticias futboleras aparecieran en la sección Deportes y que las fotos mostraran a jóvenes de pantalón corto jugando a algo. Además de esa necesidad de simplemente fútbol hubo una necesidad puntual de neutralizar otro factor perturbador: el calor. Hubo necesidad de agua. Bien: cabe adelantar que los enigmas se resolvieron saludablemente, que pese a la rareza de las circunstancias se jugó al fútbol (sólo al fútbol) y que hubo agua para el calor. Con eso era suficiente, pero además hubo algunos motivos más para sentirse conforme. Porque en un mediodía signado por el síndrome de la necesidad de agua y de fútbol, hubo chorros. Por un lado, los bomberos se prodigaron en ambas cabeceras sobre los descamisetados de siempre: chorros de agua. Por otro, algunos jugadores abrieron bruscamente las canillas de su talento y nos rebalsaron: chorros y chorritos de fútbol. Claro que la presión de agua -y mucho menos la de fútbol no fue la mejor ni alcanzó, dadas las circunstancias, para llenar el tanque y cubrir todas las necesidades. Nadie estaba como para presionar. Y fue tal vez mejor, en el fondo, porque jugaron casi como en un partido de antes, a un ritmo más caminado y tanguero, con explosiones de pique o carrerita de milonga. Como la del Mellizo al final, cuando parecía muerto y reapareció para dejar parados a los de verde y a los de la tribuna. Parados para aplaudir y para irse: había que cerrar la cancha (aunque no hubiera sido la hora). El Mellizo y el tema del agua nos remiten a los caños. Para circular, el agua y el fútbol necesitan caños. Lamentablemente, el fútbol a veces no lo sabe. Ayer al mediodía, Guillermo Barros Schelotto tendió cañerías a ambos lados del área de Ferro: por debajo de Vitali, por debajo de Mac Allister. El agua (la pelota, el fútbol) corrió por allí a golpes de canilla abrir, cerrar de improviso, se desvió por codos imprevistos, inundó el área de centros, de habilitaciones, de pelotazos al arco y finalmente de gol. El Mellizo dio de beber a Palermo y a todos los que estaban allí, sedientos de fútbol. En términos generales, Boca hizo méritos para ganar por tres goles. Ferro no jugó mal. Hizo lo suyo, que no tiene vuelo. Lo mejor, en el medio. Mertens y Cordon se prodigaron sobre Riquelme y Cagna para neutralizar esa zona y la dividieron: Basualdo no estuvo y Pereda es otra cosa, no un Serna bis. Al peruano le gusta echarse como volante por la izquierda, agarrar la pelota y tomarse el buque: casi hace el gol de su vida y terminó en blooper. La diferencia básica estuvo en creación y definición: Riquelme muy buen partido y Palermo fueron muchísimo más que Grana, Guerra y Mandra. Cuando se juntaron hubo fútbol. Además estaba el Mellizo llenando los caños con chorros de fútbol.
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