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Método infalible

 


Por J.J.P.

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t.gif (862 bytes) Vea, m’hijito, las cosas son claras como amanecer de cuartel. Si se quiere poner coto a la violencia en el fútbol, se pone coto y sanseacabó. Sólo es cuestión de voluntad. ¿O me va a decir usted que porque los teams no cambien de lado en el segundo half-time se va a solucionar algo? Si se quiere seguir confundiendo libertad con libertinaje, si se pretende seguir en este degradante estado de cosas, pues bien, sigamos así y viva la pepa. Pero a nadie le gusta esta realidad. Dígame si me equivoco. La solución es rigor, ri-gor, disciplina, orden, mucho orden. Y después me cuenta usted si la cosa funciona o no funciona. Vea, yo empezaría por los futbolers que se adelantan en la barrera. Sí, está bien, usted me podrá decir que no es lo principal y yo le doy la derecha y se lo acepto. Pero por algún lado hay que empezar y por otra parte no me va decir usted que no lo exaspera que esos individuos no respeten la distancia reglamentaria. Por principio, por formación filosófica me atrevería a decirle, no acepto que se vulneren con impunidad los reglamentos. ¡Una vergüenza, che! En un periquete se arregla esto. Nada de conversación inútil: cepo. Tipo que se adelanta en la barrera, cepo. Como en la vía pública: ¿qué les ponen a los vehículos mal estacionados? Cepo le ponen, muy bien. ¿Y por qué no aplicar el método en el fútbol? ¿Se adelantó? ¿Está mal estacionado? Cepo. Entra un asistente del referee y le zampa el cepo. Y hasta que termina el match el tipo se queda aferrado al aparatito. Claro que no lo tiene que dejar mover, eso sí, porque sino es joda. Va a ver como se curan. Nooo, si acá lo que falta, lo único que falta es ponerse duro como puntera de borceguí. Y con los que meten una plancha, ¿sabe qué hay que hacer con esos?: la ley del Talión, ojo por ojo, diente por diente, plancha por plancha. Cuando uno metió una plancha, se para el partido, entre el asistente del árbitro con una plancha –póngale una Atma– bien caliente y se la estampa al tipo que cometió el acto de indisciplina en el muslo. ¡Listo el pollo, pelada la gallina! Podrá haber una o dos planchas en los primeros matches y después se acabó la rabia. Para eso hay que tener árbitros implacables, inflexibles y no como estos tibios que dirigen hoy. Porque usted sabe, mejor que yo, que a los tibios los vomita Dios. Y yo le hablo de Castrilli, del sargento Giménez, de Madorrán, gente con buenas intenciones, pero en el fondo blandengues. Ni hablar de Lamolina, de Sánchez y toda esa manga de pollerudos. Los árbitros tienen que ser conscientes de que los fields pasan a convertirse en un teatro de operaciones donde se libra la guerra contra la violencia. Deben ser hombres de mando, con autoridad, gente que no dude porque la duda, bien se sabe, es una jactancia de los intelectuales. Y así nos está yendo desde hace un par de décadas a esta parte. El referee tiene que entrar al field con un garrote para que las cartas estén sobre la mesa de entrada. “Acá estoy con el as de bastos’, dice el tipo y exhibe el garrote antes de empezar cada match. Ya me va a contar usted. a1) Al que agarra de la camiseta, un garrotazo; a2) al que le va a gritar un gol a la tribuna contraria, dos garrotazos; a3) al que pega una patada de atrás, diez garrotazos. Y así. Se podrá discutir la cantidad, pero el método, le puedo asegurar, es infalible. ¿Me sigue? Después, con los que no hay que tener ninguna compasión es con los que se hacen los lesionados. Duro, durísimo con los mariquitas. En vez de los autitos que hay ahora hay que poner aplanadoras. Ni hace falta lastimar a nadie, mire lo que le digo. Cuando un tipo se queda en el piso, el árbitro da la orden y entra la aplanadora. Antes de que llegue al lugar va a ver que el hombre ya se levantó, se le pasaron todas las ñañas y está haciendo carrera march. Es cierto, es cierto, tal vez alguno se quedó porque sufrió fractura de tibia y peroné o algo así. Pero son las excepciones y no nos podemos detener en nimiedades. Mire las estadísticas: por cada 10 lesionados de fogueo hay uno solo deverdad. Así que no me vengan a correr por ese lado que no hay pista. Mire, m’hijito, como usted se imaginará, yo sé muy bien que el problema no está sólo con los jugadores. Acá tienen que caer todos: dirigentes, jugadores, intermediarios, referees, linesmen, kinesiólogos, aguateros, médicos, entrenadores, barrabravas, hinchas comunes, periodistas, vendedores de panchos, diputados, concejales, hasta policías, mire lo que le digo. Más aún, a los policías yo los relevo de los fields y pongo al Ejército, convenientemente pertrechado. Si un hincha tira una bengala, se le responde con bazookas, granadas, lo que se tenga a mano para arrasar con el sector de donde provino el hecho de violencia. Si cantan “lo vamo’ a reventar”, va un comando de veinte o treinta infantes y les demuestra lo que es reventar en serio. No cantan más. No se la quiero hacer larga, pero métodos sobran. Ni siquiera le digo que se deba llegar al garrote vil, la guillotina, la inyección letal, la silla eléctrica, la horca o la hoguera. Sólo en casos extremos, cuando se vea muy alterado el orden. Pero hay que actuar con energía, con mano dura, porque sino, m’hijito, seguimos en el círculo vicioso. Y así como vamos estamos liquidados. Liquidados.

 

 

 

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