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SUBRAYADO
Historia de la nada
Por Claudio Uriarte


El desafortunado académico del futuro que tenga como asignación escribir una “Historia de la política exterior de la administración Clinton” puede encontrarse bien pronto con el desconsuelo de encontrar que no hay hilos conductores, ni temas unificantes, ni argumento central. O mejor dicho, que el único hilo conductor es la falta de hilos conductores, el único argumento central la falta de argumento central. Esa esterilidad es recurrente desde Irak hasta Kosovo, dos frentes donde la administración no se cansó de advertir con las represalias más apocalípticas a dos matones regionales –los presidentes Saddam Hussein y Slobodan Milosevic– sin lograr otra cosa que la consolidación de esos dos matones: desde los bombardeos de “Zorro del desierto” en diciembre pasado Saddam desafía alegremente las zonas de exclusión aérea impuestas por los norteamericanos y parece cada vez más cerca del levantamiento del embargo comercial, mientras Milosevic ha salido indemne de dos ultimátums incumplidos por Kosovo y no parece haber motivos para que no salga igual del tercero.
De alguna manera, la pobreza de este desempeño estimula las visiones más extremas de la desaparición del Estado-Nación, según las cuales las decisiones de fondo habrían sido asumidas desde hace ya tiempo por las juntas de directorio de los bancos centrales y los funcionarios de carrera de los ministerios ocupados de la economía y los negocios. En este sentido, la administración Clinton parece dibujada a la medida del diagnóstico, ya que su única decisión trascendente –el rescate de México en 1994– fue espoleada por el interés de los banqueros y los inversionistas, mientras su propio éxito económico en casa se debió más a la astuta regulación de la tasa de interés por Alan Greenspan, titular de la independiente Reserva Federal, que a iniciativas de política económica que cayeron en el olvido con tanta rapidez como se promulgaron. Bill Clinton parece la respuesta al confesado anhelo de Borges de un político que prometiera un mínimo de gobierno: en efecto, casi nunca hizo nada –a excepción de unos bombardeos tan esporádicos como ineficaces, aquí y allá- y su gobierno sobrevivió el piloto automático dictado por el Sexgate.
En esta historia de la nada, quedan poco menos de dos años por escribirse. Esos dos años servirán para probar si el gobierno ya no importa o si, por el contrario, y ante una crisis internacional en serio, los primeros seis años de Clinton sólo pasarán a la historia como un caso de extraordinaria buena suerte.

 

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