Vivía recluido en la campiña inglesa, pero en los
últimos años había vuelto a filmar. Su cine es imposible de encasillar, pero en su
escasa aunque rica filmografía confluyen la voluntad de sacudir el subconsciente del
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Por Fernando DAddario El carácter enigmático de Stanley Kubrick, que lo persiguió a través de una vida de 70 años y pocas palabras, se filtró también en su muerte, ocurrida ayer en un suburbio de Londres. Sin más precisiones que una notificación de la policía de St. Albans, que difundió la noticia como un asunto de rutina, la muerte de Kubrick dibuja un nuevo capítulo de su leyenda, abonada con dosis de esplendor cinematográfico y hermetismo personal. No se sabe al menos oficialmente de qué murió. Sí se sabe que estaba rodando una nueva y misteriosa película, Eyes wide shut (con Tom Cruise y Nicole Kidman, su primer trabajo desde 1987), que la Warner estrenará inconclusa como un homenaje póstumo a su figura. Cuestiones del show business que él, un perfeccionista patológico, hubiese detestado. Kubrick, nacido un 26 de julio de 1928 en el Bronx neoyorquino, es una figura paradojal del cine norteamericano. Un hombre que quería ser médico psiquiatra, pero no pudo por sus bajas calificaciones en la universidad, y que luego, como realizador, exploró como nadie los vericuetos de la locura humana, ya fuere satirizando o llevando a un estado de máxima crudeza la irracionalidad de quienes diseñaron la sociedad contemporánea. El gran público lo conoce gracias a un par de películas que se instalaron cómodamente en un sitial de culto dentro de la filmografía universal. Aún quienes no la vieron, saben que 2001: Odisea del Espacio (1968) es un hito de la ciencia ficción, y cualquier madre que se precie sabe que no debería recomendarle a su hijo que alquile La Naranja Mecánica (1971), porque nada bueno podría salir de allí. Los dos films, sin embargo, trascendieron largamente la anécdota para inscribirse en una suerte de legado generacional. Odisea... marcó de algún modo el pulso de la contracultura en los años 60, con esa mirada psicodélica para pintar el viaje final del astronauta Bowman a través del espacio y del tiempo. Una mirada poética y filosófica (como él mismo definió años más tarde) que taladraba el subconsciente del espectador, un viaje sin LSD. En cuanto a La naranja mecánica, basada en la novela de Anthony Burgess, fue un símbolo precoz de lo que luego derivó en el punk: individualismo feroz, acidez deshumanizada, violencia aparentemente gratuita. En Argentina pegó fuerte pero tarde, como ocurria con todo lo que pasaba puertas afuera durante los años de plomo. Cuando debía estrenarse, el famoso Ente de Calificación creado por el dictador Onganía suprimió siete minutos del film, y el propio Kubrick rechazó la posibilidad de que se viera esa versión de su película, aún cuando se tratase del último rincón del tercer mundo. Desde 1978 circuló en copias de video piratas, dobladas a un idioma gallego absurdo para quienes veían las tropelías de Alex. Finalmente, en 1984, fue estrenada completa, como Dios manda y la iglesia condena. Recibió duras críticas de parte de sectores reaccionarios, pero las tribus contraculturales la tomaron como propia. Inclusive el grupo punk Los Violadores escribió el tema 1,2 Ultraviolento en homenaje a esta película. Kubrick también supo retratar el horror de la guerra sin caer en recursos demagógicos ni en sentimentalismos baratos. Es probable que la primera media hora de Nacido para matar (1987) haya sido lo mejor que se filmó sobre Vietnam. Y que El Resplandor (según los críticos, uno de los puntos más flojos de su obra) todavía siga repiqueteando en los sueños de quienes jamás olvidarán la mirada del escritor psicópata encarnado por Jack Nicholson. Kubrick solía decir que no era sentimental, sino emocional. Quizás por eso, cuando decidió abordar una historia de amor, eligió Lolita (basado en la novela de Nabokov), para entrar a su particularísimo modo en ruptura con una sociedad que pedía otro tipo de historias de amor. Pese a todo, a sus dislates, a sus desapariciones de la escena y de las veladas de gala, él se jactaba de que nunca una productora de Hollywood se fundió por mi culpa. Es que Kubrick, como antropólogo de las más oscurasemociones humanas, logró interpretar las obsesiones del público hasta atraerlas a una pantalla de cine. Quizás allí radique su inmenso talento.
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