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SUBRAYADO
El dolor de los rockeros
Por Carlos Polimeni

Una vez, hace ya cuatro años, durante un recital de Hermética, por una falla criminal, un pibe murió electrocutado. En medio del dolor y del estupor, impulsado por ellos, el líder del grupo, Ricardo Iorio, hizo entonces lo que cualquier persona decente hubiese hecho: movió cielo y tierra en busca de la verdad, se ofreció a colaborar con los familiares y amigos del chico, organizó otro recital en su memoria pocos días después, donó a los deudos toda la recaudación. La actitud de Iorio y sus compañeros en la ruta del heavy nacional fue impactante, para los que se enteraron, porque flotaba aún en el aire una sensación de incredulidad por la borrada olímpica de Los Redonditos de Ricota luego de la muerte de Walter Bulacio. Aún hoy, los familiares del chico que estaba en la puerta de Obras y terminó muerto en un calabozo, siguen preguntándose qué hicieron de malo, qué estuvo mal, para que el Indio Solari jamás se dignase a un gesto que denotase dolor, dolor de verdad. Alguna vez, dijo que no estaba dispuesto a televisar su dolor, y eso fue todo. Unos meses más tarde, su otra opinión llegó en un tema, de gusto dudoso. “En el último show, no murió casi nadie”, se burló. El abismo que existe entre una y otra actitud no es mediático, sino lisa y sencillamente humano.
El tema no le importaría a casi nadie si no fuese porque hace una semana –aunque a juzgar por los medios pareciera un mes– dos chicos murieron electrocutados durante un recital, que nunca se interrumpió, de Los Caballeros de la Quema y Divididos. ¿No hubiese sido bueno que los integrantes de los grupos a los que les tocó el bajón de ser anfitriones, junto al gobierno porteño, de una noche que resultó de terror, “televisaran su dolor”, para usar la metáfora planteada? El secretario de Cultura, Darío Lopérfido, responsable del ciclo “Buenos Aires Vivo 3”, lo hizo el primer día después, y parecía honesto, no un político jugándose el cargo, o el prestigio. Hasta hoy, los líderes de ambas bandas, Iván Noble y Ricardo Mollo, muy hábiles entrevistados, muy referentes de los suyos, permanecen en un silencio ostensible respecto a los hechos del lunes pasado. No es que nadie haya querido entrevistarlos. Sencillamente no quieren decir nada, o no sienten que deban hacerlo. O alguien los aconseja mal, y les indica que es mejor callar, en estos casos.
Los pibes que estaban en el show, y muchos que podrían haber estado, se preguntan, entre otras cosas, por qué Mollo, que es un maestro en el manejo escénico, siguió tocando durante una hora más después de los incidentes que incluyeron las electrocuciones. Y solos no encuentran respuestas. La obvia para pensar desde afuera es que no supo lo que pasaba. La fea es que le pidieron que siguiera. No sería nada malo escuchar su versión y que el público se enterase de su dolor, que existe, seguramente, ya que se entera de muchas otras cosas que a veces no le conciernen. O lo ve, el día del entierro de los chicos, en un programa de Azul Televisión, grabado la misma noche de las electrocuciones y por el que se pagan muy buenos cachets. Ojalá no sea en el programa de Mariano Grondona: el jueves lo cerró diciendo que era un deber ciudadano amar a la policía. Aunque ustedes no lo puedan creer, estaba hablando en serio, en su papel de abogado, fiscal, juez y jurado de la democracia.

 

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