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EN UN HISTORIAL CLINICO, LA
MISTERIOSA RESISTENCIA DEL ELLO
Quien busque jirafa, sapo hallará
Hebe de Bonafini y Charly García.
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La memoria no es sólo
recordar los hechos. La memoria es efecto de un acto, el más personal pero el menos
individual. Así lo desarrolla León Rozitchner en este ensayo sobre el genocidio
argentino: los crímenes que sucedieron y siguen sucediendo. |
Por León Rozitchner *
La memoria ¿es recordar
el hecho sucedido? Saber del exterminio significa situarlo en un contexto
histórico de sentido, donde se enfrenta la posibilidad de que se repita. ¿Holocausto
religioso o aniquilamiento político? Hay dos posibilidades entonces. O ponerlo en un
contexto de designio divino, inmolación y pecado holocausto o teoría de los dos
demonios donde el sentido histórico de la violencia y del terror se pierde. O
convertirlo aniquilamiento, Shoa en índice del mal histórico que depende de
los hombres, y el exterminio entonces forma parte de un proyecto de dominio político.
No hay memoria social sin inscripción en el sujeto que recuerda. La memoria es la más
común de las capacidades humanas, pero para ciertos hechos históricos pide algo más
difícil de nosotros: que no olvidemos el exterminio. Para que se convierta en
significativa la memoria está aquí ligada a la amenaza de la muerte: no es la
rememoración de cualquier hecho. Tampoco es la muerte natural que todos
sufriremos: está inserta en lo más profundo de que cada hombre, en lo que tiene de más
temido y de más valioso: la vida propia y la del prójimo. La memoria tiene que penetrar
el cuerpo sintiente y atreverse a animar desde el horror la significación de lo que se
recuerda. La memoria es un desafío, primero para uno mismo: hay que enfrentarlo no sólo
afuera sino en la marca interna que roturó el propio cuerpo. Pero la memoria toca
también lo inmemorial, aquello de lo cual no tenemos memoria, porque la memoria se
inició allí donde no existía aún: estaba sólo la marca del terror primero, infantil y
arcaico. Todo lloro de niño despierta, en su congoja incontenible, la angustia del primer
encuentro del hombre con la muerte.
Se dice: la valentía de recordar. Porque para recordar lo más terrible y amenazante hay
que enfrentar la muerte que el terror enemigo depositó en cada uno: lo que no puede ser
despertado sin que reverdezca el pánico en sordina. Y sin embargo hay que despertarlo
como el lugar de un nuevo enfrentamiento que necesita que los otros, los dominados y los
amenazados, también se yergan contra la muerte. No la que amenaza desde el poder, como
cuando Menem-muerte la invoca en las Madres de Plaza de Mayo para recordar el genocidio
militar como amenaza redoblada en la vida civil. Hay que recordar por decisión propia,
por propio coraje, de otra manera: despertando el combate contra la muerte que el poder
depositó en cada uno como límite a la vida, y que la restringe y la sorbe.
No podría hablarle de valentía de la memoria si no implicara un
enfrentamiento con lo más temido en uno mismo.
La memoria, aunque roza lo impensado, a veces evita que aparezca: hay entonces memoria
negativa, memoria para recordarnos que no debe aparecer lo que reconocemos como temido,
aquello que la amenaza de muerte tornó inconsciente y distante. Hay una memoria afectiva,
pero sin imagen ni palabra: sólo el afecto de la angustia permanece allí donde se borra
su sentido consciente. La imagen y la palabra abrieron el surco de un sentido amenazante,
pero de tan temido sólo quedó el sentimiento de muerte que lo excluyó de la mente.
De-mente: sólo terror interno, que existe allí en lo más íntimo de la gente.
El terror es feroz: crea sus propios ámbitos de enceguecimiento porque al mismo tiempo
oculta el terror aterra la verdad que lo produjo, y sólo deja el misterio de
lo más temido en lo más hondo: la estela blanca y silente de muerte, es decir su rastro,
su aguijón entrañado, la amenaza indescifrable que la angustia abre cuando se roza su
espacio amojonado. Por eso no se trata sólo de recordar, de tener el coraje o la voluntad
de hacerlo: no se trata sólo de que la imagen de lo temido aparezca nuevamente. Se trata
de crear, como suelo que las sostenga, las resistencias que lo venzan, que impidan que se
produzca de nuevo. Hay que recordar, pero dentro de una inscripción social nueva, para
que cada uno se convierta en una fortaleza contra el miedo. Porque recordar en la soledad
individual no basta: está el recuerdo colectivo ligado a todo aniquilamiento, que es el
único que le puede dar sentido: ligándolo a las condiciones que lo hicieron posible.
Pero en un mundo dislocado por el individualismo, la ganancia y el consumo, la pérdida
del sentido de la vida, la disolución de los lazos sociales, donde el terror sigue
trabajando en silencio los espacios conquistados por la muerte, y los cuerpos asesinos
están entre nosotros como amenazas impunes, ¿qué sentido tienen el recuerdo, el coraje,
la memoria, si no tienen un cuerpo imaginario colectivo para hacerle frente y resistirle?
Si recordar implica aproximar el horror de lo distante hasta convertirlo en próximo,
traerlo a la memoria como imagen presente, darle sentido a su existencia pasada en lo que
ahora vivimos, significa entonces poner al desnudo la internacional de la muerte y del
horror que está implantado en el mundo. La máquina de olvidarnos y disolvernos se nutre
ahora de implantar el terror en lo cotidiano, tornarlo invisible en su presencia repetida
por todas partes, infiltrarse como imagen normalizada en los granos menudos de la vida:
convertirla en banal, como decía Hanna Arendt del genocidio nazi organizado: la máquina
capitalista, menemista, es una máquina también de banalizar la muerte.
Banalizar la muerte es siempre banalizarla para el otro que sufre, porque uno mismo
siempre en lo inconsciente nos ponemos a salvo. La fórmula es simple: primero
vinieron por tu vecino.... Nunca es a uno a quien le toca.
Recordar no es sólo una imagen que retorna: es una situación que se ilumina viniendo
desde el sentido que las entrañas sensibles afectadas por la herida sufrida le devuelven
a la conciencia que la incluye en una política religión, economía, fuerzas
armadas productora de muerte. Las figuras del horror no bastan para el recuerdo: es
necesario que estén incluidas en un marco de comprensión pensada, que para la conciencia
signifiquen lo más intolerable desde lo más afectivo, pero al mismo tiempo,
necesariamente, que se abran sobre el marco del pensamiento del mundo histórico, social,
político y económico que produjeron el exterminio. Pero no sólo sobre el pasado: que
abran ese sentido pasado mostrando lo que de común tienen con el presente. Las Madres de
Plaza de Mayo unen al genocidio nazi el genocidio argentino. Porque el recordatorio de la
Shoa judía abre la memoria y se inscribe en el recuerdo de todos los otros crímenes que
se han sucedido y se siguen sucediendo hasta nuestros días. No se puede hablar del
recuerdo del genocidio judío sobre el fondo de haber absuelto a los autores no ya
únicos responsables del genocidio argentino. También hay que tener el coraje de
recordarlo, y sabemos cómo esa memoria ha desaparecido, terror mediante, de la conciencia
de nuestro pueblo.
* Filósofo. El texto es la primera parte de su trabajo Memoria de
conciencia o de cuerpo consciente. La memoria de las Madres de la Plaza,
incluido en el libro Derechos humanos en el final del milenio, de la Fundación Vivir y
Crecer.
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EL MUSICO QUE HACE HABLAR A LA GENTE
Locos significantes de Charly
Por Laura Salinas *
¿Se imaginan a los
dinosaurios en la cama? La letra de Charly García dibuja la inimaginable escena de
la cópula de un militar torturador. La sorna se despierta al suponerse la expresión
desarmada, bajo las sábanas, en contraste con esos gestos semiocultos de sadismo e
inhumanidad, atrás de un par de anteojos negros.
Si de imaginar se trata, Charly nunca se quedó atrás. Más allá de la sorpresa por
verlo como un chico caprichoso, delirante y juguetón, se puede leer una decisión que
incite, una búsqueda. Cuando la impotencia no es sólo una sensación íntima, particular
o azarosa, sino que deviene de la efectiva exclusión del poder para participar del
ejercicio de la justicia, la imaginación no es un subterfugio para soltar la bronca sino,
tal vez, la única eficaz flecha para dar en el blanco.
García propuso un helicóptero del que cayeran muñecos (y no de peluche), al Río de la
Plata. Su idea toca la verdad e ilumina la existencia de una falta, mediante la
publicación de una escena que se oculta tras las cansadas y trilladas declamaciones sobre
el pasado oscuro en la Argentina.
Diferente era el juego del absurdo (que, para una sociedad confiada en el instinto y en el
miedo, no estaba tan mal) de Marta Minujin, que gustaba de la idea de colgar panes dulces
del Obelisco, para la Navidad de 1979. En Charly, el absurdo, en vez de producir el
sinsentido, ancla en la producción de una significación muy particular.
La elegante moda de horrorizarse por los acontecimientos acaecidos en nuestro país
durante la dictadura militar no logra poner en la vereda de enfrente la falta de
decisión del conjunto social por la ausencia de justicia en la Argentina.
La censura a la propuesta de García sanciona como verdadero algo que de otro modo sólo
podría haber pasado por la actuación de un loquito, o un recordatorio de
eventos horrorosos de un pasado remoto. Charly instala un significante. Por
sí solo no dice nada. Pero con él nos hizo hablar.
La satisfacción de un deseo no es querer un helado y comprárselo. No se
descarga así. Uno puede comer uno, otro y otro, y haber algo que insiste sin
satisfacerse, en otro lugar. Producir una satisfacción es concretar la puesta en
relación de dos significantes, que en este caso serían asesinato y
vergüenza del asesino. El primero ya lo tenemos; al segundo no se lo alcanza,
ni con la venganza mediante la muerte, ni con la violencia bajo ninguna de sus formas, en
la medida que eso transforma al victimario en víctima. La vergüenza ante los otros puede
ser el único camino hacia la responsabilidad, y no la expiación de las culpas en el
confesionario. El deseo está puesto en que eso se concrete.
La vergüenza, a veces, aparece cuando se va a la cárcel, cuando se vuelve público el
acto por lo cometido. Más allá de la censura o la autocensura, ahora, imaginen a los
dinosaurios imaginando caer a los muñecos, untados con pentotal, del avión.
* Integrante de la institución psicoanalítica Csesion.
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