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El enemigo interno Por James Neilson |
![]() El país se apartó repetidamente de la democracia después de 1930 porque buena parte de sus habitantes se resistía a respetar los límites fijados por la Constitución. Algunos por impaciencia, otros por amor a una fantasía totalitaria de origen marxista, fascista, nacionalista o católica, muchos por no creer en la legalidad, los más daban por descontado que en circunstancias determinadas era legítimo mofarse de las reglas. Fue debido a la cultura cívica así supuesta que las Fuerzas Armadas terminaron convirtiéndose en el núcleo de un partido informal que en diversas oportunidades pareció ofrecer una alternativa práctica a las organizaciones civiles. Cuando la ciudadanía finalmente repudió a los militares, lo hizo no por principio sino por asco y temor. Aunque las Fuerzas Armadas, aleccionadas por los desastres que protagonizaron, se han profesionalizado, la tradición antidemocrática que cada tanto las invitaba a inmiscuirse en política todavía no está muerta. Los políticos oportunistas, los obsecuentes vocacionales y los obsesionados por la profundización del modelo que conforman la troupe reeleccionista están resueltos a mantenerla viva y, si bien constituyen una minoría, algunos miembros ocupan puestos estratégicos desde los cuales podrán causar mucho más daño a las instituciones que cualquier banda de soldados embadurnados.
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