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Pobre Alteza, justo ahora

Por Martín Granovsky


t.gif (862 bytes)  Pobre Carlos, Príncipe de Gales. Vivió tironeado sentimentalmente entre Camila Parker Bowles, su amante, y Diana Spencer, su esposa, pero cualquier tensión será poca al lado de la que sufrirá en la Argentina. Carlos llega hoy en medio de la guerra más feroz del peronismo en los últimos 25 años, y su imagen sin duda quedará en medio de la necesidad de Carlos Menem de aumentar su legitimación política incluso con figuras internacionales. Cada foto estará diciendo: “Este presidente es el único que fue capaz de convocar aquí al príncipe heredero 17 años después de una guerra”. Cada imagen será leída así en la Presidencia: “Después de mí, el diluvio”. O de este modo: “Conmigo existe la chance de que lleguemos a algún tipo de acuerdo por las Malvinas”.
Lo cierto es que con Carlos esa posibilidad no existe. El príncipe, y Menem lo sabe, no puede articular ningún arreglo por las islas. No habrá signo en ese sentido, o en todo caso lo habrá en sentido contrario, por la visita de Carlos a las Malvinas para reafirmar la pertenencia de ellas a la Corona británica. Más allá del polo, o de las recepciones en el Alvear y en la residencia del embajador del Reino Unido, el acto más importante para las relaciones bilaterales será el homenaje que el príncipe rendirá hoy en Plaza San Martín a los caídos argentinos en las islas. Actuará como una réplica en espejo del homenaje de Menem a los caídos británicos, en la Catedral de Saint Paul, a fines de octubre pasado, y sin duda apaciguará a los más duros allá y acá.
Lo cierto, también, es que sin Carlos tampoco existe la posibilidad de un acuerdo entre el Reino Unido y la Argentina para discutir la soberanía de las Malvinas.
A lo sumo, durante lo que queda de la Administración Menem la Argentina puede hacer lo que quieren los isleños. Ellos lo dicen en inglés: “Drop the claim”. Que los argentinos abandonen el reclamo de soberanía. Como ningún gobierno lo haría para siempre, el único resquicio aceptable consistiría en que ese abandono tenga plazo. Cincuenta años. Treinta. O veinte. Y que, en el medio, alguna bandera celeste y blanca flamee en las islas mientras los kelpers vienen a conocer los shoppings de Soros. Naturalmente, la renuncia a plantear el reclamo de soberanía, o a dejarlo en suspenso, debería extenderse a las Naciones Unidas y a cualquier foro multilateral. ¿Y después? Después, la Argentina podrá decir que algún tipo de soberanía ya ejerció, porque una bandera propia ondeó al viento en el cementerio de Darwin, y preguntará a los isleños si no se han sentido realmente cómodos cuando visitaban a su portentoso vecino.
Si malvinizar toda la política exterior es un delirio sin sentido -sería mejor dedicar tanta energía a reconstruir una relación política profunda con Brasil– tampoco se entiende qué ganaría el país oscilando hacia el otro extremo del péndulo diplomático.
De todos modos, en cualquier cálculo el Gobierno no puede moverse sin el acompañamiento de la Alianza. El radicalismo tiene experiencia. En 1988, el intercambio de non papers, de documentos sin membrete, avanzaba hacia un diálogo entre Buenos Aires y Londres. Pero el Foreign Office lo detuvo cuando registró que la UCR no ganaría las elecciones de 1989. La embajada británica ya pronosticó al Reino Unido que el próximo presidente no será Carlos Menem. Menem is a good friend, a very good friend. El problema con los amigos es que dejan el poder. El Foreign Office no espera conseguir un acuerdo a largo plazo, pero si le conviniera llegar a un acuerdo de freezer con la Argentina abandonando el activismo y una fórmula ambigua para después, igual buscaría el apoyo de la oposición y, también, un guiño del duhaldismo.
Por eso es que el Gobierno busca que las Malvinas queden inscriptas dentro de una política de Estado, es decir transversal a los partidos. Sin embargo solo la idea imaginaria de que algo importante está por suceder, de que el tren pasa y no debe perderlo, estimularía a la Alianza para que se comprometa en una estrategia que, por otra parte, no domina. Y además: ¿alguien imagina, en medio de la re-re, otro tema de Estado que Racing?

 

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