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OPINION
Príncipe de Gales
Por Luis Alberto Quevedo*

La visita de un personaje ilustre (sea jefe de Estado o astro de cine, Sumo Pontífice o estrella de la NBA) requiere siempre de una construcción de motivos que justifique su presencia. En todas las épocas fue necesario armar el rompecabezas de sentidos que vuelve inteligible la visita de un extraño. Por eso es necesario encontrar, más allá de las explicaciones oficiales, la puerta de ingreso simbólica del príncipe Carlos a nuestro país. Esta puerta puede ser la manera de narrar su llegada e itinerario o puede ser la sección del diario o de los noticieros televisivos que más espacio le dedican a la presencia del monarca. Es verdad: se trata del heredero de la corona británica. Por este motivo, que en el siglo XIX hubiera bastado para justificar toda la atención de la clase política y la sociedad argentina, en este fin de siglo y con la guerra de Malvinas de por medio, no resulta en sí mismo una explicación suficiente. Ni los príncipes son lo que eran en siglos pasados ni la corona británica representa para la Argentina lo que significó, por ejemplo, en los confines del siglo cuando llegó a nuestras costas el otro heredero real. En este sentido, la prensa local ha sido y es un escenario de importantes batallas simbólicas: ¿quién nos visita?, ¿para qué ha venido?, ¿qué actitud debemos asumir frente al príncipe?, son preguntas que han encontrado muy diferentes respuestas. Desde los recibimientos decimonónicos al monarca del ex imperio, hasta la simple denominación de “pirata inglés” que le propina Crónica, han definido el arco de significación con que se ha tratado de dar sentido a la visita del descolorido príncipe de Gales. Es que, en este fin de siglo dominado por el escepticismo y la globalización, ser príncipe a secas no es suficiente, y el pobre Carlos no tiene ni el aura de los reyes ni la fascinación que produce el mundo fashion.
* Sociólogo, profesor de la UBA y de FLACSO.

 

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