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Por Martín Granovsky Ni siquiera se salvó un deporte inventado por los tártaros, que lo jugaban en la India usando la calavera del adversario como pelota, rescatado en la propia India por los británicos, que incorporaron la pelota y lo exportaron a otros países como la Argentina junto con el ferrocarril y la ironía. Hasta un partido de polo con Carlos, de Gales, fue un escenario útil para la pelea entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde, en una variante deportiva que aún no definió qué objeto golpearán los tacos. El escenario era maravilloso. El Hurlingham Club, en la ciudad ídem. Una publicidad de barrio privado hablaría de un verde tranquilizador a 20 minutos de autopista de Puerto Madero. Una gran cancha en el medio, tribunas bajas de madera y una tribuna central vip con dos chicas de remera blanca con la inscripción Prince of Wales Cup, sombrero de paja y pantalones azules. Auspiciaban el partido varias empresas a las que les interesa Su Alteza. Lo esperaban unas 300 personas con ganas de distenderse. Había señoras grandes con finos sombreros y trajecitos de Avenida Alvear, cartera crema y zapatos haciendo juego. Señoritas de sonrisa radiante y vacaciones frescas. Señores de traje oscuro y la urgencia del centro en la cara. Y nenas y nenes con uniforme de colegio. Entre tanta quietud desentonaba el pequeño grupo de argentinos hipercomunicados con otros argentinos y el pequeño grupo de británicos hiperconectados con otros y, a veces, con otros argentinos y, a veces, con Londres. El locutor anunció la entrada al campo de la banda de música de la Escuela de Suboficiales General Lemos, a cargo del maestro Sergio José Scarinchi, cuando uno de los nerviosos ya leía las declaraciones de Carlos Ruckauf. "La declaración del príncipe sobre la relación entre nuestro territorio usurpado y la Argentina es absolutamente inadecuada y la rechazo firmemente", dijo el representante de la oposición en la vicepresidencia. Y agregó: "Gran Bretaña es una potencia usurpadora que no ha modificado su política de usurpación sino sus modos, y la única respuesta que los argentinos vamos a sentir como un desagravio va a ser el día que nos devuelvan el territorio que nos han usurpado". El príncipe Carlos había declarado anteanoche que aquí cerca --seguramente se refirió a las Malvinas, no a Hurlingham-- vivía un pueblo deseoso de mantener su tradición. --Ya llegó --dijo una del grupo tranquilo. --¿El príncipe? --preguntó uno de los nerviosos. --No, Susana Giménez. ¿No está divina con esa capelina y ese traje blanco? Su saludó rauda y, con Teté Coustarot y Teresa Calandra, aunque sin Jazmín, entró a ver el partido que debió haber presenciado su ex esposo, el polista Huberto Roviralta, a quien con poco sentido de la oportunidad cambió por el socio de Rodolfo Galimberti y Jorge Born, que lo ignora todo del polo. Pasó inadvertida, a continuación, la entrada de Alberto Mazza, ministro de Salud y Acción Social, quien no despertó la conmoción popular cuando los micrófonos anunciaron su presencia, pero al menos consiguió confirmar que existe. El locutor, que no hubiera desentonado con el "¡Epa amigazo!" de Les Luthiers, puso más entusiasmo cuando recordó orgulloso que el Hurlingham Club se fundó antes que la ciudad de Hurlingham. Por un momento pareció esa vieja propaganda del Ejército, cuando decía que el arma había nacido antes que la patria. El locutor también anunció que el partido tendría cinco chuckers. --Son los tiempos --explicó una de las chicas. Un celular transmitió al otro grupo la respuesta de Guido Di Tella a Ruckauf. Dijo: "Las declaraciones del doctor Ruckauf son tan poco serias, que prefiero suponer que las expresó más con un superficial criterio de oportunidad de político en campaña que con el rigor que se espera de un vicepresidente". --Ruckauf es vicepresidente de Menem, ¿no? --preguntaron tres periodistas británicos a una colega argentina. --Sí. Pero están peleados. --Ah... Porque Ruckauf no es peronista y Menem sí. --No. Ruckauf también es peronista. Sólo que responde al gobernador Eduardo Duhalde, que enfrenta a Menem. --¿Duhalde es el mismo que no se encontró con el príncipe porque dijo que no tenía tiempo? La colega apeló a toda su paciencia para explicar la interna peronista mientras periodistas, diplomáticos y funcionarios se asombraban ante otra parte del comunicado de la Cancillería indicando al vicepresidente del mismo gobierno que "la Constitución es el librito que el doctor Ruckauf no parece haber leído apropiadamente". Añadía el texto que la Constitución "establece con claridad la disposición argentina a respetar la cultura, las tradiciones y el estilo de vida de los isleños". Decía que si Ruckauf hubiera leído el discurso del príncipe, "descubriría que no es precisamente el Estado argentino el principal destinatario de sus palabras, sino sus propios súbditos de las islas". A favor del desdichado Ruckauf habría que decir que Carlos habló de "tradición", y no de tradiciones, y que esa palabra en singular suele aplicarse al idioma, al sistema político, a la forma de vida, pero sobre todo a la pertenencia de las Malvinas a la corona británica. Ni tantas idas y vueltas lograron interrumpir la paz de la tribuna, instalada bajo un sol piadoso, ni el partido pudo sacar al grupo neurótico de su tarea paralela. Carlos, que tiene handicap dos, flojo, jugó con los hermanos Heguy, de nueve y diez de handicap, con el cuatro a la espalda y un caballo gris. Metió el primer gol. --¿Qué opina el Reino Unido de las declaraciones de Ruckauf? --fue la pregunta al vocero de la embajada británica en la Argentina. --Antes que las declaraciones de miembros individuales del gobierno nos importa la voz oficial de la Cancillería. --¿Creen que Duhalde les hizo un plantón? --El gobernador estaba muy ocupado y mandó a su vicegobernador a la granja Buenas Ondas (la granja ecológica de Piero). --El gobierno argentino conocía el texto del príncipe, ¿no es cierto? --Es una pregunta para los argentinos. Pero era ingenuo imaginar que, si Menem habló del tema (o sea, las Malvinas) en el Reino Unido, el príncipe no iba a hacer una referencia tangencial en la Argentina. Al otro lado del campo, el príncipe no lo escuchaba. Su equipo había ganado 9 a 7 y él debía estar feliz en su otro mundo, al costado, aunque no lejos, de la interna peronista.
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