|
La pulseada político-económica en el gobierno alemán fue decidida ayer por un golpe de los mercados que derrocó a su villano: el ministro de Finanzas Oskar Lafontaine. "Oskar el Rojo", como era conocido por sus políticas ortodoxamente keynesianas, es el líder del Partido Socialdemócrata (SPD) y está identificado con su ala más izquierdista. Lafontaine ya se había ganado la enemistad del Banco Central Europeo (BCE) por su insistencia en una baja de las tasas de interés, y alienó a los grupos financieros alemanes al proponer una serie de aumentos impositivos a las compañías energéticas, las que amenazaron con abandonar el país si aquéllos se concretaban. Esto llevó al canciller Gerhard Schroeder a reprenderlo anteayer en una reunión de gabinete, y ayer el "superministro" anunció su dimisión, tras lo cual Schroeder dijo que Lafontaine "abandonaba la política". Se trató de un claro triunfo para los mercados, que se reflejó en una suba del uno por ciento en la bolsa de Frankfurt y una leve recuperación del euro, que se elevó dos centavos hasta llegar a 1,10 dólares. El festejo de los mercados da un indicio de la enemistad que el ex ministro de Finanzas había generado en la comunidad financiera durante su breve mandato de seis meses. Decisivo para la victoria electoral de Schroeder, Lafontaine aterrizó en la cartera de Finanzas con amplios poderes y gran margen de acción. Keynesiano irredento, inmediatamente comenzó a alarmar a la comunidad financiera al proponer una serie de medidas de controles cambiarios y una baja de las tasas de interés para estimular la economía. Sus declaraciones llegaron a ser tan audaces que la gente --y, más importante, la comunidad empresaria-- empezó a dudar de la capacidad del "centrista" Schroeder de controlar a su jefe partidario. Sin embargo, fue la lucha sobre la reforma fiscal lo que terminó por sellar su destrucción. Lafontaine exigía un aumento de los impuestos a las compañías energéticas alemanas, las que ya se sentían asediadas por la propuesta de los "Verdes" de la coalición gubernamental de abolir el uso de la energía atómica. Las empresas respondieron amenazando con retirar sus activos del país. Ante esto, el miércoles Schroeder acusó oblicuamente a Lafontaine declarando que "algunos de sus ministros" hacían que él "ya no pueda asumir responsabilidad por la política del gobierno", y lo atacó directamente al decir que había cometido "un error estratégico" con los nuevos impuestos energéticos. Esto fue aparentemente demasiado para Lafontaine, quien presentó una carta de renuncia en la que no precisó sus motivos. ¿Cuáles serán las consecuencias de este golpe financiero? En términos económicos, la renuncia le da un poco más de oxígeno a Schroeder. El canciller había elegido adoptar una actitud de bajo perfil ante las declaraciones más temerarias del "superministro", pero en las últimas semanas las críticas de las empresas a su gobierno llegaron a un crescendo insostenible. Sus reprimendas al ministro, y el retiro posterior de éste, recompondrá parcialmente su credibilidad ante la comunidad empresaria. En efecto, el presidente de la Confederación Patronal declaró entusiasmado: "Ahora existe la posibilidad de una verdadera renovación en Alemania". El sucesor más probable --un insípido tecnócrata, Hans Eichel-- sólo ratificaría esta luna de miel. Políticamente, la situación es todavía incierta. Lafontaine fue el verdadero artífice para la unión entre el Partido Verde y el SPD que arrasó en las elecciones de setiembre del año pasado, que lograron destronar al democristiano Helmut Kohl de su dominio de 20 años. Ahora, Schroeder se ha distanciado visiblemente de las políticas verdes, y la renuncia de Lafontaine del Ministerio de Finanzas --y, aparentemente, del liderazgo del SPD-- bien podría ser su rubicón para acercar al SPD hacia políticas del centro. El momento es oportuno. Los verdes están fuertemente debilitados por una serie de traspiés políticos y no se espera que se opongan a tal movida. Schroeder, además, sufrió en las encuestas por parecer el hombre de paja de "Oskar el Terrible", y su retiro le da la posibilidad de imponer su autoridad. Sin embargo, la influencia de Lafontaine en el SPD es fuerte, y parece improbable que alguien tan ambicioso se retire con tanto tacto de la política.
IRAN ENTRA A OCCIDENTE POR LA VIA VATICANA El Vaticano vivió ayer una jornada histórica en el largo camino de aproximación entre dos grandes religiones, el catolicismo y el islam, que durante siglos se han mirado con recelo. Juan Pablo II no dudó en calificar la jornada de "importante y prometedora", al posar para los fotógrafos junto al presidente iraní Mohamed Jatami a la entrada de su biblioteca privada, donde mantuvieron una entrevista que duró 25 minutos. Jatamí, de 56 años, primer mandatario iraní que pisa el Vaticano desde la revolución islámica de 1978 y el líder musulmán de mayor rango que traspasa el umbral de la Santa Sede en 20 años, pidió al Papa que rezara por él, y le dijo "espero que triunfe la ética y la moral junto a la paz y la reconciliación". Antes de abandonar el Palacio Apostólico el presidente iraní aseguró: "regreso a mi país lleno de esperanza en el futuro". Pese a que no trascendió nada de la conversación, el portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro Valls, declaró que el presidente Jatamí había subrayado que el encuentro estuvo presidido por el "espíritu de Asís". Se refería el religioso chiíta a la Jornada Mundial de la plegaria que reunió en Asís el 27 de octubre de 1986, por iniciativa de Juan Pablo II, a altos representantes de las grandes religiones mundiales. Antes de abandonar la Santa Sede e Italia de regreso a Teherán, Jatamí se entrevistó con el Secretario de Estado vaticano, el cardenal Angelo Sodano. La paz en Oriente Medio, la desautorización por parte de Irán de los métodos terroristas, y el respeto de Teherán a los derechos humanos, figuraban entre los temas prioritarios a tratar.
|