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El fútbol como metáfora de la sociedad argentina

El matiz ingenuo típico de la comedia musical sobrevuela a “Once Corazones”, una fábula sobre la vida  que utiliza como ámbito unclub de  barrio y como estereotipos a Roberto Catarineu-Carlos March.

La obra enfrenta a dos ex futbolistas de ideología bien diferente.
Miguel Cantilo y Jorge Durietz aportan sus valsecitos nostálgicos.

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Por Cecilia Hopkins

t.gif (862 bytes) Cuando la semana pasada Racing Club de Avellaneda se declaró en quiebra se recordó que Huracán de Parque Patricios ya andaba con la soga al cuello. Para cualquier persona atenta a la realidad, está claro que no son éstos los únicos clubes en aprietos. Tres décadas de dirigentes deshonestos –afirman los racinguistas– pudieron más que casi un siglo de historia: muy poco faltó para que la temida imagen del remate de los bienes de la Academia se convirtiera en una realidad. De modo expuesto o solapado, el robo y otras vertientes de la corrupción en el fútbol se han convertido en una cuestión que de tanto dar que hablar no podía estar ausente de la escena teatral. Escrita por Enrique Morales y dirigida por Rubens Correa y Javier Margulis, Once Corazones desarrolla esta temática desde el formato de la comedia musical, lo cual constituye en sí mismo un hecho novedoso.
Roberto Catarineu y Carlos March –dos intérpretes a medida del género– se reparten los roles protagónicos. Representantes de dos modos diferentes de entender el fútbol y la vida, Tulio y Cadorna jugaron de adolescentes en el mismo club de barrio y desde siempre anduvieron enfrentados, uno a favor de un juego conservador y el otro, apostando al fútbol de estilo, por amor al gol. En aquellos días, cuando respectivamente lucían el 6 y el 10 en la camiseta (¿Daniel Passarella y Diego Maradona?) los dos también se enfrentaron por el amor de la misma muchachita. Al momento de iniciarse el espectáculo, Tulio es el presidente de un club de cierto prestigio, dueño de una fortuna amasada con malas artes. El hombre defiende a ultranza las leyes del mercado y busca un fútbol redituable “de cancha llena y superávit”. Su postura es sencilla y terminante: si no cierran los números, se cierra el club. Vencido y amargado, Cadorna sigue defendiendo el fútbol que no especula con la emoción pero la idea de desenmascarar al corrupto lo pone en marcha.
Si bien el espectáculo no logra escapar de cierto tamiz ingenuo y esquemático que siempre impone la comedia musical sobre personajes y situaciones, este hecho no le resta atractivos. Once corazones fluye con adecuada energía, merced a un elenco disciplinado, y cuenta con un despliegue visual importante, tanto desde el vestuario y la escenografía como desde el diseño de iluminación y el planteo coreográfico de cada cuadro. El ritmo batallador de cada escena se permite un respiro con las apariciones del dúo Palomitas Blancas. Formado por Jorge Durietz y Miguel Cantilo (antes conocidos como Pedro y Pablo), el dúo comenta los detalles de los acontecimientos con empaque nostálgico, al compás de valsecitos criollos. Por otro lado, la banda musical que acompaña las escenas combina con acierto rap, tango, milonga y cha cha cha, en tanto que Cantilo aprovecha la terminología futbolera para ponerle letra a cada tema, además de hacer referencias a anécdotas y personajes del ambiente. Por este motivo, más allá del público estrictamente teatral, Once Corazones parece estar dedicado al hincha del tablón: una invitación a ponerle una dosis de color y música a la polémica y así, al menos, matizar tanta mala sangre.

 

La tragedia de la Academia

Once Corazones no es la única obra teatral que rescata la temática del fútbol. Los fines de semana, en Liberarte, se pone en escena El caso R.C., unipersonal a cargo de Rodrigo Cárdenas. Aquí no hay alusiones a la corrupción ni a los tejes y manejes futboleros: es pura pasión, centralizada en el tambaleante Racing Club. Como si quisiera establecer códigos de complicidad con el público (mayoría de fanáticos, con banderas, gorros y cánticos de cancha) el relato de Cárdenas se convierte en una especie de racconto de las penurias racinguistas en la piel de un militante, pero prevalece –arriba y abajo del escenario– el orgullo de ser de la Academia.

 

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