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Entrevista a Guillermo Cides, musico
El stickista de exportación

Obsesionado por Astor Piazzolla, Bach, Iggy Pop y Lou Reed a la vez,
este solista argentino radicado en España, considerado uno de los
mejores del mundo en su instrumento, toca esta noche en Buenos Aires.

Guillermo Cides dice que en los conciertos intenta demostrar que no está en ningún casillero del mercado.

Por Pablo Plotkin

t.gif (862 bytes) El stick es aún una rareza, pese a que fue inventado hace 30 años por el luthier Emmett Chapman. Desde entonces, su creador sigue fabricándolo de manera artesanal en su casa de California. No hay una industria del stick –un instrumento que combina en sí las seis cuerda de la guitarra eléctrica y las cuatro del bajo, y se pulsa a dos manos– no se produce en serie ni existe más que la marca que le dio origen. Guillermo Cides, el mejor stickista argentino, es consciente de que pertenece a la primera camada de músicos que se dedican por completo a la técnica y ejecución del instrumento. Y esa página asegurada en los manuales de historia, reconoce, le gusta. “Con el stick somos de una misma generación. Sé que mis discos formarán parte de un currículum dentro de 100 años. No es ése mi objetivo, pero soy consciente de que soy protagonista de una historia que se está escribiendo muy lentamente”, afirma el músico que esta noche tocará en La Trastienda, en su primera presentación en la Argentina después de más de un año afincado en Madrid.
El alejamiento progresivo de Cides del país empieza antes, cuando por su condición de stickista profesional –que no abundan– participó de giras mundiales con artistas del tamaño de los Emerson, Lake & Palmer, por ejemplo. En la Argentina, además de desarrollar su carrera solista, repartía su tiempo en proyectos tan diferentes como tocar con el guitarrista de Mercedes Sosa, Colacho Brizuela, o colaborar en Tía Newton, banda principal de la ola de rock sónico que se originó en los primeros años de los 90. Pero definitivamente, no encontraba del todo su lugar, un lugar de respeto al notable músico que es.
–¿Estaba muy deprimido cuando decidió irse a vivir a Europa?
–Antes de empezar a tocar acá en la Argentina descubrí que mi camino iba a ser corto si me atenía a los estándares del trabajo y la difusión de todo artista. Entonces decidí hacer algo simpático, que era ir por la banquina. Elegí un instrumento más bien artístico y creé un centro de stickistas para poder apoyarme en esa historia. Por alguna razón, este camino artesanal tuvo sus frutos al tiempo. Yo insistí siete años en Buenos Aires con lo mío y creo que recibí una especie de retribución por mi trabajo. Entonces, cuando ya estaba organizado, decidí irme del país. Los músicos que venían de afuera me decían: “¿Qué hacés acá?, vos tenés que estar en España, Estados Unidos”. Sabía que era así. Pero quería descubrir las dificultades del país donde vivo, porque soy argentino y quería que acá pasaran cosas. Cuando ya había logrado algo, decidí empezar de cero en otro lugar. Y eso fue lo que hice.
–¿Sentía que la carrera de un stickista era más de colaborador que de solista?
–No, al contrario. Cuando me acerqué por primera vez al stick me di cuenta de que era un instrumento concebido por y para un solista. Esto me lo corroboró Chapman, que me dijo que él lo inventó para tocar su música. Inventó un instrumento que le permitía unir el bajo, la guitarra, el concepto de percusión y el concepto de piano. Después se hizo del mundo, y otros músicos lo popularizaron de diferentes maneras. Como por ejemplo Tony Levin, con Peter Gabriel. El es bajista, necesitaba un sonido grave y el stick le vino perfecto.
–¿Dentro de qué género cree que cuadra su música?
–Me gusta que no puedan encasillarme. Me gusta desconcertar a la gente que necesita que los músicos estén dentro de un lugar. Por eso nunca me transformé en un mostrador del stick ni nunca puse una tienda de venta de sticks. Eso fue de lo que yo me quise escapar todo el tiempo. Es extraño, porque cuando vos querés hacer un camino realmente simple, sincero y personal, te encontrás con que es más complicado que si pertenecés a una multinacional, tenés una novia modelo o vendés sticks a miles de dólares en una casa de música.
–¿Y de qué artistas sí reconoce influencias?
–La primera respuesta es simpática: escucho el Top 10 y el Top 40, y así sé lo que no debo hacer. Después escucho mucha música, soy un tipo intrigado. Cuando me obsesioné con Peter Murphy, realmente escuché todo lo de Peter Murphy. También me obsesioné con Iggy Pop y con Astor Piazzolla, porque Piazzolla tenía algo muy intrigante, que incluso ahora tampoco se comprende. También escuché a Bach. Trato de no encerrarme en un solo género: desde Bach, que ya no está, hasta Lou Reed, que sí está y quiere decirnos algo, me nutrí de toda esa música. Y creo que lo que me sale hoy es una mezcla de todo eso.

 

“Estoy fuera del mercado”

–¿Cómo va a ser el show de su regreso a la Argentina?
–Con muchos músicos invitados pero sin las pretensiones de un show con muchos invitados. Quiero decir: desde hace tiempo estoy fuera de lo que suele llamarse el mercado musical, y de los peligros que eso implica. No tengo proyectos comerciales. Mis temas siguen durando cinco, seis minutos, aun en los discos. Esa misma ausencia de la pretensión define mis conciertos, y los músicos que invito lo saben: muchos de ellos no son profesionales. Este va a ser un show con stickistas, trompetistas, percusionistas, cantantes, pianistas. Van a ir subiendo y bajando toda la noche intentando hacer música. Insisto: sin pretensiones, como mi música.

 

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