El péndulo ha terminado su trayectoria hacia el centro e inicia
el camino por el ala del deber. Las valijas han sido preparadas antes de esta nota. Allá,
en Buenos Aires me esperan los pasillos llenos de voces eternamente juveniles que me hacen
recordar las mías de hace medio siglo cuando uno se iniciaba, las voces de los pasillos
que llevan a las aulas. Allí estaremos otra vez escuchándolas, dialogando con ellas, con
las voces estudiantiles para hablar de la experiencia de la humanidad y ensayar salidas en
búsqueda del gran encuentro.
Mientras tanto dejo esta Europa tan llena de contradicciones como antes, pese a los
cambios. Tiene Alemania un nuevo gobierno socialdemócrata-verde donde los verdes entraron
al lujoso lenocinio del poder preguntando si allí se toma limonada y los
socialdemócratas, en pocos días demuestran ser otra vez artistas eximios en aquello de
cambiar todo para no modificar absolutamente, absolutamente nada. Eso sí, cambiaron la
marca de la cosmética política y se apoltronaron para recomenzar el eterno debate de que
si primero hay que subir los salarios para que la gente pueda gastar más y mover la
producción, o rebajar los impuestos para atraer capitales. Sonreír a la izquierda y a la
derecha, sonreír eternamente como las mujeres de las vidrieras de las viejas callejuelas
de los puertos. Pero al primer cañonazo del capital le dieron el pase en blanco a su
ministro Lafontaine, que creía que podía doblar por la zurda.
Pero no nos pongamos discepolianos y empecemos a hablar en voz alta, a hacer las preguntas
que en una clase de Etica nos harían adolescentes medianamente inteligentes. Por ejemplo,
uno de los tantos problemas: ¿por qué se sacrifica al pueblo kurdo y no se da la voz de
alto a la infame política de Turquía contra esa minoría? ¿Por qué jamás se recuerda
el genocidio que cometió ese país con los armenios en la segunda década de este siglo
con la matanza cobarde de cientos de miles de niños, mujeres y hombres? La primera
pregunta tiene una respuesta indigna pero políticamente correcta: es que Alemania ha
firmado un contrato fabuloso para la venta de armas a Turquía. (Los diputados verdes
todavía no han preguntado por esa inmoralidad, siguen tomando la naranjada que solícitos
les alcanzan los sonrientes funcionarios de la Realpolitik.) El ministro del
Interior socialdemócrata Otto Schily se ha mostrado indignado por las manifestaciones de
los kurdos en las calles alemanas que no produjeron ni muertos ni heridos, sólo cuatro
jóvenes kurdos entre ellos una chica de dieciocho años sin armas que fueron
asesinados con un tiro en la nuca cada uno por la custodia del consulado israelí en
Berlín cuando intentaron entrar en esas oficinas. Pero sobre este inexplicable hecho de
sangre todos se callan la boca: terreno extraterritorial, comentan los que tendrían que
intervenir pero miran hacia otro lado. Es que el pueblo kurdo no tiene lobby,
palabra mágica. Por ejemplo: el secuestro de Ocalam rompió contra todos los principios
jurídicos que deberían regir la vida de Occidente, pero es que Turquía permite una base
a los norteamericanos para desde allí atacar a Irak. Todo es explicable, desde el punto
de vista del oportunismo y el interés económico y político.
Podríamos traer en profusión esta temática de la actual Europa. Pero vamos a centrarnos
en un tema que mueve a la sociedad alemana y que es de debate en todo el mundo: el aborto.
Habíamos escrito ya que Alemania logró una de las leyes sobre el tema más sabias
basadas en la opinión de expertos científicos en la materia, de las asociaciones de
mujeres, de psicólogos, sociólogos, políticos y de las iglesias. Los obispos alemanes
aceptaron en principio la ley pero no así el Papa. Para quien aborto es directamente un
crimen. (Esto no obsta para que el Santo Padre corra adefender a uno de los más aviesos y
alevosos asesinos de uniforme: Pinochet.) Los obispos alemanes se reunieron y le enviaron
a Wojtyla una propuesta para suavizar diferencias. Todavía no ha llegado la respuesta.
Pero mientras tanto han salido a la palestra varios teólogos católicos para terminar con
la farsa. Eugen Drewermann, que además de ser teólogo es psicoterapeuta, le ha replicado
en forma concisa con argumentos que servirán para esclarecer a muchos obispos,
principalmente del Tercer Mundo, que no saben cómo enfrentar este problema profundamente
humano. Drewermann ha salido a la palestra para enfrentar al Papa mientras casi todos sus
hermanos en la fe agachan la cabeza y se ponen de rodillas ante el pontífice.
Dice Drewermann: Aborto no es sinónimo de crimen. La posición de la Iglesia de
Roma se puede comparar con el fanatismo de las sectas religiosas de Estados Unidos. Quiere
hacer creer en forma dogmática que todo aborto es un crimen. Y contra lo que
sostiene el Papa de que la vida humana comienza en el momento de la fecundación del
óvulo, replica el teólogo: ¿Cómo puede sostener eso? Hasta hace pocos años
predicaba contra la muerte blanca, es decir, la pérdida de semen que no
debía ser dilapidado. Esto es tan absurdo como la prohibición estricta de todo
anticonceptivo. Desde hace poco expresa Drewermann la Iglesia de
Roma se remite a la biología. Repite que cada óvulo fecundado, cada cigoto, contiene la
genoma de un ser humano. ¿Pero, acaso por eso, un cigoto es un ser humano? Sí, sostiene
la moral papal con demanda de infalibilidad y acusa a cientos de miles de mujeres, que
usan espiral, de aborto prematuro y boicotea con todos los medios una discusión razonada
sobre después de la píldora. Pero la biología no sirve para tal rigorismo:
ella conoce sólo los pasos de la evolución y no idiosincrasias ya listas.
Por eso continúa sostiene la Iglesia de Roma que en el momento de la
concepción Dios crea un alma inmortal. Dice que este juicio es por demás
discutible en su mezcla de biología y metafísica. Por ejemplo, el Papa ruega,
acompañado de las almas de los niños abortados para que Dios perdone a sus
madres convertidas en asesinas. Pero cigotos se pierden en abortos
espontáneos.
Y Drewermann, con una ironía genial, se pregunta: ¿Es entonces Dios un asesino
sólo porque la naturaleza tiene que probar cuándo la vida es posible biológicamente?
¿Es que acaso una mujer desde el comienzo ya no tiene derecho a ningún plazo para
decidir si puede soportar física, psíquica y socialmente un embarazo? Se puede creer en
la creación de los hombres por Dios y en su resurrección también sin la
teoría del alma de Platón; pero el plazo de la decisión en el problema del aborto sólo
debería vencer cuando el cerebro del feto esté tan conformado que sean posible las
primeras reacciones ante el dolor y el miedo. En suma: quien aborta un feto hasta el
tercer mes no mata a ningún niño. Por eso ninguna mujer que aborta así es
una asesina. Y para las que lo hacen después, la ley contempla una serie de
necesidades de urgencia.
Luego, Drewermann recurre al principio de bondad, que debería acompañar todos los pasos
del pensamiento cristiano: Los seres humanos en estado de necesidad necesitan
comprensión y no condena. Debería ser cristiano el saber qué necesidad de
salvación tiene el ser humano desamparado. En cambio, la Iglesia Romana
ignora conscientemente la dimensión de lo trágico en la vida humana en beneficio de una
dogmática salvacionista mágica-sacramental. Quien aún siempre hace uso de la
excomunión como castigo por el aborto no ejercita humanidad, sólo quiere tener razón en
vez de escuchar a Dios.
Cuando uno lee esto y repara en la soberbia de los príncipes de la Iglesia de Roma no
puede dejar de pensar en la terrible figura que significa que el Papa, que llama asesinas
a las mujeres que abortan, haya pedido por Pinochet, sayón de la tortura y el crimen.
¡Qué dolor deben haber sentido todas las madres de las víctimas de Pinochet! En cambio,
el general disfrazado de falso prusiano habrá eructado ruidosamente y se debe haber
pedorreado de puro gusto y haber hecho el corte de manga cuando seenteró del mensaje del
Vaticano. El Papa con él. Por eso, permítaseme algo que escribo con todo el corazón: mi
abrazo a las Madres de Plaza de Mayo que le expresaron al Santo Padre toda la rabia
contenida ante su pedido por el verdugo. Mi apoyo solidario a las Madres por esa misiva
imprudente. Así, como acostumbran ellas. Las únicas que son capaces.
Compárense esas palabras escritas con la sangre de sus hijos con la misiva alcahueta y
llorona del señor Presidente de los argentinos al Pontífice Wojtyla. Creemos que ahí en
esas dos cartas está definida la Etica de los argentinos. Una, en su extremo altruismo e
indignada y desbordante sed de justicia. La otra, chorreante de palabras de moralina gacha
y redituable, a la que se nos tiene acostumbrados y por la que se nos propone
reeleccionismos.
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