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Panorama politico
La delgada línea roja
Por J. M. Pasquini Durán

¿Hasta dónde está dispuesto a avanzar el presidente Carlos Menem para quedarse en el cargo? Según las evidencias a la vista, hasta donde pueda forzar las circunstancias, sin que importen la ley, los compromisos tomados ni, mucho menos, la suerte de la estabilidad democrática. Claro está, una cosa es la intención y otra la fuerza para realizarla. El Presidente, tanguero de siempre, creyó que era el gato maula jugando con míseros ratones, pero esta semana la Cámara de Diputados le demostró que pasa por el momento de mayor debilidad de su gestión en la última década. Cada día es menor en el país el número de adeptos y aliados que sigue su cruzada personal. ¿Llegará al golpe institucional, como Fujimori en su momento, con disolución del Congreso y los tribunales? Si el envión presidencial no se detiene antes de la interna peronista, luego con centenares de miles de votos a su espalda, conseguidos como sea, cruzará esa tenue línea que separa a la farsa del drama, al grotesco de la tragedia.Convencido de poseer un destino manifiesto, el señor del divino mandato tuvo una pésima semana en toda la regla. Los opositores lo colocaron a la defensiva, arrebatándole, por fin, la iniciativa política. Dentro de sus propias filas, lo que era una corriente rumorosa se convirtió en torrente que salió de madre, arrastrando hijos y entenados como jamás hubiera imaginado en su mesa de arena. Las fotos de ayer, una con Menem y Saadi juntos, otra con Antonio Cafiero, precandidato a gobernador bonaerense, escoltado por Alberto Pierri y Juan Carlos Rousselot, son vivas imágenes del rescoldo menemista.
En plena hemorragia, el Presidente tuvo que recibir al príncipe británico que llegaba, en su imaginación y la del canciller Guido Di Tella, a dejar una ofrenda de buenos modales en homenaje de la estrategia de seducción. Buenos modales tuvo, pero el huésped le chantó una frase envenenada, en pleno banquete, que la entendió hasta Winnie-Pooh: respete la tradición de los kelpers. El vicepresidente Carlos Ruckauf, que figura en su lista de traidores, y Fernando de la Rúa, otro conjurado en sus cuentos de brujas, tuvieron que salir al rescate de la patriótica demanda de soberanía argentina sobre las islas Malvinas. Menem quedó en silencio y Di Tella quiso explicar lo inexplicable mientras se calzaba el viejo sayo italiano de “traduttore, tradittore”. Para colmo, en el fútbol millonario, que a Menem le interesa más que los apagones, la taba tampoco cayó de suerte.
Quedó coleando, ensartado en el anzuelo de sus propias palabras del 21 de julio, hace menos de un año: “He resuelto excluirme de cualquier curso de acción que conlleve la posibilidad de competir en 1999”. Con la misma seguridad ese mismo día hizo otro anuncio: “Estoy excluyéndome de cualquier tipo de inmunidad para que, como lo hicieron los militares en su oportunidad, las futuras autoridades de Argentina o las actuales, desde este momento, me investiguen en todo, absolutamente en todo. No puedo seguir tirando mi honra a los perros”.
Aunque nunca hizo caso de sus propias palabras (“si hubiera dicho lo que iba a hacer nadie me votaba”, también es de su autoría) quizá Menem creyó que estarían dormidos los perros que comen honras el día que leyó una noticia exclusiva de La Nación, en la que una encuesta de Gallup emparejaba las intenciones de voto con la Alianza. Como si fuera misa, durante una semana Carlos Corach, fiel escudero, repitió los datos en oración. A eso se agregó la derrota radical en Córdoba a manos de un menemista de última hora, el “Gallego” De la Sota, que rápido devolvió los favores recibidos encontrando a un juez, otro augurio de suerte, dispuesto a lo que no se atrevían María Servini de Cubría ni otros buenos amigos. Sonaban campanas de victoria en la Casa Rosada. Sabían que otra embestida le daría de nuevo a la Alianza la palanca de apoyo para mover el mundo, el antimenemismo, pero en sus cuentas de suma y resta subestimaron la onda expansiva y confiaron en que Eduardo Duhalde seguiría siendo el ratón del gato maula. Sería una divertida historia de Tom y Jerry si no fuera porque las desventuras de un gobierno nunca son graciosas, porque a la corta o a la larga el precio lo pagan los ciudadanos. Para empezar, todos los poderes constitucionales están bloqueados bajo la presión de la prepotencia presidencial, mientras la agenda popular se carga de incertidumbre y de angustia.
El arco iris de la oposición mostró todos los colores posibles, con Duhalde implícito aunque ausente, en el foro convocado ayer por la Alianza. El eco obtenido esta vez, en contraste con la indiferencia del año pasado, muestra el cambio en el estado del ánimo público. No sólo el hartazgo de las clases populares, castigadas sin piedad por las políticas del ajuste, también el fastidio de núcleos del patronato que estarían bien dispuestos a un tercer mandato pero no a costa de violar la seguridad jurídica que esas corporaciones necesitan para la protección de sus propios intereses. La sesión de diputados con amplia mayoría, casi dos tercios, y el foro son dos expresiones institucionales claras en defensa de los pactos preexistentes. El próximo paso consiste en ganar la prueba de la calle, para lo cual la oposición no sólo debe oponerse sino también hacerse cargo de la agenda popular.
Habrá que ver si la consigna de la pura legalidad alcanza para movilizar a millones de personas que tienen la sensación de que sus derechos sociales y los de la Constitución tampoco los amparan, sin que eso haya sido motivo para tanta agitación partidaria. Menem cuenta con la apatía y el escepticismo apolítico para mover sus piezas, mientras que la oposición considera que el descontento popular alcanza para rechazar el continuismo. ¿Será así? Allí donde se cruzan la libertad y el hambre, las opciones suelen tomarse por miedo o por esperanza. Miedo hay: los signos de la recesión económica, con todo lo que supone de sacrificios y renunciamientos, provocan desolación.
Los últimos informes del Fondo Monetario Internacional (FMI) confirman los peores presagios para la economía nacional. Aun sin esa perspectiva, la situación de iniquidad es agobiante por donde se mire. En Jujuy, los chicos pobres en edad escolar han perdido el sesenta por ciento de su capacidad intelectual. El martes pasado este diario anticipó datos oficiales sobre la proporción de pobres e indigentes en la Capital y el Conurbano: la cuarta parte de sus pobladores no pueden comprar una canasta básica de bienes y servicios por valor de 450 pesos. No son argumentos de agitadores sociales ni de fundamentalistas del progresismo, aunque algunos recién llegados al centrismo político imaginen que el conflicto social es tan perturbador como la ambición menemista.
En el encuentro porteño con el príncipe Carlos, el presidente del Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA), Jorge Romero Vagni, también director ejecutivo de Sociedad Comercial del Plata, reconoció el efecto social del ajuste conservador. “A comienzos de los 60, el 20 por ciento de la población de menores recursos recibía el 2,5 por ciento de los ingresos –recordó–. Hoy, esa misma proporción se queda con apenas el uno por ciento y la población no para de crecer. A esa gente hay que darle alguna respuesta”, advirtió.
Deben recibir esperanzas, así es, y, si no fuera mucho pedir, alguna que otra certeza. Saber, por ejemplo, que si se va “el sultán”, como lo nombra la calle, con él se va también el programa de la exclusión social. Saber, por ejemplo, que la Constitución no se restringe a la cláusula transitoria sobre el mandato presidencial sino que abarca derechos económicos y sociales que los anticontinuistas, algunos por lo menos, están dispuestos a sostener con el mismo ahínco que ponen en la legítima defensa de lalegalidad. Menem no puede competir contra esa propuesta. Entonces, estará perdido, sin remedio.

 

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