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CADA VEZ SON MAS LAS PELEAS VECINALES QUE SE RESUELVEN POR MEDIACION
Las guerras secretas de los porteños

Un gallo que cacarea en Barrio Norte durante la noche. Los que se espantan porque se oye a los de enfrente “cuando hacen la cosa”. O el que no soporta el desinfectante de los vecinos. En el ámbito de la ciudad se triplicaron los casos de mediación: un recurso para evitar que todo termine en Tribunales.

Convivencia: Los mediadores comunitarios para resolver conflictos de convivencia entre  la gente son 52.
Atienden en los 16 centros de gestión.

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Para sobrellevar tanto conflicto, los mediadores, a veces, optan por un rato de distensión.
Los trabajos encarados en los edificios suelen terminar en peleas que ellos deben resolver.


Por Alejandra Dandan

t.gif (862 bytes) –Señor, ¿por qué no vino a la mediación?
–Es que esta gente quiere hacer el gallo a la cacerola.
Un gallo de la calle Gallo había convertido en insomnes a veinte vecinos del Barrio Norte. No es parodia. El dueño del animal era el asustado director de un jardín de infantes. Los vecinos, gente de trabajo que a poco de pasar las 4.30 de la mañana era despertada por el monótono cacareo del animal. El conflicto vecinal es uno de los 1.389 casos de mediación comunitaria encarados en el ámbito del Gobierno porteño. Para resolver el asunto del cacareo, existió incluso un informe a la Dirección de Política y Control Ambiental: “Es de hacer notar –decía la conclusión– que el canto del gallo es un hecho biológico no punible que debe ser resuelto por la justicia ordinaria”. Aunque para los coordinadores el sistema aún no es lo suficientemente conocido, en el ‘98 se triplicaron las causas atendidas. Los vecinos que se sometieron a la mediación fueron unos cien mil y el 51 por ciento de casos lograron ser resueltos, incluido el del gallo.
El canto del gallo
Iniciado el canto, el gallo lo extendía cíclicamente en las tres horas siguientes. Marcelo di Filippo es abogado y atendió como mediador al gallo, al dueño y los veinte insomnes. El tema era serio, tanto como cualquier denuncia por “ruidos molestos”. Di Filippo pidió detalles y su rostro no tardó en cobrar fisonomía de desesperado. Los dormitorios del edificio daban a un pulmón de manzana donde estaba el parque del colegio. Y el cuestionado animal. Se convocó a una audiencia, concurrieron las partes, pero el director no: “Llamé al dueño –dice el letrado– y me dijo que no fue, ofendido porque al gallo lo querían hacer a la cacerola”. En esa charla, Di Filippo contó la buena disposición de la gente: “Nos encantan los animalitos –aseguraban los vecinos– y es bárbaro que un jardín tenga un gallo. Pero no nos deja dormir”.
Hubo varias opciones: “Cambiar los horarios al gallo tapando su sector para que no le dé luz hasta una determinada hora y así empezaría a cantar más tarde, o conseguir otro lugar”, detalla el abogado con serias dificultades para contener la risa. Se evaluó el perjuicio a los chicos que eventualmente dejarían de tener su gallo. “Pedí un informe a la Dirección de Política y Control Ambiental para que determinara si los decibeles del canto estaban permitidos por la ley”, repasa Di Filippo. Los peritos controlaron gallo, higiene y canturreos. A vuelta de conclusiones sabían que las emisiones guturales eran lícitas, pero finalmente se obtuvo una granja y el gallo emprendió un camino de ida.
Los mediadores comunitarios son 52 y deben sentarse a resolver conflictos de convivencia entre la gente. Atienden en los 16 centros de gestión del Gobierno porteño. Aunque no es condición insalvable, todos son abogados o profesionales. El mecanismo empezó en el ’97 y los más preparados en el tema eran los abogados: en aquel momento se acababan de establecer las mediaciones prejudiciales. Para analizar la rara diversidad de casos, se impusieron reuniones periódicas donde además de cierta catarsis evalúan posibles soluciones. “Y, sobre todo, ver hasta dónde podemos llegar, cuál es el límite –explica Saverio Nappi–, porque a veces vemos la resolución ahí, al alcance, pero como es voluntaria no se da”.
De todos modos, el índice de casos resueltos fue del 51 por ciento. Pero hay otro porcentaje que preocupa a los mediadores: en el 38 por ciento de los casos no se consigue juntar a las partes. Para lograrlo hasta se intentan cambios en el modo de citar. Sergio Abrevaya es coordinador general del programa: “En la zona de Lugano –dice–, variamos tres veces la manera de citar a la gente: fuimos muy flexibles, después intentamos nodar tanta explicación sobre la falta de consecuencias legales pero más tarde, como tampoco daba resultado, resolvimos volver al inicio”.
Geopolítica vecinal
Los mediadores definen los problemas por zonas. “En Lugano hay tres sectores: existe la zona residencial que acude más a la mediación, el complejo habitacional y las villas donde el uso del sistema es prácticamente nulo”. Abrevaya conjuga este marco con concepciones culturales y sociales. Así explica que aunque desde el sector de los complejos de vivienda se pida la mediación, cuando la resolución implica un gasto, no se logra: “Te dicen que están de acuerdo con, por ejemplo, resolver el tema de humedad. Pero no tienen plata”. Para la zona de las villas, la dificultades incluyen temas de legitimidad de la figura de ese tercero mediador, extraño al barrio.
Los consorcios son la usina de mayor conflicto en la Capital. “Acá tenemos vecinos arriba, abajo, al frente, abajo estamos llenos de vecinos y todos son un conflicto distinto”, enumera Nappi. Aunque repiten que no pueden opinar, los mediadores van procurando modos transversales para conocer de qué se trata esta historia de Buenos Aires puertas adentro. Vuelto por fuerza semiexperto en técnicas de lenguaje, Abrevaya habla de descubrimientos en comunicación: “El asiático –dice–, escucha calmo cuando le hablan, necesita tiempo para reflexionar y después vuelve; los latinos interrumpen antes de terminar y, en cambio, los anglosajones esperan que termines de hablar y después te responden”.
La urbe aglomera de todo un poco. Por eso, Mabel San Pedro comenzó a estudiar sobre religiones y culturas asiáticas cuando el pastor de una iglesia coreana fue puesto en mesa de mediación por vecinos de Flores (ver aparte).
Conflictos en ascensor
Nappi define el tema de los consorcios como el gran conflicto del siglo que viene. “Lo más típico –relata– son los techitos sobre la planta baja, que están autorizados pero el de arriba no quiere. Empieza a tirarle basura, cosas, agua y el techo se rompe”. “Hay vecinos que hace veinte años comparten el mismo edificio y ni siquiera se conocen o están meses o años sin hablarse, y una vez resuelto el tema empiezan a tomar el té todas las tardes”, cuenta.
Habitualmente, cuando un tema de consorcio llega a mediación, ya pasó, sin éxito, por las manos del administrador. “Los temas de siempre son hacinamiento, ruidos menores, el problema de los chicos, los perros”, cuenta Nappi. Uno de los abogados murmura sobre los que vienen a quejarse con eufemismos: “Se escucha todo cuando hacen la cosa, todo”.
Nadie da nombres de los “requirientes”, nombre técnico de los denunciantes. No pueden hacerlo porque se trata de información confidencial, explican. Pero las historias fluyen a montones. También aquella del viejo que fue a ver a Di Filippo porque la gente del edificio, decía, “tira aerosol para matarme”. El mediador citó a los vecinos. Fue uno solo, el administrador y el anciano. “El hombre sufría de alguna enfermedad de la piel y era alérgico al aerosol”, recuerda el letrado, que en aquel momento estudiaba hasta dónde era atendible un síntoma de paranoia. “Lo que importa es ver que el hombre tenía un problema de convivencia que era importante para él”, argumenta. Le preguntaron cuáles eran los horarios en los que estaba, los escribieron y con el acuerdo de la otra parte se hizo una carta: “Contamos la dificultad que tenía el señor –dice Di Filippo– y también los horarios en los que no estaba, para invitar a los vecinos a usar aerosol mientras el hombre no estaba”.
Así como entre las moles de cemento, también aparecen conflictos en barrios de casas bajas y coquetas. “En Barrio Parque hubo un problema entre dos vecinos por la limpieza de la vereda”, cita Abrevaya. Uno de ellos contrataba una empresa de limpieza que a las 7 hacía el servicio,pero cuando él salía al trabajo, después de las 9.30, tenía la vereda llena de hojas. Motivo: la mucama de al lado y su escoba. “La mujer salía a limpiar después de la empresa y las hojitas las tiraba encima del pobre tipo que pagaba para nada”.
Todos los temas son serios, pero los mediadores confiesan la dificultad que tienen a veces de mantener la compostura. Hubo un problema por los desperdicios de perros sobre una vereda. “El dueño era un mecánico y los perros eran tres grandotes. La vecina que inició la mediación se quejaba, por lo que el hombre propuso dejar atados los perros atrás”, cuenta y vuelve a sonreír cuando se acuerda de la respuesta de la vecina jaqueada: “No, pobrecitos. Cómo va a tener a los animalitos atados”.

 

El Consejo de Ancianos

El hombre es médico y vive en un edificio de Flores con habitaciones al pulmón de manzana, donde se construía la iglesia coreana Sinsung. El arquitecto de la obra había prometido un parque con pinos y árboles. El médico quedó entusiasmado, hasta que el arquitecto mudó por otro y aquella promesa del parque se esfumó. Su lugar fue ocupado por un patio, con arcos, cestos y todo lo necesario para hacer ruido de pelotas. “El médico estaba enojadísimo y llegó a la mediación con una grabación de los ruidos tomados desde su casa”, cuenta la abogada del caso, Mabel San Pedro. Además del casete, el médico trajo ataché, letrado y firmas de vecinos. Fue hecha una audiencia con el pastor coreano. “Yo empecé a decir qué era la mediación, hice todo el discurso sobre la voluntad de las partes, etcétera, terminé y el pastor me dice: `Yo no entendel nada’.” San Pedro habla de cómo intentó, entonces, acudir a un lenguaje básico y espaciado. Si bien el pastor acordó con los vecinos, presentó un problema: él no decidía nada, la última palabra era del Consejo de Ancianos de su iglesia. El preacuerdo hecho fue supervisado por el Consejo de patriarcas, que rechazó todo, porque la habilitación estaba en regla. “Se hizo otro encuentro, fueron abogados de las dos partes y vecinos denunciando el 20 por ciento de depreciación de sus casas”, señala. Hubo un tercer encuentro. Se exigió a los ancianos del Consejo una respuesta definitiva. Poco después, todos acordaron los horarios en los que se utilizaría el patio de juegos.


El trámite

Hay dos tipos de mediaciones: bilaterales o multipartes. Las últimas involucran a una comunidad por la instalación de una empresa o entidad que modifica la vida del resto. “En general, el vecino no cree en el poder que tiene”, dice Abrevaya. En mediaciones multipartes, los beneficiados estimados desde el ‘97 fueron 90 mil. Las sedes habilitadas para mediaciones son los Centros de Gestión. La gente puede presentar ahí su problema y ver si es susceptible de mediación. “Si en el conflicto observamos que hay delitos, no podemos mediarlo, se lo deriva a la Justicia”, aclara Abrevaya. En caso de prosperar la mediación, se hace una audiencia con las partes involucradas. El mediador es el que cita a la parte “acusada”, que puede concurrir en forma voluntaria. Estos dos años de historia demostraron que hasta conseguir acuerdo, al menos deben transcurrir dos reuniones de dos horas.

 

La feria frente al hotel

El Hotel Central Park Plaza pidió en noviembre mediación por daños de la Feria de Tradiciones Populares Argentinas de Mataderos. Las causas: ruidos molestos que interrumpían siesta de los huéspedes, música de noche. Se quejaban por los “enseres de feria” en la puerta del hotel y que “los pasajeros debían bajarse en la esquina y trasladar sus maletas a mano”. Los caballos también eran un estorbo: “Dejaban sus recuerdos –dice el informe de María Garabato– por la calle, entre el tránsito de turistas extranjeros que miraban azorados las vereda”. Además, el “olor a grasa de tortas fritas, y el alboroto”. Para el hotel, el inconveniente mayor era que “la gente no volvería jamás”. Los feriantes hablaron en la audiencia de tradiciones, y que antes del hotel fue la Feria la que promovió el desarrollo de esa zona abandonada, y que los artesanos exponen la cultura nacional. Los acusados aceptaron las críticas del hotel pero observaron que “los caballos era en realidad uno solo: el resto eran dos petisos. Y aseguraron que las autoridades de la ciudad habían previsto ocuparse de los desperdicios”. Se pasó revista a los protagonistas de eventuales borracheras, se acordaron horarios para música y, por fin, el representante del hotel admitió: “Muchos pasajeros vienen contentos de comprar en la Feria”. Hubo final con café.

 

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