Los diarios publicaron la noticia: un aciago día del año 1982,
el Demonio visitó, en forma de ama de casa, las habitaciones del Vaticano. Para conjurar
al Demonio, metido en el cuerpo de una mujer que aullaba arrastrándose por los suelos, el
papa Juan Pablo II pronunció los viejos exorcismos de su colega Urbano VIII. Esas
fórmulas, martillo y azote del Diablo, venían de una época exitosa. Había sido el papa
Urbano VIII quien había arrancado, de la cabeza de Galileo Galilei, la diabólica idea de
que el mundo giraba alrededor del sol.
Cuando el Demonio apareció, en forma de becaria, en el Salón Oval de la Casa Blanca, el
presidente Bill Clinton no recurrió al anticuado método católico. En cambio, para
espantar a Satanás, Clinton ensayó unos bombardeos sobre Sudán y Afganistán, y
después arrojó un huracán de misiles desde el cielo de Irak. De inmediato, las
encuestas de opinión pública revelaron que el Diablo se batía en retirada: ocho de cada
diez norteamericanos apoyaron ese ritual de las armas, y de paso confirmaron que Dios
estaba, como siempre, de su lado.
Hombre prevenido vale por dos: aunque Clinton ahuyentó al Maligno y pudo seguir siendo
presidente del planeta, sus conjuros no han cesado. Irak, tierra besada por la boca
llameante de Satán, donde acechan las serpientes y las armas químicas y biológicas,
sigue recibiendo periódicos ataques aéreos. Y también continúa sufriendo el incesante
cerco económico de castigo, que le impide vender y comprar. El bloqueo económico había
comenzado, hace una década, cuando otro presidente, George Bush, había lanzado su propia
Cruzada contra estos infieles del Islam.
La modernización
Después de su combate cuerpo a cuerpo contra el Demonio, el papa Juan Pablo II no quedó
muy convencido de la eficacia diablicida de los conjuros tradicionales. Y a principios de
este año, el Vaticano dio a conocer un nuevo Manual del Exorcista, que incluye una guía
práctica, actualizada, para identificar a los endemoniados. Entre las características
inconfundibles de los poseídos por Satán no figura el uniforme de general del ejército
chileno. El identikit del Vaticano tampoco menciona la hernia de disco, ni la inmunidad
diplomática.
El presidente Clinton, por su parte, también ha modernizado el método norteamericano de
lucha contra el Mal. Aunque los generales del Pentágono siempre arden de ganas de invadir
a alguien, la Casa Blanca prefiere bombardear de lejos. Así se mata sin riesgo de morir.
Al cabo del castigo de tres días y tres noches contra los maleficios de Irak, el año
pasado, el contraalmirante Cutler Dawson hizo el balance y reconoció que mejor,
imposible. No hay ni un solo rasguño en ninguno de nuestros aparatos,
comprobó.
La diablada
Más vale así. La tarea será larga, en este mundo ancho y ajeno. Allá por el año 1569,
el demonólogo Johann Wier había contado a los diablos que estaban trabajando en la
tierra, a tiempo completo, por la perdición de las almas. Este especialista registró
7.409.127 diablos, divididos en setenta y nueve legiones. Desde aquel censo, mucha agua ha
pasado bajo los puentes del infierno. Ahora, ¿cuántos suman? Difícil saberlo. Los
demonios continúan siendo demonios, amigos de la noche, temerosos de la sal y del ajo,
pero sus artes de teatro dificultan el conteo.
Sin embargo, y calculando muy por lo bajito, no resultaría exagerado estimar que por lo
menos ocho de cada diez miembros del género humano merecen estar bajo sospecha. Un
criterio estadístico elemental empezaría por sumar a los gentíos que no son blancos:
sus pieles de colores demoníacos, que van desde el negro carbón hasta el amarillo
azufre, delatan una inclinación natural al crimen. Entre ellos, es imprescindible tener
en cuenta a los mil trescientos millones de miembros de la secta de Mahoma. Desde hace mil
cuatrocientos años, estos engañeros usan turbantespara ocultar sus cuernos, y túnicas
que tapan sus colas de dragón y sus alas de murciélago. Pero ya el Dante había
condenado a Mahoma a pena de taladro perpetuo, en uno de los círculos del infierno de La
Divina Comedia; y dos siglos después, Martin Lutero había advertido que las hordas
musulmanas, que amenazaban a la Cristiandad, no estaban formadas por seres de carne y
hueso, sino que eran un gran ejército de diablos.
A la portación de piel, habría que agregar la portación de ideas: ¿cuántos suman los
enemigos del orden? También ellos son hábiles en el oficio de la transfiguración. Hoy
por hoy, el color rojo fuego se usa poco en el mundo, pero los subversivos disponen de
todo el arcoiris para reciclarse, y bien saben usar máscaras y disfraces y otros ardides
aprendidos de sus viejos amigos, los cómicos de la legua.
La misión divina
Y la lista no termina allí. Habría que sumar otras multitudes. Tantos son los demonios y
los endemoniados, que pareciera vacío el infierno.
No es cosa de generalizar, sin embargo. Entre los musulmanes, por ejemplo, también hay
santos, como esos jeques y reyes del desierto que brindan a Occidente petróleo barato y
son los mejores compradores de armas. Ellos aman tanto la democracia, que jamás la usan,
para que no se gaste.
También supo ser santo, hasta hace pocos años, Saddam Hussein, que al fin y al cabo es
un dictador laico, y sigue teniendo un primer ministro cristiano. Durante los años de la
guerra entre Irak e Irán, él fue un modelo de virtudes. Pero después, Saddam se puso al
servicio de Satán, y del infierno recibe sus vitaminas.
El príncipe de las tinieblas, glotón devorador de cuerpos y almas, no descansa los
domingos: y tampoco descansan sus funcionarios. Contra Irak, toda dureza es poca; y toda
distracción puede resultar fatal. ¿El Pentágono necesita dos mil millones de dólares
más? Clinton le otorga doce mil millones. Cuando las guerras van bien, la economía va
mejor. Los Estados Unidos, que tienen el mayor presupuesto militar del planeta y fabrican
la mitad de las armas que el mundo produce, viven una radiante prosperidad que el mundo
entero envidia.
Lesley Stahl entrevistó a la canciller Madeleine Albright, el 12 de mayo de 1996, en el
programa televisivo Sesenta minutos. Hablando de las sanciones económicas
contra Irak, que estrangulan al país, el periodista preguntó:
Se dice que medio millón de niños iraquíes han muerto como consecuencia de las
sanciones. ¿Usted cree que vale la pena?
Nosotros creemos que vale la pena respondió la señora Albright.
Tres años después, todo indica que el exorcismo va para largo. Es más difícil
matar a un fantasma que a una realidad, había comprobado, hace ya unos cuantos
años, la novelista Virginia Woolf.
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