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Por Alejandra Dandan ![]() Reina Madre apareció hace diez años en un hueco sucio de Villa Tranquila, un pedazo de tierra ![]() En lo de las hermanas una tarde apareció una zapatilla en la azotea. Teresa inmediatamente pensó en los malcriados chicos de al lado: ahora, además de patear a la pared, también tiran zapatos: Vengo a devolver la zapatilla que acaban de tirar a mi terraza. No. No es de acá. Poco después en la terraza apareció una sandalia recién blanqueda. Sonó entonces la puerta en casa de Lucía: Su gato me robó la sandalia de mi hija que acababa de poner a secar por el blanqueado, dijo el vecino a la mujer que pudorosa no podía guardarse la carcajada que empezaba a ganar espacio en la cara. En estos años de ocio garantizado por una madre proveedora, la voluptuosidad fue ganando espacio en el cuerpo mórbido de El Gordo. El felino está arrullado en un rincón. Alguien ofrece granos de alimento y Gordo acepta moverse pero no puede dejar de torcer el cuerpo para caminar. Aunque puede andar no logra saltar hacia arriba, aunque sí lo hace hacia abajo. Si tiene que trepar a la mesa, primero necesita una silla. Como hembra madre, la gata es encargada por mandato natural de abastecer a la cría hasta que pueda valerse por métodos propios. Como él no puede cazar, ella caza por él, simplifica Teresa. En sus correrías obtuvo una zapatilla Adidas Nº 35. Esa vez subí a la terraza y me quería morir cuando vi la zapatilla recién lavada. Teresa escondió la zapatilla y Reina Madre, al parecer, no la perdonó: Vos podés creer, al otro día trajo la otra. Las mujeres preguntaron en la cuadra por los dueños de la zapatilla. Nadie las denunció como propias: Hicimos un paquete y las llevé al jardín de la villa para uno de los chicos, dice Lucía, quien intenta acaso, así, expiar culpas por la mascota. La mayoría de las cosas robadas por Reina Madre tienen procedencia desconocida. La gata tuvo un período que buscó brotes de pensamiento en vasitos plásticos. Traía tantos dice Lucía que un día, me traje del jardín unos treinta y se los tiré en la terraza, pero no hubo forma de frenarla. Pocas eran las veces en las que los vasos de tierra llegaban sin haber perdido la planta o parte del abono en los techos. El botín a lo largo de estos años incluyó una carta de amor, globos de Navidad, delineador de pestañas, lápiz de labios y decenas de piezas de rasti, tantas que Lucía también las fue llevando al Jardín para los chicos. Existió un guante, una gorra, muñequitos, autos chicos de metal y, como buena hembra, Reina arrastró por techos un retrato sepiado de Alan Ladd. Un día cayó con una cajita de repuesto de Volkswagen que era del taller mecánico de la otra esquina. Esa vez las mujeres optaron por no devolverlo. El problema: vecinos que no quieren a los gatos. Desde hace dos meses las mujeres tienen vecinos nuevos con hijos chicos. Allí la gata encontró un nuevo marco de disfrute: tres tortugas ninjas del nene y un libro de cuentos troquelado como colectivo fueron mudados por la gata. Esta vez, no contenta con sólo trasladar los juguetes, a Reina Madre se le ocurrió acomodar a los ninjas uno al lado del otro. De todos modos, algo había cambiado: Estos vecinos tenían un siamés así que pensamos que sólo se iban a reír si les devolvíamos las cosas. Reina había capturado ya otros cochecitos del nene, una maraca verde, una bocha navideña con forma de zapato y catorce broches de colores. Creo que esto es de ustedes dijo un día tímida Lucy a su vecina y devolvió uno a uno los broches, el libro de cuentos y cada objeto robado. (...) Tengo una gata chorra. (Carcajadas múltiples.) Me parecía que faltaban cosas y yo que pensé que era la mucama. La confesión pasó y la vecina no tardó en regresar a lo de Tere y Lucía: Hoy la vi, qué divina tu gata. Se estaba llevando un broche, se excitaba mientras insistía con que ahora me voy unos días, pero le preparé cositas por si las quiere, advirtió más entusiasmada. Las dos mujeres, en tanto, vuelven a reírse más por la vecina que por la gata que, a sus anchas, acaba de traer de la casa ahora vacía un autito plateado.
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