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Por Horacio Cecchi ¿Está segura de que esto llega al Kotel? pregunta todavía incrédulo el hombre. Sí, sí confirma la señorita, y acto seguido le indica que tipee su deseo en el teclado de la PC. Después de completar los datos correctamente, la joven aprieta enter y dice: Ya está. Ahora, en Jerusalén, un rabino recibirá su mensaje, hará un printer y lo colocará entre las piedras del Muro de los Lamentos. Después de 5759 años de historia de la comunidad judía, a poco de iniciarse el año 2000 del calendario gregoriano, una empresa de comunicaciones y una fábrica de productos kosher abrieron en el Abasto Shopping y en Alto Palermo dos stands para quien quiera enviar deseos virtuales al milenario Muro, vía Internet. Adaptado a la euforia consumista kosher, en el segundo piso del Abasto, McDonalds abrió un local estrictamente k, y a su lado, la lactería Shefa ofrece varenikes y kreplaj supervisados por el rabinato. Los stands no tienen nada de particular: una caja de algo más de dos metros de lado, ubicada al paso como tantos otros stands, paredes de vidrio y empleadas al estilo shopping. Salvo, claro, que venden productos kosher y que una de las paredes, en lugar de ser de vidrio, es un símil en madera que intenta evocar un corte del Muro de los Lamentos. Encajados en el símil, una pantalla y un teclado completan el cuadro. Desde allí, basta tipear el pedido y presionar con la flechita del mouse en el botón Enviar Deseo para que éste sea recibido en la otra terminal, en el Ieshivá Aish HaTorah, un colegio de estudios rabínicos ubicado junto al Muro, donde un religioso, barbudo y de negro, recibirá el mensaje, lo printeará y con el *.doc en su mano se acercará al Kotel el Muro occidental, el único que queda en pie y colocará el pedido según los ritos correspondientes. Se nos ocurrió la idea porque hacía falta que todos pudieran tener acceso al Muro, sin necesidad de costearse un viaje que resulta imposible para muchos confiesa Juana Szpiegiel, dueña de la fábrica de productos kosher Yanovsky Hnos. y promotora de la idea de virtualizar deseos entre las piedras, sentada a una mesita junto a la pared símil Muro, en el Abasto Shopping. Entre tantos horrores del mundo moderno, las cosas del corazón son las que menos se escuchan. Frente a ella, Horacio Carballo, gerente general de la empresa de servicios informáticos Tournet, la pata técnica de todo el asunto, agrega que es un servicio único: con solo comprar uno de los productos que se ofrecen en el local, lo conectamos a Internet, con un mes de prueba totalmente gratuito, un curso de capacitación de Internet y, además, el envío sin costo alguno de un deseo, o todos los que quiera, para que sean colocados entre las piedras del Muro de los Lamentos. Lorna, hija de Juana Szpiegiel, completa la tanda publicitaria describiendo la rigurosa observación de las leyes kosher con que se fabrican sus productos: Están supervisados por la Unión de Rabinos Ortodoxos acá y por la Ortodox Union en Estados Unidos. Ellos determinan que las matzoth cumplen estrictamente las normas de limpieza kosher. Aunque por el momento los interesados en enviar papelitos vía Internet más bien ralean, los organizadores están convencidos de que durante el Pesaj, la Pascua judía, que se inicia con la salida de las tres primeras estrellas en la noche del 31 de marzo, habrá una muchedumbre deseosa por comunicarse con el Muro de los Lamentos. En el mismo Abasto Shopping, dos pisos más arriba, cuatro adolescentes con el tradicional kipá sobre su cabeza conversan amenizando con papas fritas y hamburguesas de un McDonalds pero kosher. Del lado externo, junto a la mesada donde se expenden los pedidos, Daniel Katz, estudiante de la Universidad de Belgrano, moja tres veces una mano y tres veces la otra en un lavabo, cumpliendo con el ritual de la bendición: un cartel ubicado sobre el grifo dice a modo de advertencia: El pan que se consume en este local es amotzi. La ley exige que si es amotzi se realice la bendición, sostiene otro Katz, Jaime, uno de los mashgiah (supervisor) enviados por el rabino Daniel Oppenheimer para controlar que hamburguesas, papas fritas y demás sean entregadas al público según las normas. Es el único local en su tipo en el mundo fuera de Israel, aseguró Pablo Campos, que encabezó el proyecto kosher de la hamburguesería en Buenos Aires. Es un éxito completo. Tenemos una producción kosher cada diez días y más de 40 mil clientes al mes. ¿Por qué se decidieron a abrir un local kosher? preguntó Página/12. ¿Por qué negar la posibilidad? respondió Campos con otra pregunta. Lo más sorprendente es que había chiquitos de la comunidad que nunca habían probado una Cajita Feliz. Los productos son los mismos que en toda la cadena, pero se procesan cumpliendo con las normas religiosas. Las hamburguesas no llevan queso, porque no pueden mezclar la carne con los lácteos. Por eso tampoco tenemos helados. ¿Ah, no? De postre les ofrecemos McGranizo, un helado de agua y jugo de frutas. Arrimando a la fiebre del consumismo ortodoxo, la lechería Shefa, ubicada junto a la hamburguesería, cubre el espectro lácteo de la clientela y ofrece pizzas, varenikes y kreplaj, también bajo la estricta supervisión de un rabino. A mí me vino bárbaro que abran estos locales dice Bettina, sentada junto a un cochecito donde duerme su beba, y a la misma mesa que un rabino que prefiere seguir anónimo. Tengo muchos hijos y que haya esto hace que el paseo sea completo. Sin las hamburguesas es como que al shopping le faltara algo.
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