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PERDIO LA CHANCE DE RECUPERAR EL TITULO CRUCERO
A Domínguez le faltó gancho

Con el repetido recurso de usar ese golpe, el campeón mundial Juan Carlos Gómez –que estuvo cerca de abandonar– venció por puntos.

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Por Daniel Guiñazú

t.gif (862 bytes)  Se dio la lógica en Lübeck, Alemania. Y el boxeador le ganó al peleador. No pudo Marcelo Domínguez (85,500 kg) achicar, a fuerza de coraje, las diferencias de calidad y estilo que lo separaban del cubano Juan Carlos Gómez (85,900 kg). Gómez dominó el trámite de principio a fin. Y arribó a una amplia victoria a los puntos (119/111, 119/110 y 119/114), que le permitió retener el título crucero del Consejo, no sin antes pasar por un momento crítico que escapó a la lente indiscreta de las cámaras de televisión: en el intervalo entre el sexto y el séptimo asalto, agotado, quiso abandonar y su entrenador y suegro, Fritz Sdunek, lo convenció de que siguiera.
Domínguez estuvo entonces más cerca de la victoria de lo que él mismo pudo imaginar. Pero, más allá de esta contingencia, volvió a comprobar en carne propia que el corazón suele ser insuficiente cuando no se dominan aspectos elementales de la técnica del boxeo. El Gordo de Parque Patricios hizo un apuesta unilateral al achique, a la presión constante y a la fricción, como método único de pelea. Sabía que en la medida larga, Gómez sacaba diferencias por su mejor traslado, por su mayor variedad de golpes y porque, además, tenía 14 centímetros más de estatura. Pero le faltó repertorio para contrarrestarlo.
Muy pronto, ya en el primer round, el cubano radicado en Alemania empezó a llegar con buenos ganchos de izquierda que distribuyó a la cabeza y a los planos bajos de Domínguez. Y el argentino nada supo hacer para evitarlos. Lo suyo en los primeros cinco asaltos fue monocorde y escasamente imaginativo. Recibió todo lo que Gómez le tiró de lejos y de cerca y apenas si pudo colocar un par de veces su derecha voleada, la única mano con la que intentó acortar distancias.
Recién en el sexto asalto Domínguez pudo equilibrar el trámite. Recién entonces Gómez detuvo su boxeo veloz y variado. Hasta dio la impresión de estar ahogado por el desgaste al que Domínguez lo obligaba, cada vez que podía llegar al cuerpo a cuerpo y colocar con continuidad combinaciones de golpes cortos. Pero resultó un espejismo. En el séptimo round, luego de haber sobrevolado la posibilidad de un abandono, Gómez se rehízo y salvo el undécimo, en el que el árbitro estadounidense Martin Denkin le descontó un punto por pegar en la nuca, ganó todas las vueltas apelando a un boxeo rico técnicamente, pero sin demasiada aspereza, ante un Domínguez que terminó con una lesión muscular en su pierna derecha.
¿Se lo puede criticar a Domínguez porque no supo neutralizar el gancho de izquierda de Gómez, porque no tuvo variantes para revertir un desarrollo que rápidamente le vino en contra, porque en 36 minutos no fue capaz de sacar un solo golpe recto? Sí y no. Sí, porque las carencias fueron demasiado notorias como para disimularlas. Y no, porque de última Domínguez siempre ha sido así y con su boxeo tosco, rudimentario y hasta antiestético ha llegado a lo más alto que puede pretender un boxeador, impulsado por un corazón que nunca se avergüenza. En ese plano, el de la entrega, Domínguez cumplió con todos y nada se le puede objetar. En el otro, el de la técnica, decepcionó a todos. No se puede recuperar un título del mundo boxeando tan mal.

 

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