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OTRA VUELTA DE TUERCA SOBRE LA
FEMINIDAD, LOS FEMINISMOS Y EL MALENTENDIDO
Habla, mujer, del estrago de tu goce
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La autora, en respuesta al ensayo
publicado la semana pasada en estas páginas, teoriza sobre los modos de gozar y afirma
que las mujeres del feminismo son de Freud y Lacan. Nada dice qué es una mujer más que
su goce y este goce, dice Lacan, produce estragos. |
Por Graciela Musachi *
Así como es sabido que
James Joyce divide a las feministas entre las que lo consideran el exponente más
misógino del modernismo literario (las americanas) y las que lo recuperan como trabajando
para la emancipación de la mujer (las francesas), así las divide Jacques Lacan (y, en su
momento, Freud). Pero hay una diferencia fundamental y es que Lacan la divide a cada una
de ellas, pues no pueden decidir si es falocéntrico o faloexcéntrico, como
dice Jane Gallop.
Debemos decir, en primer lugar, que las mujeres del feminismo de nuestro siglo son mujeres
de Freud y Lacan (vean el libro de John Forrester Las mujeres de Freud) y esto quiere
decir que, en nuestro siglo, los debates de los feminismos están atravesados por los
conceptos del psicoanálisis, pues ellas han concluido que es conveniente, para su propio
esclarecimiento y lucha, contar con la herramienta del psicoanálisis.
En segundo lugar, lo inevitable: el malentendido ha signado la relación entre los
feminismos y el psicoanálisis, por varias razones, entre las cuales la peste que atacó a
este último en su llegada a los Estados Unidos (donde los feminismos tuvieron mayor peso
hasta fines de los 60) no es poca cosa. Pero si decimos que el malentendido es inevitable
es porque nos hacemos, por medio del psicoanálisis, una idea de lo que hace el lenguaje a
las mujeres y a los hombres, cosa que algunas feministas (hay que decir que hoy en día no
son las más) prueban ignorar o, en su defecto, prueban malentender cuando leen a Lacan y
se convierten así en transmisoras del malentendido Lacan. ¡Bravo por ellas! dice el
psicoanálisis, que sabe que no hay más remedio (porque sabemos por ellas mismas que su
lectura de Lacan es, en verdad, lectura de discípulas cumplidoras o desafiantes del
maestro como Luce Irigaray, Julia Kristeva o Helene Cixous, quienes son constantemente
citadas por aquellas que reconocen su deuda con estos pilares del feminismo francés de
los 70).
Si la primera edición en castellano de los Escritos de Lacan se llamó Lectura
estructuralista de Freud, esto se realizó sin su consentimiento pues el
estructuralismo de Lacan es bien particular: el inconsciente está
estructurado como un lenguaje pero hay en él un elemento indeterminado que es el sujeto;
Lacan se encargó con extremo cuidado de que el psicoanalista no lo confunda con el
individuo dueño de sus acciones ni con el agente del discurso, como terminan haciendo los
feminismos cuando usan el término en nombre del psicoanálisis. En eso Lacan sigue a
Freud cuando habla, por ejemplo, de elección de neurosis; por ello, si el
inconsciente es un destino (es decir, el destino que elige cada quien) es porque esa
elección de goce neurótico es mantenida a toda costa; porque, dado que hay sujeto, hay
destino de goce. El psicoanálisis existe para que sea posible tanto a los hombres como a
las mujeres hacer otra elección, ésa es su única política, la política del síntoma.
Germán García ha señalado que hombres y mujeres son pues, en el nivel universal (y, por
tanto, de determinación del ser por el lenguaje) de lo simbólico, iguales ante esa ley.
Son sujetos de derecho, ciudadanos que, efectivamente, tienen tareas por
delante si es que pretenden ganar más libertades civiles, mejorar su convivencia en
su ciudad o país, etcétera. Queda por ver si esa tarea implica el sube y baja de
más-para-mí (mujer) y menos-para-vos (hombre), cuyo aroma a reivindicación sesentista
fue abandonado hace tiempo por la mayoría de las feministas como estrategia para su
política. A su vez, hombres o mujeres son significaciones (que varían históricamente)
de conjuntos formados por el Otro de la cultura, con rasgos comunes de los cuerpos (u
otros), con sus particularidades, como pueden serlo el conjunto de los travestis, los
alcohólicos, los intelectuales, feministas.
La elección de goce de cada uno es singular; es dice Lacan el modo de vivir
la pulsión que es lo más real del sujeto (Freud decía: es el modo como lo vivo de cada
uno llega a la muerte). Y aquí es donde surge el malentendido mayor pues, según Lacan,
hay sólo dos modos de vivir lapulsión (no el instinto) y ésa es la elección de cada
uno. Aquí ya no se trata de hombres y mujeres sino de un sujeto que, en un momento de su
vida, elige con preferencia un modo de gozar. Esta elección se presenta a todo el que
habla: es la verdadera roca viva de la que habla Freud porque no hay ni puede haber
para los que hablan, justicia distributiva del goce, hay una pérdida para todos y
los que gozan de una manera y los que pueden gozar también de otra.
¿Cómo sabe el psicoanálisis que sólo hay dos modos de gozar? Freud diría que es una
comprobación honrada de su clínica puesto que el psicoanálisis no prescribe, describe
(aclaro que estos términos son de Juliet Mitchell, pionera del feminismo de los 70).
Un modo de gozar para todos los que hablan (dejo la psicosis de lado) es el goce al que
siempre le falta algo, justamente por el hecho de hablar; se ha llamado fálico a este
goce y, en este sentido, todos los que hablan (y no son psicóticos) gozan de este modo.
No son hombres sino que gozan del lado hombre. En este sentido, hombres somos
todos los que hablamos y se ha visto que, cuando las mujeres empezaron a hablar gracias a
sus luchas, llegaron a convertirse en los hombres con los que nos queríamos
casar, como ha dicho la clásica feminista americana Gloria Steiner.
La comicidad del malentendido feminista en lo que respecta al lado llamado mujer surge
cuando se asegura que Lacan se refiere allí a una falta de significante para el
genital femenino. Es que situarse de este lado, para cualquier hablante, es
infinitamente más complejo pues, de este lado, hay goce fálico pero no todo el goce
obtenido es fálico, hay otro goce, que no existiría si no habláramos y gozáramos
fálicamente pero del que quien lo experimenta poco puede decir, aunque lo experimente. Lo
que estos testimonios muestran es que no todo puede decirse, que hay un límite en el
lenguaje, una imposibilidad para decir todo el goce pero que, al mismo tiempo, esa
imposibilidad produce un goce al que algunos acceden por una preferencia que se aúna,
quizás, a un cuerpo más dotado para encarnar ese agujero del lenguaje. Debemos insistir
sin embargo en que, como dice una lúcida feminista, la naturaleza de la
vaina no preexiste al lenguaje y, por lo tanto, las mujeres existen pero LA mujer no
existe (y esto no es un vacío), esto es, nada dice qué es una mujer más que su goce y
este goce es el que, entre otras cosas, trae a algunas mujeres al psicoanálisis puesto
que produce estragos (es una expresión de Lacan) y, dado que el psicoanálisis es el
único que ha podido situar sus coordenadas, es el único que puede tratarlo de acuerdo a
su singularidad.
Ningún amor entre pares políticos resuelve el sufrimiento producido por esos goces.
* Vicepresidente de la Fundación Descartes. Analista miembro de la Escuela de la
Orientación Lacaniana (EOL).
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