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PIEDADES

Por Juan Gelman

t.gif (862 bytes) El suboficial de la Armada Policarpo Vázquez vio a Dios. Es más: Dios le habló. Y más aún: Dios le dio en 1977 una recién nacida que el entonces miembro de la inteligencia naval anotó como propia. Dios se le presentó en forma de camarada suboficial que cubría su esencia con el apodo de “El Turco”. Lo dijo el propio Policarpo: “Dios puso la beba en mis manos, entonces pensé que me la debía quedar y criarla”. Policarpo es muy católico y simplemente acató un “mandato divino”, como afirmó. Gracias a sus revelaciones, se sabe ahora que “El Turco” es un alias de Dios.
Esa “beba” tiene hoy 21 años y el análisis de su ADN en el Banco Genético del Hospital Durand dirá si es hija –como se sospecha– de Susana Beatriz Pegoraro y Rubén Santiago Bauer. Ambos fueron secuestrados y desaparecidos. Ella tenía un embarazo de cinco meses cuando fue llevada al centro clandestino de detención instalado en la Base Naval de Submarinos y Buzos Tácticos de Mar del Plata. Policarpo se desempeñaba precisamente en esa base y no habrá sido por casualidad. Habrá sido por designio de Dios, que le regaló la beba en Buenos Aires apenas sacada de la ESMA, adonde la madre había sido trasladada para el parto, y le advirtió que no preguntara más. Policarpo no preguntó más. A Dios se le obedece. Por lo demás, Dios es argentino y “El Turco”, la prueba fehaciente de su nacionalidad.
Es notorio que las Juntas militares tuvieron muy atareado a Dios en el país como sostén de la cruzada antisubversiva. Y luego, por boca de no pocos obispos y otros de sus representantes en la Tierra, Dios explicaba a la Marina que los vuelos de la muerte estaban bien, al Ejército que la Patria debía redimirse mediante un baño de sangre, a la Aeronáutica que había que separar la paja del trigo. Incluso a veces obligaron a Dios a torturar, o a participar en operativos envolviendo su inmanencia en sacerdotes como Christian von Wernick. En qué no habrán ocupado a Dios en esos años. Hasta en robar bebés nacidos en cautiverio y ordenar el cambio de su identidad. Bien los sabe Policarpo Vázquez: un mandato es un mandato, y si divino, mucho más.
No sólo la piedad religiosa era prenda de los ladrones de menores: también la humana. Véase el caso de Miguel Angel Furci (a) Marcelo o Pato Fillol, ex (¿ex?) agente de la SIDE y acompañante de la banda de Aníbal Gordon, que operaba en la Base Operaciones Tácticas 18 –o “Automotores Orletti”, o “El jardín”, o “La cueva de la vía”– que en 1976 funcionaba en pleno barrio de Floresta. En tanto que “orgánico” de la SIDE, Furci “trabajaba” con Eduardo Alfredo Ruffo y Juan Rodríguez, que dependían del vicecomodoro Guillamondegui y posteriormente del mayor Marcos Alberto Calmón y del entonces capitán Eduardo Rodolfo Cabanillas –hoy general y comandante del II Cuerpo de Ejército con asiento en Rosario–, que a su vez dependían del jefe del Departamento Operaciones Tácticas I de la SIDE, el entonces teniente coronel Rubén Víctor Visuara. Dicho departamento dirigía, a través de esa cadena de mandos, las actividades de Orletti, centro de la Operación Cóndor en la Argentina donde tenía echados sus reales un grupo de militares uruguayos al mando del mayor José Nino Gavazzo.
El 27 de setiembre de 1976, Furci capitaneó un operativo argentinouruguayo que tuvo lugar en la localidad de Florida y condujo al secuestro de Jorge Zaffaroni y de su mujer María Emilia Islas Gatti, ambos uruguayos refugiados en nuestro país, llevados a Orletti y desaparecidos. María Emilia fue secuestrada con su hija Mariana de año y medio en brazos, y la mujer de Furci, Adriana González, era declaradamente estéril. En Operación Cóndor, el notable periodista uruguayo Samuel Blixen narra que en Orletti “Furci no ocultaba su interés por la niña. ‘¿La querés? Llevátela. Total,se va a quedar sola’, le dijo un capitán del Ejército uruguayo. El agente de la SIDE explicaría, mucho después, que el secuestro de la niña fue un acto de piedad. ‘Le salvé la vida en la escalerilla del avión’, se excusó para atenuar su responsabilidad y la de su esposa (...) En otra oportunidad ensayó otra excusa. María Emilia Islas, todavía en Orletti, le había rogado: ‘Por favor, sálvela’, entregándole la niña. Todo indica que el matrimonio había planeado la forma de enmascarar la apropiación de la menor aun antes de que en Orletti se decidiera el asesinato de sus padres”. Agrega Blixen que los Furci simularon un nacimiento en su hogar, consiguieron atestaciones falsas, anotaron a la niña como propia y la bautizaron Daniela Romina. Otro caso de robo de menores por razones piadosas.
Los pretextos de Furci no son creíbles. Tampoco los de Policarpo Vázquez, pero tal vez éste sea un lector asiduo de San Agustín, que en La ciudad de Dios explica “cómo siendo Dios invisible se dejó ver muchas veces, no según lo que es, sino según lo que podían comprender los que lo veían”. Tal vez hoy piense que “El Turco” era verdaderamente Dios que, en uniforme de marino, se dejaba ver a la altura de su comprensión. Se trataría de un caso de autoconvencimiento por repetición, ésa que niega un hecho hasta borrarlo. El sabrá. Lo cierto es que existe en el país un grado de conciencia colectiva que incomoda a las tachaduras individuales. El olvido general es el producto reunido de la mutilación subjetiva y personal de muchos, empeñados en un trabajo atroz pariente de la muerte. Como ocurre con la muerte, es imposible anular sus consecuencias.
A Dios se lo ha vuelto a ocupar últimamente en la Argentina. Nuestro primer mandatario asegura que él desempeña –y debe seguir desempeñando– su función por encargo divino. Quizás quiera dar testimonio de la amplitud de Dios, capaz de asignar misiones tanto a un renombrado presidente de la República como a un oscuro suboficial de los servicios de la Armada.

 

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