El suboficial de la Armada Policarpo Vázquez vio a Dios. Es
más: Dios le habló. Y más aún: Dios le dio en 1977 una recién nacida que el entonces
miembro de la inteligencia naval anotó como propia. Dios se le presentó en forma de
camarada suboficial que cubría su esencia con el apodo de El Turco. Lo dijo
el propio Policarpo: Dios puso la beba en mis manos, entonces pensé que me la
debía quedar y criarla. Policarpo es muy católico y simplemente acató un
mandato divino, como afirmó. Gracias a sus revelaciones, se sabe ahora que
El Turco es un alias de Dios.
Esa beba tiene hoy 21 años y el análisis de su ADN en el Banco Genético del
Hospital Durand dirá si es hija como se sospecha de Susana Beatriz Pegoraro y
Rubén Santiago Bauer. Ambos fueron secuestrados y desaparecidos. Ella tenía un embarazo
de cinco meses cuando fue llevada al centro clandestino de detención instalado en la Base
Naval de Submarinos y Buzos Tácticos de Mar del Plata. Policarpo se desempeñaba
precisamente en esa base y no habrá sido por casualidad. Habrá sido por designio de
Dios, que le regaló la beba en Buenos Aires apenas sacada de la ESMA, adonde la madre
había sido trasladada para el parto, y le advirtió que no preguntara más. Policarpo no
preguntó más. A Dios se le obedece. Por lo demás, Dios es argentino y El
Turco, la prueba fehaciente de su nacionalidad.
Es notorio que las Juntas militares tuvieron muy atareado a Dios en el país como sostén
de la cruzada antisubversiva. Y luego, por boca de no pocos obispos y otros de sus
representantes en la Tierra, Dios explicaba a la Marina que los vuelos de la muerte
estaban bien, al Ejército que la Patria debía redimirse mediante un baño de sangre, a
la Aeronáutica que había que separar la paja del trigo. Incluso a veces obligaron a Dios
a torturar, o a participar en operativos envolviendo su inmanencia en sacerdotes como
Christian von Wernick. En qué no habrán ocupado a Dios en esos años. Hasta en robar
bebés nacidos en cautiverio y ordenar el cambio de su identidad. Bien los sabe Policarpo
Vázquez: un mandato es un mandato, y si divino, mucho más.
No sólo la piedad religiosa era prenda de los ladrones de menores: también la humana.
Véase el caso de Miguel Angel Furci (a) Marcelo o Pato Fillol, ex (¿ex?) agente de la
SIDE y acompañante de la banda de Aníbal Gordon, que operaba en la Base Operaciones
Tácticas 18 o Automotores Orletti, o El jardín, o La
cueva de la vía que en 1976 funcionaba en pleno barrio de Floresta. En tanto
que orgánico de la SIDE, Furci trabajaba con Eduardo Alfredo
Ruffo y Juan Rodríguez, que dependían del vicecomodoro Guillamondegui y posteriormente
del mayor Marcos Alberto Calmón y del entonces capitán Eduardo Rodolfo Cabanillas
hoy general y comandante del II Cuerpo de Ejército con asiento en Rosario,
que a su vez dependían del jefe del Departamento Operaciones Tácticas I de la SIDE, el
entonces teniente coronel Rubén Víctor Visuara. Dicho departamento dirigía, a través
de esa cadena de mandos, las actividades de Orletti, centro de la Operación Cóndor en la
Argentina donde tenía echados sus reales un grupo de militares uruguayos al mando del
mayor José Nino Gavazzo.
El 27 de setiembre de 1976, Furci capitaneó un operativo argentinouruguayo que tuvo lugar
en la localidad de Florida y condujo al secuestro de Jorge Zaffaroni y de su mujer María
Emilia Islas Gatti, ambos uruguayos refugiados en nuestro país, llevados a Orletti y
desaparecidos. María Emilia fue secuestrada con su hija Mariana de año y medio en
brazos, y la mujer de Furci, Adriana González, era declaradamente estéril. En Operación
Cóndor, el notable periodista uruguayo Samuel Blixen narra que en Orletti Furci no
ocultaba su interés por la niña. ¿La querés? Llevátela. Total,se va a quedar
sola, le dijo un capitán del Ejército uruguayo. El agente de la SIDE explicaría,
mucho después, que el secuestro de la niña fue un acto de piedad. Le salvé la
vida en la escalerilla del avión, se excusó para atenuar su responsabilidad y la
de su esposa (...) En otra oportunidad ensayó otra excusa. María Emilia Islas, todavía
en Orletti, le había rogado: Por favor, sálvela, entregándole la niña.
Todo indica que el matrimonio había planeado la forma de enmascarar la apropiación de la
menor aun antes de que en Orletti se decidiera el asesinato de sus padres. Agrega
Blixen que los Furci simularon un nacimiento en su hogar, consiguieron atestaciones
falsas, anotaron a la niña como propia y la bautizaron Daniela Romina. Otro caso de robo
de menores por razones piadosas.
Los pretextos de Furci no son creíbles. Tampoco los de Policarpo Vázquez, pero tal vez
éste sea un lector asiduo de San Agustín, que en La ciudad de Dios explica cómo
siendo Dios invisible se dejó ver muchas veces, no según lo que es, sino según lo que
podían comprender los que lo veían. Tal vez hoy piense que El Turco
era verdaderamente Dios que, en uniforme de marino, se dejaba ver a la altura de su
comprensión. Se trataría de un caso de autoconvencimiento por repetición, ésa que
niega un hecho hasta borrarlo. El sabrá. Lo cierto es que existe en el país un grado de
conciencia colectiva que incomoda a las tachaduras individuales. El olvido general es el
producto reunido de la mutilación subjetiva y personal de muchos, empeñados en un
trabajo atroz pariente de la muerte. Como ocurre con la muerte, es imposible anular sus
consecuencias.
A Dios se lo ha vuelto a ocupar últimamente en la Argentina. Nuestro primer mandatario
asegura que él desempeña y debe seguir desempeñando su función por encargo
divino. Quizás quiera dar testimonio de la amplitud de Dios, capaz de asignar misiones
tanto a un renombrado presidente de la República como a un oscuro suboficial de los
servicios de la Armada.
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